Por Erika Rejón
Ilustración de Yu Zhenlong
Me encuentro acechando a través de la sección de rebajas. Me atrapo gravitando hacia el interior de tiendas que rara vez tienen diseños o telas que valgan la pena pagar, con personal cuyo método principal de ventas es mostrarte un montón de cosas ligeramente funcionales, pero en empaques bonitos, hasta que sientas la necesidad de comprarlas. Y yo compro.
Aun sabiendo las estrategias de ventas, cómo funcionan y por qué funcionan, hay algo contagioso en estar rodeada de ofertas en productos mínimamente interesantes y personas que los compran.
Sin embargo, estar del otro lado del mostrador, trabajar en retail, es una experiencia distinta, tal vez particularmente atractiva para chicas de 19 años buscando ser independientes y ganar dinero mientras decidimos qué estudiar o si lo haremos.
Retail se refiere a las ventas minoristas: tiendas de ropa, joyería, libros, muebles, supermercados y gran cantidad de etcéteras. Mi experiencia en específico fue en el área de ropa y accesorios dentro de una de las plazas más concurridas en la ciudad de Mérida.
Nunca lo creí un trabajo fácil, pero no supe de las complicaciones y dificultades hasta que las experimenté de primera mano.
Ser amable con personas que te menosprecian mientras haces tu trabajo: venderles. Los corporativos que siempre tienen políticas internas y reglas absurdas como no sentarte por 8 horas o siempre seguirle hablando al cliente aunque este sea grosero contigo; metas de venta altas sin retribución justa y jornadas laborales que te impiden desarrollar y atender tu vida personal o disfrutar de tus hobbies. Las plazas comerciales tienen horarios convenientes para los clientes, pero muy inadecuados para quienes trabajan ahí. En Mérida, Yucatán, la mayoría abren de 11:00 am a 8:00 pm. Muchas veces, les trabajadores deben llegar antes e irse después por tener que acomodar los ganchos, doblar la ropa, limpiar probadores, seguir atendiendo clientes que llegan dos minutos antes de cerrar… Gajes del oficio, pues.
Y sobre todo, se espera de ti que siempre muestres una buena actitud. Eso incluye siempre mantenerse activa, dispuesta y parada, sin importar cómo te sientas por dentro o por fuera. El dolor de pies es lo primero que notas cuando empiezas a trabajar. Mucho dolor en los pies. Aunque después te acostumbras y casi dejas de sentir la incomodidad, pero, ¿qué clase de texto sobre retail sería si no lo mencionara?
Adicción a consumir
De cualquier manera, es una experiencia que te permite observar ciertos comportamientos dignos de un estudio sociológico. Si llevara a cabo ese estudio, yo lo llamaría: “Humanos de ciudad, en lo que les hemos convencido de que es su hábitat natural en esta etapa de capitalismo tardío: el centro comercial”.
La lista de estos comportamientos incluye: incontables bebés sin suéter en una plaza que siempre está fría, mujeres de clase media alta con aroma a perfumes combinados, adolescentes que hieren la autoestima de sus madres o abuelas cada vez que se prueban ropa diciéndoles que todo les queda mal, señores que odian gastar dinero en sus parejas y gente que desconoce la proactividad a propósito y necesita que les señales el precio de la etiqueta que tienen en la mano.
Sin embargo, el punto focal de mi estudio-video / ensayo-tesis sería la adicción a consumir.
Es asombroso ver a las personas correr a la entrada, tan pronto se saca el póster que anuncia los descuentos al interior de la tienda. Son como gatitos a la leche materna, excepto que no se ven bonitos ni están satisfaciendo una necesidad biológica.
Y es aún más sorprendente que puedo convencerles de comprar dos artículos más que no querían en primer lugar: la capacitación ha rendido frutos y el rechazo ya no me asusta, al menos en el área de ventas.
Lo que es triste y difícil de admitir es cómo la adicción al consumo se esparce a trabajadores de marcas tanto locales como internacionales. Desde tiendas como Cuidado con el perro, GOC, La bella pandita, hasta Pandora, Bershka y Aerie. Es difícil de admitir, porque a pesar de ser alguien que consume fast-fashion críticamente, el ser parte de una marca grande dentro de un centro comercial me desestabilizó.
Desde hace aproximadamente seis años comencé a comprar toda mi ropa en bazares físicos o en línea, en tiendas vintage y second-hand y en el tianguis. Descubrí este mágico mundo por una página de facebook llamada Hanz el Erizo que tendría un bazar el siguiente fin de semana, sobra decir que no hubo vuelta atrás para mí. Quiero decir, tener a tu alcance piezas únicas, de buena calidad, con modelos y cortes que ya no se fabrican, ¿y a un excelente precio? ¡Anótenme! Sin embargo, también es fácil caer en las compras excesivas si el precio es bajo, por eso es que el Buen Fin y la temporada de rebajas son tan redituables en los centros comerciales, después de todo.
Entonces, durante el camino entendí que comprar más ropa o productos de los que puedes utilizar sigue siendo detrimental para el medio ambiente y tu propia economía. Esto me llevó a incursionar en el arte de los trueques con mis amigues, no sin antes llevarles al tianguis conmigo para pensar cosas y enseñarles a buscar joyas.
Ya durante los últimos tres años fue que realmente asimilé que no se trata únicamente de dónde compramos, sino cuánto compramos. Creí, ilusamente, que después de llegar a esa conclusión, las plazas y sus ofertas no volverían a tener poder sobre mí. Pero como humilde miembro de esta sociedad, subestimé las trampas del capitalismo.
Durante mi experiencia laboral en la plaza, se me hizo más aparente la normalidad con la que se abordan las deudas y el consumo vacío de cosas que no necesitamos y a veces ni siquiera podemos pagar.
He tenido clientas cuyas tarjetas declinan por exceder el límite de gastos en un día o por fondos insuficientes, y mientras intentan darme explicaciones y buscar otras tarjetas de crédito o débito para pagarme, mi único pensamiento es “tal vez no debería estar comprando tanto”.
Me reafirmaban que “siempre han comprado en la marca” y que “el dinero no es problema” mientras yo estaba pagando mis uniformes con tres meses de trabajo. Algunas iban todos los días a ver qué modelos nuevos habían llegado (ninguno) para llevárselos a precio de línea y nunca levantaban la vista al área de liquidación. Otras llegaban estrictamente los días de ofertas a comprar lo más barato, aunque no les gustara, porque querían vestir la marca: la exclusividad, el nombre, y la calidad, supongo.
Pero, sobre todo, querían consumir. Una señora en particular platicaba conmigo y me decía que no había estrenado todas las prendas que había comprado unos meses atrás, así que era un pecado comprar nuevas, pero quería ver. Sí, mi trabajo al final era venderle, pero compartíamos la misma opinión y disfrutaba platicar con ella, así que no insistía mucho.
Consumo responsable
Sabemos que la chamba del capitalismo es convencernos de que debemos tener el modelo más nuevo en X producto, aunque el antiguo funcione bien; que la solución a nuestros problemas de sueño, de ánimo, de relaciones, de salud está solo a una compra mágica de distancia; que si realmente te amas y te cuidas, gastarás dinero. Y si no tienes el dinero, ¡no te preocupes! Lo conseguimos a cambio de tu alma…
Claramente, el estar consciente acerca del funcionamiento de las ventas, las empresas y el marketing, no te hacen inmune a caer en las trampas, pues es un sistema diseñado y alimentado por las ganancias, no por el bienestar colectivo— ni de la sociedad, ni del planeta. La próxima vez que veas descuentos del Buen Fin, en vez de pensar que tenemos que ver todas las promociones existentes y agotar nuestros saldos, pensemos en la propaganda que nos ha convencido de que debe ser así.
Es imposible no participar en este sistema mientras vivimos dentro de él, pero señalar sus inconsistencias ayuda a revelar ante una mayor audiencia las injusticias a las que nos oponemos y por qué.
Poco a poco, con más información y consumo crítico, nos acercamos a mejorar tanto nuestra salud financiera como las condiciones laborales en el sur global, otro tema que va de la mano con las injusticias de las ventas retail. Desde los trabajadores en las maquilas que producen la ropa, hasta los empleados que la venden en otro continente.
Espero este año todes intentemos consumir menos. Tú y yo no necesitamos seis versiones del mismo producto con los mismos beneficios y defectos. Haz trueques, upcycling, intervenciones de ropa, compra second-hand o cosas duraderas que te sirvan en general. Estoy segura de que si levantamos la mirada de las etiquetas rojas podemos encontrar a otres con intereses afines a los nuestros que nos darán experiencias más satisfactorias que el “ir de shopping”.