Museo Paranormal de Yucatán: entre el terror y la devoción

Por Yobaín Vázquez Bailón

Fotografías: Museo Paranormal de Yucatán

La única convicción que tenemos sobre los sucesos paranormales es que son esporádicos y tienen una presencia lejana: le pasó al amigo de un amigo. La mayoría nos creemos a salvo de los fantasmas y los demonios, de los ovnis y los chupacabras, ya sea por escepticismo o porque tenemos la convicción de que los exorcistas y caza fantasmas hacen bien su trabajo.

Un Museo Paranormal es atípico porque rompe con la seguridad de que los misterios son invisibles a nuestros ojos. Museo y paranormal no deberían estar juntas en una misma oración, porque los museos son espacios que reglamentan y dan orden a las cosas materiales de los humanos, y lo paranormal es un conjunto de criaturas y ectoplasmas que no pueden ser medidas, son caos. Museo y paranormal resultan ser dos conceptos que de primer momento chocan.

 

Y sin embargo, existe. El Museo Paranormal se encuentra en Mérida, en la colonia Cortés Sarmiento, ubicada al oriente de la ciudad. Fue fundada en 2016 por el investigador paranormal y director de la revista Misterios, Jorge Moreno, un ícono del terror en Yucatán.

A simple vista, el Museo Paranormal resalta por su excéntrica fachada, desentona con las casitas de austera decoración que la escoltan. Su pintura negra anuncia, claro, la oscuridad que alberga en sus adentros.

Hay algunos carteles muy llamativos que ponen al tanto de lo que se puede encontrar: una réplica del Fauno que aparece en la película de Guillermo del Toro o un troll macabro que recibe el nombre de Bardem.

Yo me esperaba encontrar un sitio más tenebroso. En las calles del centro de Mérida existen casonas más tétricas, más señoriales y misteriosas. Quizá por eso la puerta del museo es custodiada por una gárgola falsa y que de un techo cuelguen muñecas en un estado tan lamentable como cuando Chucky fue arrojado al fuego.

Esto ya nos deja una lección: si una casa no cuenta con un halo sobrenatural, puede recrearse con un poco de utilería.

 

Que el Museo Paranormal esté ubicado en una colonia fuera del centro (donde está la mayoría de la oferta cultural meridana) y especialmente en una colonia no gentrificada, es una declaración de principios.

Lo terrorífico surge en lo popular, no requiere grandes inversiones como el Museo del Mundo Maya, lo importante es que su contenido impacte y deje satisfecho al público.

También es una declaración estética: el terror puede encontrarse en cualquier lugar, en tu casa o cerca. Tan es así que frente al museo hay una frutería que pone música guapachosa y es inevitable recalcar lo evidente: allí se enfrentan la cotidianeidad y el misterio; solo una calle divide la alegría de lo espeluznante.

La entrada cuesta entre 50 y 70 pesos, dependiendo si lo quieres con o sin un guía. Los precios son más bajos para niños o estudiantes. Es asombroso que hasta lo terrorífico pueda ser sujeto a capitalizarse, pagamos para sentir ñáñaras, sea un boleto de cine o un ticket a este museo que posee 500 objetos relacionados con lo sobrenatural. Pero como bien nos ha enseñado Starbucks, aquí no cobran por ver estos objetos, cobran por la experiencia.

Otra fuente de ingresos son los artículos en venta: santas muertes, inciensos, calaveras y una vasta colección de duendes y trolls que atraen la buena suerte, personalizados según lo que se requiera. Entre ellos se incluye a un troll gay que sirve para que “no critiques o no te critiquen por tus gustos y preferencias”.

Sin haber entrado todavía al recinto paranormal, presiento que aquí me voy a encontrar con algo más que un escalofrío en la espalda.

 

Las seis salas del terror

El guía da la bienvenida a la sala uno. La habitación es oscura y el guía apunta al techo con una linterna, para dar un efecto más dramático. Luego apunta con la linterna a la figura del fauno mientras explica su lugar en la mitología.

Me distraen las fotos que están puestas a sus pies, es algo que solo he visto en las iglesias, para pedir un favor a los santos y vírgenes. Escucho que el guía dice que los faunos son considerados criaturas que cumplen deseos, y por eso dejan las fotos de quienes quieren recibir su gracia. La devoción de la gente alcanza lugares y seres insospechados.

La sala está rodeada por otros objetos. Tiene dos muñecas de la misma marca de Annabelle, de menor tamaño pero igual de extrañas.

El guía también cuenta su historia, de cómo llegaron al museo por una donación. En otro lado se ven tres ouijas, de las que también justifican su presencia por donativos. Durante el recorrido esto va a ser una constante, todos los objetos tienen un lugar de origen bien conocido.

Este puede ser el museo más ético del mundo, porque mientras museos como el Británico tienen objetos debido al extractivismo cultural resultado del colonialismo, el Museo Paranormal los ha obtenido porque fueron cedidas por sus dueños o algunas fueron compradas.

La sala dos no es la gran cosa. Tienen la figura de lo que parece un hombre lobo y a su lado se erige un “bastón de mando” que le perteneció a un brujo maya que se convertía en huay pek. Esa vara se me hace demasiado estilizada, pero decido creer. El hombre lobo es entonces una representación del brujo convertido en perro.

 

Ese “bastón de mando” no lo van a encontrar ni en el museo de antropología. Según el guía fue un regalo del propio brujo. Su valor lo han cotizado algunos visitantes en dólares, pero al ser una de las piezas más emblemáticas del museo y pertenecer a una larga tradición de brujos que se convierten en animales, deciden no venderlo.

Una vez más, la ética le gana a la rapiña capitalista y colonial.

La tercera sala es de objetos relacionados con la brujería y la santería. En esa parte, el guía hace hincapié en que todas las piezas exhibidas en el museo están desactivadas, es decir, no pueden causar daño.

Esto le da profesionalismo al recinto, porque no busca espantar a la gente con recursos fáciles. Sería muy apropiado alertar a los visitantes de no tocar nada bajo riesgo de llevarse una maldición o de que le jalen las patas en la noche, pero aquí no optan por eso, sino que tratan de mantener un ambiente tranquilo. Esto no es una casa de espantos.

En la sala se puede apreciar una especie de busto con forma de persona putrefacta, como un zombi. Proviene de Nueva Orleans y fue arrastrada por el huracán Katrina. Es de las piezas más peligrosas en el museo, y aunque también está desactivada, es la única que resguardan con una caja de vidrio, por si las moscas.

También exhiben el espejo de una bruja maya, muñecas vudú, libros de magia negra y un muñeco de santería al que le dejan monedas como ofrenda. Cuento el menudo de mi cartera, pero no estoy seguro de querer un contrato espiritual con ese objeto.

La sala cuatro está dedicada a la Santa Muerte en diversas representaciones: grandes, medianas, chicas, vestidas con holanes, hechas de yeso o de cera.

Las ofrendas eran cuantiosas, ya no solo dinero, sino productos de tiendita: sabritas, jugos, cocas, licores, cigarros. Aquí no estoy tan sorprendido porque la Santa Muerte es una devoción que se expande con mucha fuerza.

En esta sala también cuentan con una figura de Malverde, otro santo popular no reconocido por la iglesia católica, y diversos íconos religiosos como vírgenes de Guadalupe o San Judas Tadeo, pero quebrados o quemados. Mención especial para los cuadros de niños llorando, de esos que tenían las abuelitas en sus casas.

La sala cinco es quizá la más popular. Allí albergan una gran cantidad de muñecas que estuvieron poseídas. Llama la atención de inmediato una Annabelle de considerable tamaño que es iluminada con luz UV morada, de esas que usan algunos camiones para darle ambiente.

Hay muñecas que parecen nunca haber sido lavadas, otras están presas en botellas de plástico, unas más calcinadas, incluso cuentan con algunas piezas de la famosa isla de las muñecas, que está en Xochimilco.

 

Una de las muñecas con mayor popularidad es Caty, pieza fundamental para erigir el Museo Paranormal. Caty es originaria de Valladolid, su historia de posesión la ha llevado a dar tours en varias escuelas y universidades (la Mesoamericana de San Agustín, por ejemplo).

Además cuenta con 200 conferencias por todo el sureste del país, siendo tal vez el ser inanimado con el valor curricular de cualquier profesor de la UADY. Su cumpleaños es el 26 de enero y cada año se lo celebran con un pastel y recibe felicitaciones por Facebook.

Caty es la muñeca diabólica más apapachada del mundo.

La sala seis es la última del recorrido. Está dividida en dos: la repisa de juguetes malditos y el santuario de duendes, elfos, trolls y chaneques. Los juguetes no presentan rasgos atemorizantes, pero sus historias cuentan que se movían solos o eran receptores del alma de algún niño recién fallecido.

Esto parece advertir que cada vez que alguien ande en los pasillos de juguetería, se fije bien de no adquirir un juguete que, en una de esas, tenga demonio incluido.

El santuario de duendes, elfos, trolls y chaneques es una apacible villa que incluye figuras tenebrosas, trolls con pelos parados y muñecos del chaneque que salía en la telenovela Misión S.O.S.

La parte interactiva de esta sección son los duendes del amor, reciben decenas de papelitos con deseos románticos, escritos con la esperanza de que estos seres ayuden a afianzar una relación o dejar atrás la soltería. Mi notita, por cuestiones de privacidad, no puede ser revelada.

En este santuario se aprecia con mayor intensidad la devoción de la gente. Muchas figuras tienen monedas o dulces, otros tienen a sus pies montones de botellas de alcohol. Pero hay una pieza que acapara las ofrendas.

La llenan de juguetes, dulces, galletas, bizcochitos, jugos, dinero y varias fotos de infantes. Esto es lo fascinante del museo, de pedir amor eterno a unos duendes solo hay metro y medio para topar con una veneración inaudita. Hay padres y madres de familia que encomiendan la felicidad y el bienestar de sus hijos a un muñeco encerrado en una vitrina.

Sin duda, los que asisten a este museo se lo apropian mediante la fe. Nunca había caído en cuenta de lo simbiótico que es el terror y el fervor.

Lo tuve que descubrir en este lugar que, además de ser un sitio dedicado a la exhibición de objetos sobrenaturales, es inesperadamente un centro de religiosidad popular. Maravillado por esto, deposito cinco pesos en la caja de ofrendas y salgo convencido de que ese poco dinero no ofenderá a las criaturas que allí habitan.

 

Tener miedo en el siglo XXI

La organización de las piezas del museo es funcional, más parecido a un gabinete de curiosidades que a una curaduría museística.

No hay otro que se le parezca, lo más cercano —y de donde creo que encontró inspiración— es el Museo de los Warren, aquellos que tienen en su posesión a la Annabelle original.

Por eso, en el Museo Paranormal coexisten figuras mitológicas europeas, folklore local, criaturas de películas de terror y religiosidad popular. Esto es, sin duda, terror barroco y rococó paranormal.

La gente tiene el poder de revertir ese cliché de que lo espantoso es malo intrínsecamente, y modelan nuevas formas de relacionarse con lo extraño: lo espantoso también puede darnos luz y esperanza.

El Museo Paranormal no habría durado los cinco años que tiene, y que le auguro muchos años más, sin lo que sostiene todo producto de terror: la narración oral.

La gente está ávida de contar sus experiencias sobrenaturales y otros de escucharlas y creerlas, aunque no exista mucha evidencia. Desde los tiempos en que nos juntábamos alrededor del fuego han existido historias de aparecidos, de pactos con el diablo y embrujos.

El Museo Paranormal canaliza esas narraciones de lo misterioso y desconocido. Si bien no puedo decir que sus piezas efectivamente tuvieron un fantasma o un demonio, es clarísimo que cada objeto está cargado esotéricamente mediante la palabra.

Una muñeca fea y vieja sería basura si alguien no la dotara con un testimonio macabro, se convierte en una muñeca de la que es mejor no acercarse. No exagero al decir que por esta importancia vital de la narración, el Museo Paranormal es también un libro.

Visitar este museo es recordar aquellos días en los que nos juntábamos con amigos para contar historias de ultratumba. Porque incluso si uno va con intenciones irónicas, algo te desarma cuando ves las fotos de los visitantes o sus ofrendas.

Nos obliga a reconocer que algo tan ingenuo como tenerle miedo a una muñeca nunca nos abandona, y da gusto saber que allí las tienen en resguardo.

¿Es necesario un Museo Paranormal en una sociedad laica? Por favor, necesitamos uno en cada ciudad, porque le devuelve a las personas ese miedo primigenio a lo desconocido.

 

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