por Jhonny Euan
Fotos de Roger Sánchez Ayala
En algunos lugares apartados de la ciudad se viven noches brutales y más oscuras de lo normal, casi tirando a lo fúnebre. La música es el motivo, ésta se torna alocada, perversa, hasta satánica y transgresora de la paz. Se acompaña con alcohol, mucho sudor y jóvenes haciendo desmadre.
Una tocada es la causa de un par de horas desenfrenadas en algún bar o local. Estos eventos, que se promocionan en redes sociales con imágenes grotescas y tipografía casi ilegible, son una ola sonora que no cesa y que en cada ocasión se refuerza con la presencia de jóvenes y adultos que escuchan música estridente, les gusta romperse la madre en un mosh pit, y emplean el gesto de la mano cornuta para cualquier aprobación.
Estos toquines son parte de la cultura urbana de la ciudad, a muchos les asusta porque confunden a un músico de death metal con un asesino serial; y a otros simplemente les apasiona hasta el extremo. Basta pararse a las afueras del lugar donde se efectúa una tocada para observar el outfit -que muchos repudian- casi obligatorio. El color negro no puede dejarse en casa, no es que se vaya a un velorio, pero es parte esencial cuando se va a escuchar heavy metal. Son las citas perfectas para el atuendo básico: botas negras tipo obrero, con pantalones de mezclilla rotos y playeras negras con el logo de una banda, acompañadas por un chaleco de mezclilla lleno de parches. Esto se combina con una buena melena para poder hacer headbanding, y algunas pulseras en las muñecas.
Hay quienes usan cazadoras biker llenas de estoperoles puntiagudos, guantes y cadenas en los pantalones junto con un cinturón de balas y peinados punks. O simplemente desnudos de cintura para arriba exhibiendo la galería de tatuajes. Es la moda común en las fiestas musicales, un estilo que viene de mucho años atrás, con personajes como David Bowie o las bandas Kiss, Guns N’ Roses, Slayer, Sex Pistols, Black Sabbath, Ramones, Metallica, entre otros.
Un estilo y música que siguen vigentes y que atemorizan a los parientes y adultos mayores, que por el aspecto que lucen o la voz exasperante de la canción que escuchan por horas, los satanizan y argumentan que oyen música del diablo o de la muerte. Lo último se refuerza, sin objeción, por la ropa negra y sucia, las calaveras en el collar y los posters de la muerte, cruces invertidas y pentagramas que suelen pegar en las paredes del cuarto.
En Mérida, el Heavy Metal tiene muchos seguidores y hay varias bandas metaleras que suenan potentes con sus voces agudas y sus rolas rompe tímpanos y de latigazos eléctricos. Estas agrupaciones glorifican las noches de adrenalina y dignas de un buen mosh con golpes y gritos ensordecedores, y claro, el agitar sin parar la cabeza. Además de divertir, diversifican los géneros musicales, los combinan y hacen más rica la muestra underground en la ciudad.
Existe toda una red de estos eventos y de lugares para festejar al metal pesado, la información fluye por las redes sociales y el fanatismo hacia este género se refleja en la apariencia. Por esto, también en Mérida hay personas que consideran el gusto por el Black Metal -por ejemplo- como una afición aberrante e irracional hacia música pecadora y de muerte. Creencia que se fortalece con el performance de algunas bandas yucatecas; los integrantes se pintan las caras al estilo Corpse Paint, mezclan sonidos de gemidos, voces bestiales, aullidos; algunos rompen botellas en el escenario, actúan de zombies con sangre que se duda sea ficticia; se drogan, se retuercen al tocar y disparan sudor y gritos de agonía y locura a los presentes.
Todo lo anterior hace que algunas personas –parientes, conocidos, amigos– vean estas preferencias musicales como adoraciones diabólicas que convierten a sus escuchas como maniáticos hijos de la oscuridad, y que deben confesarse o regresar a cómo de lugar al camino correcto. Tienen que quemar discos, playeras, tirar la cabeza de chivo, costurar los pantalones, quitarse los piercings, pintar las paredes, cortarse el cabello, bañarse e incluso asistir a un oficio de exorcismo.
La justificación de la sociedad para su exagerada intolerancia es que todo se relaciona con la muerte. Las canciones son ritos satánicos, invocaciones al demonio, rezos de ultratumba. Quizás lo sean, en algunos subgéneros, pero se olvida lo esencial: es sólo música, arte. Es un estilo con acordes de guitarra, sincronización de batería y manifestación del talento artístico de individuos comunes y corrientes que no pretenden matar a nadie, violar a la más guapa ni mucho menos incendiar una iglesia, solamente quieren tocar Crossover Thrash, quizás Black Metal, Death Metal, o hasta un hardcore punk, ska core o Metalcore. Quieren hacer desmadre.