El corazón de la danza folclórica o todo lo que no se ve en el escenario

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Por: Nery Chi

Ilustración: Elo Draws

Mi Son jarocho favorito empieza con Ay, qué bonito es volar a las 2 de la mañana. Una canción que —además de bonita— sirve para ambientar la madrugada. Si hace unos años me hubieran dicho que hoy tendría un Son favorito, no lo hubiera creído. El son jarocho es un género musical proveniente del estado de Veracruz, y siempre que escucho esta canción en específico, recuerdo el baile que viene con él. En el escenario las luces están bajas, para que cuando los bailarines salgan, se puedan notar las velas encendidas que tienen equilibradas sobre su cabeza.

 

La primera vez que me enteré de este baile fue en la primaria, y en aquel momento no le di importancia. No fue hasta que mi hermana y mi mamá empezaron a tomar clases de danza folclórica y bailaron esta canción en el escenario que quedé encantada. Antes de eso, las simples palabras “danza folclórica” me llevaban a pensar enseguida en todas las veces que bailé obligada en la escuela. Me dolía la cabeza sólo de recordar en esos jalones de cabello de mis tías para peinarme y en lo pegajoso que sentía el maquillaje.

Hoy entiendo que la danza folclórica es el conjunto de distintos bailes de las regiones de México, representando parte de la diversidad cultural de cada estado. Los que estudian, ejecutan o coreografía este tipo de danza en Yucatán, no tienen conocimiento sólo de jarana yucateca, también estudian las danzas de otros estados de la República y algunas de estilo prehispánico.

Fue el amor de mi mamá por este tipo de danza lo que me permitió darle una segunda oportunidad. Recuerdo que cuando iba a verla al teatro, el escenario se llenaba con vestidos de colores, gritos de alegría y zapateos. Además, me llenaba de orgullo verla entre los bailarines, haciendo algo que le gustaba y que además, es parte de la cultura de México. Era ver un baile completamente distinto al que tanto me disgustaba en la primaria.

Detrás del escenario, hay bailarines que aman lo que hacen, pues la pasión es un elemento tan importante como la técnica.

El maestro Armando Bermejo no está en un escenario sino en la pantalla de la computadora y aún así, de fondo, hay una escenografía casera llena de colores y artesanías. Es director de la compañía de danza folclórica de la Universidad Tecnológica de Tecamachalco en Puebla y del área de danza del Colectivo Cultural Macehualli de Tecamachalco. Creció rodeado de danza, pues su abuela, su madre y sus hermanos la practicaron.

—Yo tuve la oportunidad de aprender a respetar y amar el hecho de que México va más allá del concepto, quizás negativo, que prolifera. Entendí que somos una cultura vasta, enriquecedora, y que mediante la práctica y difusión de la danza podemos cambiar el concepto negativo que se tiene del país.

Al igual que el maestro Armando, otros contaron que tuvieron su primer acercamiento a la danza folclórica gracias a su familia. A pesar de la diferencia de edades, pues los entrevistados iban de 25 a 50 años, coincidieron en que es un tipo de danza muy estricta, pero vale totalmente la pena aprender.

La maestra Dinora Meza es instructora de danza folclórica en California, y aunque hoy afirma que este tipo de danza está en su mejor momento, cuenta cómo hace unos años no había grupos de danza folclórica ahí.

En San Diego, California, hay un lugar que se llama Old Town San Diego, que es como un centro histórico chiquito con mensaje hispano. Es un lugar como para los turistas, hay restaurantes y así, para pasar un bonito día en familia. En ese entonces, como en los ochentas, querían grupos folclóricos para que también estuvieran bailando ahí. Y no había. No había en San Diego. Nosotros que estábamos en Tijuana teníamos que cruzar la línea fronteriza, los que podíamos, para ir a dar nuestro show ahí.

No había pensado que la danza folclórica pudiera enseñarse fuera de México hasta que entrevisté a la maestra Dinora. Este tipo de baile llama a los ejecutantes, los inspira, forma parte de su identidad, como se mencionaba anteriormente. Mi mamá me contó en su momento que cada que escucha la música de la danza folclórica, siente cómo se le eriza la piel.

Pocos se dan la oportunidad de conocer el folclor, quizá por los bailables de primaria que a mí también me molestaban de niña. Pero va mucho más allá de un simple zapateo. Una danza puede incluir equilibrar velas, botellas o charolas en sus cabezas mientras bailas. En danzas regionales de Yucatán, se puede bailar con cintas, encima de una caja (llamada Almud) o hasta con una cabeza de cochino. La danza que más me ha impresionado hasta ahora es una coreografía al estilo guerrero, golpeando y saltando machetes, uno de los bailes populares de Nayarit.

Además, la música también varía de región en región. Mientras que mi Son favorito viene del estado de Veracruz, el baile de los machetes se baila al ritmo de un Jarabe Nayarita, donde predomina el violín. En algunos bailes del norte del país, es más común encontrar alguna Polka, música donde el acordeón se hace presente.

Desde los zapateados hasta los “galopes”, los giros y los faldeos, lo que les lleva la danza a todos ellos es una oportunidad de desahogo, de libertad, de des-estrés. Como cualquier otro tipo de arte, la danza folclórica les da la oportunidad de reinventarse, y la maestra Luz María Gómez, directora del ballet folclórico juvenil del gobierno del estado de Yucatán, lo explica de esta manera:

—Podemos ver gente abajo del escenario que no hable, pero cuando la vemos hasta arriba del escenario, vas a ver que se transforma, que se volvió otra persona. No solamente porque está actuando, sino porque en ese momento al sentir la música, o al estar haciendo algo que le gusta, se olvida de todos sus problemas. La danza folclórica nos hace ver de dónde somos, quiénes somos y hacia dónde vamos.

La maestra Dinora concuerda con una sonrisa, bailando divertida a través de la pantalla.

—Cuando bailas, cuando estás envuelta en el baile… Se te olvida todo. Y se te relaja el cerebro, se te relaja el cuerpo, se te relaja todo. La danza siempre y por siempre me ha dejado puras cosas buenas y experiencias maravillosas.

Mi experiencia con la danza folclórica es solamente como espectadora, por lo que puedo decir que la mayoría de las veces a las que asistí a una presentación, si no es que todas, salía del teatro con una sonrisa. Mi papá y yo le dábamos cumplidos a mi mamá y a mi hermana, pero enseguida ellas replicaban con detalles que habían salido mal. Nosotros no habíamos notado nada de ello. Sobre esto, la maestra Alina Huchim coincide con sus compañeros al decir que al subirte al escenario, antes de ser bailarín, te conviertes en actor.

—A los bailarines tú los ves y piensas: “Yo los vi bien”. Pero detrás de ese bailarín no sabes lo que está ocurriendo. Si hay una tristeza, si hay un cansancio, una alegría… Detrás de ese bailarín que ves en el escenario con esa sonrisa, hay algo. Entonces antes de ser bailarines somos actores. Te olvidas de todo, dejas atrás. Por eso dicen que es un desestrés la danza. Porque literal tiras todo, sacas todo lo malo que tienes, en un momento dado, y vas a transformar eso negativo en movimientos. Te olvidas cuando vas a faldear, y sonríes, y te quiebras, y levantas las piernas, te transformas efectivamente.

Sin embargo, ellos nunca piensan que su aprendizaje ha concluido. Aunque por la pandemia ya no puedan reunirse, hay congresos de baile que ahora se hacen en línea. Comparten anécdotas, historias, leyendas y claro, pasos de baile. Forman toda una comunidad. El maestro Enrique Heredia de Tabasco lleva casi 40 años de carrera en la danza e insiste en que aún tiene mucho que aprender.

—Yo tengo 50 años de edad y sigo yendo a cursos, sigo dando cursos, tomando cursos, asistiendo a congresos, participando en congresos. Y donde estoy yo hay señores de 60, 70, 80 años que siguen aprendiendo y siguen también transmitiendo lo que ellos han aprendido principalmente en sus regiones y posteriormente a través de su carrera.

Además, para ellos es importante transmitir algo al público. El maestro Armando, comenta:

—Creo que el buen bailarín tiene que llegar a conectar con el espectador. Cuando un espectador llega a sentir y emocionarse con los gritos, con los colores, con los vestuarios, con las coreografías… Creo que ahí es cuando realmente se hace de corazón. La intención principal es generar en ellos esa empatía, ese cariño, ese amor a lo que hago. En realidad marca la pauta que viene siendo mi cultura, mi identidad, y siempre subir al escenario con el corazón de por medio con las fibras emocionales a tope.

Como cualquier tipo de danza, puede llegar a tener sus altas y sus bajas. La maestra Nelsy Ku es directora del ballet infantil del gobierno del estado de Yucatán y maestra en la casa de cultura del municipio de Tecoh a cargo de tres grupos: el infantil, el juvenil y el ballet titular del municipio. Ella platica que busca transmitir a sus estudiantes el esfuerzo, la dedicación y sobre todo el compromiso que lleva este baile.

—Hay días que parece que quieres tirar la toalla. También fui joven, así que conozco la tentación de cambiar esta disciplina, que requiere mucha dedicación y tiempo, por otras cosas que te llamen la atención. A veces, para sacar un paso te tardas horas. Es mucha disciplina, mucho esfuerzo. Para mí la danza es liberación, descarga, es el momento de sentirme totalmente libre. Es lo que quiero dejarle a mis alumnos. No estés aquí por obligación sino porque te gusta hacerlo, porque tú te sientes bien. Puedes expresarlo y el público lo percibe.

Si la danza folclórica ha sobrevivido tanto tiempo es gracias a las personas que la difunden, que inspiran al público, y transmiten su amor por ella a sus familiares y amigos.

Personalmente, puedo decirles que sigo disfrutando de escuchar la música de danza folclórica. Aunque no baile por tener dos pies izquierdos, siempre sigo cantando a la par del Son de La Bruja. Escóndete Jova, que ahí anda la bruja volando en su escoba.