Ir y venir, nuestra única verdad

Por Andrea Fajardo

Ilustración: Andrea Ortiz Sosa 

Soñaba en un marinero que se hubiera perdido en una isla remota (…) Como no tenía medio de volver a su patria, y cada vez que se acordaba de ella, sufría, se puso a soñar una patria que nunca hubiese tenido. Se puso a pensar que su patria había sido otra distinta, otro tipo de país, con otros paisajes, otra gente y otra forma de andar por las calles y de asomarse a las ventanas…

—Fernando Pessoa

 

En el año 2017, mientras estudiaba el séptimo semestre de la licenciatura en teatro de la ESAY, un maestro de origen cubano me dijo: “El primer paso para dejar de sentirse extranjero es abandonar verdaderamente el vientre de la madre”. Tras llevarme dicha frase a la reflexión esa tarde, deduje que se refería a “abandonar el vientre de la madre patria” cuando uno ha decidido migrar, desidentificarse y adaptarse.

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Hace cinco años me mudé desde Venezuela a México y me convertí en extranjera. Como muchos venezolanos en los últimos años, me mudé por razones económicas y políticas, por falta de oportunidades, por estrés, por cansancio, por miedo a los militares, por seguridad.

Mucha gente considera que migrar es una elección fácil, descabellada e irresponsable; que los que hemos decidido migrar nos despertamos una mañana soleada con ganas de cambiar de país y tomamos una maleta, un jugo de naranja, compramos un boleto de avión y nos vamos.

En el mundo hay aproximadamente 258 millones de inmigrantes en distintos países, según cifras de la Organización Internacional para la Migración (OIM). La mayoría de estas migraciones se han dado por problemas de orden económico, político y social en los países de donde emergen, y suceden cuando en dichos países los ciudadanos ya no encuentran alternativas de vida. En Latinoamérica y Estados Unidos, por ejemplo, las personas inmigrantes son mayormente asociadas al delito y explotadas laboralmente, lo cual casi siempre genera interpretaciones erróneas sobre el tema, por parte de ciertos sectores privilegiados.

Recuerdo que la conversación en la que mi maestro me compartió aquella frase, surgió a raíz de mi malestar por un conflicto que tuve con un compañero de clase. Pues me había dicho que si tanto me interesaba hacer teatro social, me fuera a hacerlo en mi país donde realmente se necesita, y no aquí donde nadie me había llamado.

Sentencias de este tipo, y más insultantes, son las que escuchan muchos extranjeros de manera recurrente en distintos lugares del mundo. Solo por haber tenido la necesidad de salir de sus países buscando una vida mejor. Algunos incluso procurando seguir vivos y teniendo que adaptarse a un territorio distinto, ver nuevos rostros, aprender a vivir de otra forma, con otra economía, otro clima, a veces teniendo que hablar otro idioma.

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En agosto del año pasado fui a ver la obra de teatro El día de ir y venir del Colectivo Escénico El Sótano, agrupación interdisciplinaria que precisamente está conformada por artistas e investigadores de distintos países, y su sede se ubica en el Centro Cultural Tapanco en Mérida, Yucatán. Dirigida por Alejo Medina, creador escénico de origen uruguayo, El día de ir y venir es una adaptación teatral del libro homónimo escrito por el psicoterapeuta suizo Alain Allard, e ilustrado por la artista española Mariona Cabassa.

Cuando llegué al Centro Cultural Tapanco ese día, sabía que vería una obra de teatro acerca de la migración, y me preguntaba cómo sería esto explicado a un público joven, pues en la publicidad se especificaba que era teatro para niños y niñas.

Podría describir la experiencia de esta obra como, precisamente, un viaje. Pasaba de reír a llorar, luego a reír de nuevo, después a reflexionar, otra vez llorar y reír. Era como ir caminando junto a los actores y la audiencia por un sendero de posibilidades y realidades acerca de la migración, pero sobre todo de lo que significa el encuentro entre culturas diferentes: sus visiones, posturas ideológicas, sus lenguajes y necesidades, que evidentemente se ven afectadas por los lugares de origen.

Tuve la oportunidad de conocer algunos aspectos del proceso creativo, en entrevista con el director de la obra. Ambos coincidimos en que estas inquietudes siempre están presentes en la vida de personas migrantes o cercanas a la experiencia de la migración, se vuelve parte de la identidad y una necesidad el hecho de hablarlo. En su caso, la migración siempre fue un tema recurrente, pues desde muy pequeño tuvo que mudarse de Uruguay a México con su familia.

Comenta que tuvo la necesidad de “tocar el tema de lo que significa migrar, pero no en todas estas dimensiones económicas, ni políticas, ni geográficas que se hablan desde siempre, sino en lo que tiene que ver con las relaciones personales. Es decir, cómo dos personas de dos lugares diferentes; una persona que viene de otro lugar se confronta con las personas de un lugar y cómo esas personas de un lugar se confrontan con el que viene de afuera”.

Manifestó que, particularmente, este montaje surgió porque le interesaba encontrar un puente a través del teatro para hablar sobre la migración a los niños, debido a que él como niño había tenido ciertos conflictos con compañeros de escuela y personas cercanas en México, justamente por diferencias culturales, geográficas e identitarias. Tuvo que enfrentar junto a su familia el día a día de lo que significa ser un migrante en México; por lo que consideraba una necesidad vital sacar el tema de los tribunales y congresos de la ONU para hacerlo visible en la cotidianeidad, en un espectáculo lúdico, en un contexto específico y con un público clave: los jóvenes.

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De la lectura a las tablas

El libro original El día de ir y venir es una fábula que describe un mundo imaginario donde se ha perdido el sentido de la vida porque ya nadie se mueve, nadie cambia de lugar. Por esto, los personajes crean el llamado “día de ir y venir” para conmemorar en comunidad sus orígenes nómadas, convocando una vez al año a seis tribus que viajaban a través del tiempo y el espacio, para reunirse y rendir homenaje al movimiento. “En El día de ir y venir recuperan la idea de moverse como parte esencial de la vida, la naturalización del movimiento, de la exploración de otros mundos. Recuperar este pasado nómada de los seres humanos”, según palabras del director.

La obra, por otro lado, es un entramado de situaciones que se relacionan con la fábula del libro y la intervienen, pero que aterrizan en un contexto cercano a la contemporaneidad y a la realidad mexicana en temas de migración. El libro original fue un pretexto para generar una dinámica desde lo teatral, que fuera cercana al universo de los niños y que abordara temas como la migración de mexicanos por la frontera con Estados Unidos, las tediosas políticas migratorias, las diferentes manifestaciones de xenofobia o los estereotipos que se construyen sobre lo extranjero desde lo local y viceversa.

Este entramado de situaciones se construyó en un ejercicio de dramaturgia colectiva, realizada a partir de historias de vida de los integrantes del proyecto.

Una de las escenas más conmovedoras y entretenidas es la del camino y cruce por la frontera, y posteriormente la llegada al proceso burocrático de migración. Según palabras del director esta escena fue construida a partir de un juego de improvisación que realizó con los actores, y que consistía en literalmente “superar fronteras”, a través de preguntas que debían responder con palabras clave. Si la palabra no era mencionada dentro de la respuesta, entonces “no pasaba”, es decir: ¡deportado!

“Así se construyó lo lúdico de esta escena, después la integramos con la idea de un programa de televisión, desde lo absurdo, pero también desde la experiencia que algunos habíamos tenido yendo a la embajada de Estados Unidos a solicitar la visa. ¡Es horrible! Pues no sabes qué tienes que responder, si será correcto lo que vas a responder o no, de qué depende que te den la visa o no. Entonces, fue toda esa construcción de lo absurdo que es someterse a una situación en la que te aprueban y te dicen: “tú sí puedes ir a Estados Unidos, y tú no”, comenta Alejo.

Un momento crucial de esta escena, que además termina de dar sentido a la obra, es cuando finalmente el personaje logra responder la última pregunta, acierta y se gana un pase gigante a la llamada Ciudad Rascacielos, una ciudad de sueños y triunfos a la cual le “dan permiso” de ingresar y de trabajar. Una metáfora del sueño americano o del “pase” como un supuesto premio. El otorgamiento de la visa como un “privilegio” que debes apreciar y agradecer con lágrimas de felicidad, pero que es apenas el principio de un arduo proceso de adaptación para el migrante, en el que muchas veces las instituciones no toman responsabilidad alguna.

Pues sí, obtienes el permiso, un cierto espejismo por el que pagaste mucho dinero y respondiste un incómodo interrogatorio, pero aterrizas o cruzas la línea siendo tan solo un número más en el registro de población, susceptible a la violación de tus derechos humanos, sociales o laborales. Donde las relaciones políticas o diplomáticas entre países pueden afectar significativamente tus condiciones de vida como ciudadano, algunos ejemplos: Cuba, Irak, Siria, China, Venezuela o México y sus relaciones con Estados Unidos. Si a todo esto sumamos las expresiones de racismo o xenofobia de determinados sectores de la población, no queda duda de la importancia del tema, y la necesidad de cambiar las estructuras de pensamiento y de relación social que hemos aprendido.

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Reflexionar sobre migración desde la infancia

Según el director de El día de ir y venir, durante las funciones que han tenido en el Programa de Escuelas Al Teatro que realiza Tapanco, se han encontrado con lecturas muy diversas en el momento de reflexión con los niños y jóvenes. Dichas lecturas pueden depender de la edad o de qué tan familiarizados están los niños y niñas con la migración.

Con niños entre 5 y 7 años la lectura se enfoca más en la idea del movimiento, como plantea el libro. Pero con niños a partir de los 8 años, menciona Alejo que ha quedado impresionado con la lectura política que le han dado a la obra; escuchando comentarios y opiniones acerca de las diferencias culturales y hasta de Donald Trump. Por lo tanto, uno de los factores de impacto que más han observado en este ejercicio, es que es importante tomar la migración como un tema de discusión y reflexión en las aulas (además de la familia), pues si desde niños ya comienzan a generar pensamiento y opiniones acerca del tema, se podrá evitar la falta de memoria que vivimos actualmente con respecto a nuestra identidad migrante.

Una falta de memoria que se ve reflejada en comentarios ofensivos de redes sociales, en imágenes que develan discursos de odio, o en manifestaciones públicas contra migrantes en ciudades como Tijuana, por ejemplo, que prácticamente es una ciudad erigida por hijos o nietos de migrantes mexicanos. Amnesia total.

Es sabido que las expresiones xenófobas traspasan ya el límite de las instituciones y las dimensiones políticas, económicas y geográficas de la palabra Migración. Por lo que es necesario, diría urgente, que se normalice el acto de la migración y la idea de que todos merecemos un espacio para vivir mejor si así lo necesitamos, aunque quede al otro lado del mundo.

Merecemos relacionarnos sanamente, respetar y valorar nuestras diferencias culturales, hacerlas convivir. El movimiento de personas entre territorios es uno de los fenómenos más comunes y más históricos de la humanidad, todos nos hemos beneficiado de dicho movimiento. Sobre ese fenómeno se han formado las distintas sociedades y tradiciones.

La escritora nigeriana Chimamanda Adichie, en su conferencia El peligro de la historia única (TED Global 2009) afirma que “es imposible compenetrarse con un lugar o una persona sin entender todas las historias de ese lugar o esa persona. La consecuencia de la historia única es que roba la dignidad de los pueblos, dificulta el reconocimiento de nuestra igualdad humana, enfatiza nuestras diferencias en vez de nuestras similitudes”.

En este aspecto la obra El día de ir y venir es un espectáculo que trastoca el sentido del entretenimiento per se, y participa de manera activa en la deconstrucción de esa “historia única” que hemos aprendido acerca de la migración y las diferencias culturales. Una puesta en escena que migra de la idea de “espectáculo” a la reflexión y la sensibilización de los jóvenes acerca de valores esenciales del ser humano: su movimiento, el cambio, la convivencia, el respeto a la otredad.

Llevo cinco años viviendo en México, pero al tener la experiencia de esta obra sentí que estaba recién llegada, que el tiempo no había pasado y que cierta nostalgia por haber dejado Venezuela, que creí perdida, había regresado. Se había agudizado en esos sesenta minutos, pero no para mal, más bien para no perder la memoria.

Cuando creí que había llegado a México, en enero de 2014, entendí que apenas comenzaba mi viaje. Cuando pensé que no tenía ningún sentido estar aquí, vi que ya tampoco tenía sentido estar allá, y poco a poco me fui encontrando en ningún lugar. Ahora me gusta pensar que ya no pertenezco a ninguna patria y que todos somos de todas partes, que vamos y venimos y que esa es nuestra única verdad.

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