Soy Corpus Cristi, médica forense, y esta es mi historia con la muerte

Por Matilda Ro 💀

Ilustración por Eloísa Casanova

Mi primera necropsia fue un 11 de junio, un día antes de mi cumpleaños, y la realicé a un niño que presuntamente se había ahogado en una alberca, pero al terminar la necropsia, esta arrojó que fue atragantamiento por alimentos.

Ese día conecté de una forma diferente, porque era un niño muy pequeño, pero en general me hice consciente que estaba trabajando con personas que respiraron, que tuvieron vida, que tenían una familia que les amaban y se preocupaban por ellos.

Nunca pensé trabajar en un Servicio Médico Forense (SEMEFO). Mi nombre es Corpus Cristi Brea Canto, soy médica general con diplomado en medicina forense y estudié porque cuando era niña acompañaba al trabajo a mi tía, pediatra de profesión, y me fascinaba el hecho de que un médico nunca hace lo mismo, todos los días son diferentes. Yo era muy curiosa y eso de descubrir qué tiene el paciente, a base de un buen interrogatorio clínico, llamó mucho mi atención.

En mi formación como médico tuve acercamiento con todas las ramas de la medicina. Pero fue lo quirúrgico lo que más me atrajo. Me emocionan las técnicas quirúrgicas, ya que me permiten intervenir directamente. Siento que es como abrir un regalo: el cuerpo humano te brinda la oportunidad de descubrir cómo funciona, puedes ayudar a la curación del paciente o brindarle una mejor calidad de vida.

Durante mi servicio social tuve muchos trabajos. Hice de todo: Desde consultas a domicilio, chequeos y monitoreos, hasta trabajar los fines de semana cubriendo las guardias de un médico en una institución pública. Cuando ese doctor se jubiló, por impulso y estima de su esposa, no quisieron dejarme sin trabajo y me recomendó para el SEMEFO. 

Un médico forense es un buen investigador

En ese momento no lo pensé a detalle, yo era estudiante recién independizada de sus padres, y necesitaba el ingreso los fines de semana para apoyarme con mis gastos. El miedo no fue una opción. Me pregunté: ¿qué se necesita para trabajar con los muertos? Y la curiosidad por obtener la respuesta, fue el principal motivador para asistir a la entrevista de trabajo.

El gremio médico, en su mayoría está compuesto por hombres. Es un medio muy violento en muchos sentidos, pero como mujeres, yo siento que más. En la entrevista, el director me vio e hizo una mueca que sentí como incredulidad, como diciendo: “Ay no, una niña bonita recomendada». Pero enseguida me realizó preguntas orientadas a la labor. Posteriormente me pidió que le acompañara a la sala de necropsias, donde se realizaba una para un paciente que había fallecido por traumatismo craneoencefálico por accidente de tráfico.

En cuanto tuve oportunidad, intervine en el proceso. Supongo que el director vio en ese momento mi interés real y eso le convenció para contratarme. Me pidió que regresara ese mismo fin de semana para comenzar a trabajar. Durante dos meses no me dejaron realizar ninguna necropsia, sólo realizaba valoraciones médicas legales, físicas, psicofisiológicas y ginecológicas; antes hubo capacitación intensa y mucha preparación previa.

Pienso que para realizar este trabajo, el médico debe ser empático y además un buen investigador, pero sobre todo tener la apertura mental para ir más allá de lo que la ciencia dictamina. En este caso, el paciente no puede decirte cómo se siente o dónde le duele. El médico es responsable de descubrir qué ocasionó su muerte y muchas veces las circunstancias no son claras. Si tiene una lesión, debes responder cuánto tiempo pasó desde que se produjo, qué la ocasionó, fue provocada mediante la violencia, qué características clínicas y físicas tiene. Y todo desde el manejo de ese cuerpo silencioso. Cuando yo realizo mi labor, voy descubriendo la historia detrás de la muerte de cada persona que atiendo.

Platicar con los muertos

Soy originaria de Tenosique Tabasco. Provengo de una familia rica en creencias y tradiciones, así que desde pequeña el concepto de “la muerte” es algo a lo que no soy ajena. Parte de nuestras costumbres incluyen la celebración de los Santos Difuntos, así como honrar a nuestros seres queridos, que ya no se encuentran en este plano, en las fechas de cabo de año. Mis tatarabuela y bisabuela maternas eran rezadoras y practicantes de magia blanca; mi abuelo paterno nació en Cuba y ejercía la religión Yoruba;  mis padres fueron personas profundamente católicas y espirituales.

El crecer en esa familia, con estas creencias tan diversas con respecto a la muerte, fue algo que indudablemente marcó mi carrera profesional. Yo llegaba para realizar una autopsia y tenía un ritual: empecé a hablarles a los fallecidos.

«Ay, amigo, ¿qué haces acá? Lamento mucho lo que te pasó pero te agradezco que hoy me ayudes a encontrar la causa de tu muerte”. Les pedía permiso, les decía que cooperaran para que pronto pudieran irse a descansar. Y es que sí te escuchan, o al menos eso es lo que yo creo.

En la parte médica, cuando un cuerpo llega a la sala de necropsias se encuentra rígido y es complicado manipularle, sobre todo si son más pesados y grandes que yo. Cuando se inician las disecciones en el cadáver el derramamiento de sangre que se produce al corte genera relajación de los tejidos, desaparece el rigor mortis. Y muchas veces, cuando le movilizas se escucha la salida de aire residual que estaba en los pulmones, a la relajación de músculos costales e intercostales. Entonces parece como si el cuerpo emitiera un suspiro, a esto se le conoce como su último aliento.

Pero también yo percibía que cuando les hablaba, les agradecía y les explicaba el procedimiento, se “relajaban” más rápido. Eso a veces me permitía trabajar con cuerpos más grandes o pesados que yo. Es como cuando le hablas a las plantas y se ponen bonitas, ellas te escuchan. Yo pienso que hay que creer que existe un componente espiritual, más allá de lo que dictamina la ciencia. 

El asesino silencioso

Esa primera ocasión sólo estuve trabajando durante seis meses. Para el 2020, tuve que regresar durante la epidemia por COVID-19 y todo fue muy diferente. La pandemia nos cambió. Se disparó todo, se dispararon las muertes por suicidio, se disparó la violencia, se disparó… todo se disparó.

Esta vez había muchísimas muertes que no eran muertes violentas. Yo antes podía decir que la mayoría de los cuerpos que llegaban a SEMEFO habían participado de alguna forma en un suceso violento, podía ser físico o emocional, eran quienes la ejercían o habían sufrido por ella. Pero en ese momento se trataba de una muerte por un virus que hasta entonces no se sabía cómo tratarle, no había vacuna y en su mayoría se estaban tratando de manera asintomática y descubriendo sobre la marcha. Era un asesino que vino solo y trabajaba de manera silenciosa. A mí me afectó en gran medida, sobre todo en lo emocional. Aunque ahora que miro desde lejos, veo que hubo grandes consecuencias para todas las personas que trabajaron en el sector salud durante ese tiempo.

El trabajar con la muerte, lejos de ser algo que me causaba miedo, me hizo conectar con ella. La muerte también es vida. A lo mejor ya no estás físicamente pero habitas el corazón de todas esas personas que amaste y te amaron. Y pues sigues viviendo, aunque sea en recuerdos, pensamientos o en fotos. 

El año pasado perdí a personas muy importantes. Mi papá falleció de cáncer; en agosto falleció una tía; en septiembre mi abuelita, la mamá de mi mamá. Pero el hecho de que no estén físicamente a mi lado, aunque nada suple sus abrazos, no implica que no estén siempre conmigo. Este trabajo me hizo conectar con mis muertos.

 

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