Riesgosa defensa del zodiaco y una que otra teoría conspirativa

Por Yobaín Vázquez Bailón

Ilustración de Luis Cruces Gómez

Soy un Leo con ascendente en Cáncer, esto quiere decir que muchas veces no veo más allá de mí y que gozo siendo el centro de atención, aunque a veces me de pena. Pero también creo que las torres gemelas fueron derribadas por el propio George W. Bush en un intento por justificar la guerra contra los países árabes, yo sé que la historia me dará la razón. Si no fuera porque mi IQ es de 122 (dato fanfarrón que menciono porque soy Leo), la gente podría pensar que soy estúpido. En primera por auto identificarme con un signo zodiacal y en segundo por dejarme deslumbrar por una teoría conspirativa.

Durante muchos años, consumí revistas como Año Cero y Enigmas, especializadas en eventos paranormales y esotería. ¿Por qué al ser y concebirme como un chico inteligente no cambiaba mi interés en, no sé, biología molecular o filosofía kantiana? Quiero decir, se sabe que la inteligencia solo es provechosa cuando se pone al servicio de las ciencias duras y, en menor medida, en las ciencias sociales; no en las ramas del ocultismo o en los informes clasificados de la CIA. Estoy convencido de que no soy el único que se privó de mencionar en reuniones públicas que si el sol estaba en conjunción con la casa de Libra me beneficiaba. Daba pena que fueran a tildarme de loco o descerebrado. Peor aún, que me vieran un traidor al sentido común.

Oh, sí, el zodiacal shaming existe y en general aquello que no tenga olor a datos cuantitativos o no están sujetos a reglas físicas inquebrantables. Sobre todo si uno pertenece a cierto grupo social: creer en tales cosas se considera como excentricidad si tienes estudios universitarios o es un pendejada si apenas tienes secundaria trunca. Hasta en eso existe el clasismo.

Y puedo entender que después de siglos de constante lucha para que el método científico fuera tomado en serio, exista algo peligroso en pensar que, por ejemplo, los gobiernos conspiran para implantar chips en las vacunas y por lo mismo, exista gente que las rechace. Eso es grave y criminal, pero que yo crea en marte retrógrado, ¿a quién le afecta sino a mí mismo? Solo a los illuminatis debería molestarles que sepamos de su existencia.

Sí, la ciencia es importante y, más que importante, necesaria para sobrevivir como especie. Pero también nos ha hecho temblar: no fue un cabalista el que se propuso construir una bomba nuclear, los cabalistas llegaron simplemente a conocer la suerte por medio de los números. Lo que quiero expresar es que la ciencia nos ofrece estadísticas, teorías y enunciados prácticos, o a lo mucho, relatos de posibilidades cuánticas y no sé qué más. El zodiaco y una que otra teoría conspirativa le dan sabor a esta vida sanitizada de maravillas y de asombro.

Véanlo bien: una vez nos sorprendió que el hombre estuviera en el espacio y llegara a la luna; después tuvimos que inventar aliens y el área 51 para darle vida a un proceso que es técnico y, sinceramente, aburrido. A nivel narrativo, ¿no es más bello Elías subiendo al cielo en un carro de fuego que Neil Armstrong en un armatoste metálico?

Este es el punto al que quiero llegar: la narración. Si yo leía revistas de Año Cero o Enigmas, en vez de documentos científicos era porque estimulaban mi imaginación, porque siempre es más seductor ver fotos borrosas de ovnis que las fotos enviadas por el Voyager del universo. Cuando alguien te hace una lectura zodiacal es exquisito porque suena a chisme con percepciones futuras y psicoanálisis, todo eso manifestado con el acto del habla y la imaginación.

En ambos casos, se nos pide que suspendamos por un momento la verosimilitud del universo, o mejor, que aceptemos esa falta de verosimilitud porque todavía hay mucho de lo que desconocemos y rellanar ese desconocimiento es esencial cuando la ciencia nos dice: no sé, estamos investigando.

El pensamiento conspiranoico y el pensamiento zodiacal es una actitud mental de gran complejidad y son tan legítimos como el pensamiento teológico, filosófico y científico. Necesitan abstracción, recurren a procedimientos rigurosos (una carta astral es matemática) y tienen un plus: es frecuente el uso de metáforas e imágenes y, aunque parezca un sinsentido, capacitan el sentido crítico. Una teoría conspirativa no es más que un ejercicio de poner de cabeza los presupuestos oficiales.

¿Cuándo se vuelve riesgoso esto? Cuando se politiza o capitaliza. Y esto le ha pasado a la ciencia, no creamos que es tan neutra como dicen. Está claro que es mejor un presidente que recurre a la ciencia antes que a los horóscopos para gestionar la gobernanza pública. Es lamentable que la teoría de que no existe cambio climático sea tan extendido y usado por políticos como Trump. ¿Qué nos dice esto, además de la irresponsabilidad? Que la ficción es poderosa y que las teorías conspirativas nunca deben aspirar a estar de moda, sino a circular entre unos cuantos bichos raros como uno. En pleno siglo XXI debe haber una separación efectiva entre Estado y teorías conspirativas.

No voy a negar que todo esto que he dicho puede sonar arriesgado, sobre todo en este momento de fake news y detractores de la ciencia. Las ideas del desarrollo se basaban precisamente en una visión cientificista aplicada a la vida cotidiana e industrial, pero ahora lo que vale es la opinión tergiversada de quien grita más alto.

Por eso, hoy más que nunca, tenemos que ganarnos el privilegio de creer en el zodiaco o teorías conspirativas y, esto es, reconociendo primero que ambas cosas son inofensivas (no buscan simpatías políticas ni empresariales), y luego, que estamos obligados a reconocer que más allá de esto, nuestro entorno necesita la comprensión empática del mundo. No sirve de nada saberme un Leo o creer en el proyecto MK Ultra, si a eso se reduce mi capacidad de desarrollarme en el mundo.

Entonces, quiero vivir en un lugar donde las otras narrativas, por muy esotéricas que sean, nos acompañen como una ficción sabrosa, pero un acompañamiento amistoso y nada más.

A fin de cuentas, el zodiaco y las teorías conspirativas revelan la inoperancia de la racionalización: no podemos vivir continuamente amarrados a una realidad de causas y efectos. ¿Creer en eso es un punto de fuga? Posiblemente, pero también tomo la decisión de creer en vistas de que es increíble, porque es la prueba de que el universo es caos y es incognoscible. Para darle un orden estamos dispuestos a trazar doce signos en las estrellas y a desconfiar en los reptilianos.

En efecto, en mí caben estas contradicciones sin poner en riesgo mi inteligencia. Absolutamente soy el dueño de estas ficciones, porque me dicen algo que una ecuación no puede. Elijo creer en mi signo porque no pone en riesgo a terceras personas. Me dejo engañar, si ustedes quieren, por las advertencias de que se está formando un Nuevo Orden Mundial, pero es un engaño que me sabe bien.

Y aún así, soy capaz de la mesura, distingo discursos abusivos, analizo el porvenir de mis circunstancias sociales, escribo para una revista: estoy en control de mi curiosidad y mi lado creativo. Soy un Leo con ascendente en Cáncer, no podría ser de otra forma.

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