Mujer que sabe latín, a 46 años del adiós de Rosario Castellanos

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Por Katia Rejón

Texto leído en la mesa panel «Mujer que sabe latín… Rosario, luchadora en las artes y en la cultural» del 5to Encuentro “La Mujer en la Escena Teatral Latinoamericana” 2019 organizado por El Globo Arte y Cultura.

Muchas personas de mi generación, seguramente, nos familiarizamos primero con el sonido de su nombre, antes de saber quién era ella o qué significaba, como suele suceder con todas las palabras importantes.

Es muy fácil juzgar las acciones o ideas de una persona a partir de los valores y cultura actual. En Mujer que sabe latín…, sobre todo en las primeras páginas, Rosario Castellanos presenta un discurso que hoy podría parecer muy prudente, pero que en 1973 era algo sin tantos precedentes, y menos en México. Por eso me gustaría también que pensáramos en ese año, en ese país a punto de estrenar Chabelo y Pepito contra los monstruos, de mexicanos que salían a la calle con pantalones acampanados y amarillos; de estudiantes que no veían a ninguna mujer intelectual en el plan de estudios, más que Sor Juana, y ni se preocupaban por eso.

En 1973 decir algo como: «Desde que nace una mujer, la educación trabaja sobre el material dado para adaptarlo a su destino y convertirlo en un ente moralmente aceptable, es decir, socialmente útil. Así se le despoja de la espontaneidad para actuar, se le prohíbe la iniciativa de decidir, se le enseña a obedecer los mandamientos de una ética que le es absolutamente ajena y que no tiene más justificación ni fundamentos que la de servir a los intereses, a los propósitos y a los fines de los demás», era como para pensárselo dos veces.

He leído en más de una ocasión a algún crítico o periodista señalar que Rosario Castellanos era demasiado panfletaria para la literatura. Quizá sea un remilgo de la época, el estereotipo afectado y la imagen difícil de encajar en arquetipos conocidos. En lo personal, creo que este ensayo es comparable hoy con libros como Los hombres me explican cosas de Rebecca Solnit o Todos deberíamos ser feministas de Chimamanda Adichie, que nos demuestran que sí, que se puede ser una crítica cultural feminista y una gran escritora, simultáneamente, para el escándalo de muchos.

Me parece un poco injusto haber tardado tanto en que este libro llegara a mis manos, que aún estudiándola como una de las escritoras más importantes de la historia de la literatura mexicana, ningún profesor o profesora nos haya dicho que escribía sobre las cosas que nos preocupaban y nos importaban, aunque en ese momento no lo sabíamos. Porque si bien Rosario Castellanos fue poeta, su participación en la cultura mexicana no se limita a Matamos lo que amamos. Ella misma cuestiona en su obra el error de ver a las mujeres como un mito y no como seres de carne y hueso. De la misma forma, todo lo que supe de ella por otros, me llegó con un velo de dramatismo y sutileza, cuando su obra es más bien un maremoto.

Podemos leer, sí, Lo cotidiano:

Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día;
Este cabello triste que se cae
Cuando te estás peinando ante el espejo.

O Memorial de Tlatelolco:

¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente, nadie.
La plaza amaneció barrida; los periódicos
dieron como noticia principal
el estado del tiempo.

Me parece que la obra de Rosario Castellanos por ser tan vasta y versátil es un estudio constante donde nos topamos con cosas sin fecha de caducidad, vigentes como si se hubieran escrito hoy en la mañana.

Por ejemplo, en Mujer que sabe latín dice: ¿En cuántos casos las mujeres no se atreven a cultivar un talento, a llevar hasta sus últimas consecuencias la pasión de aprender, por miedo a la soledad, al juicio adverso de quienes la rodean, al aislamiento, a la frustración sexual y social que todavía representa entre nosotros la soltería? un pensamiento que, estoy segura, a muchas nos recorre y nos increpa justo en el momento en que nos sentimos casi invencibles y que puede pausar hasta el arrojo más implacable. 

No quisiera acabar mi participación sin mencionar que su obra en el terreno del periodismo y el ensayo, tiene una importancia no solo desde el punto de vista literario sino también periodístico. Beatriz Espejo dice que fue la primera mexicana en tomar la escritura literaria como un oficio y su colaboración asidua en suplementos culturales fue un refrescamiento a periódicos con voces y miradas eternamente masculinas.

Fue muy leída, certera y política en esa suerte de ensayos que para algunos escritores desbordaba demasiada pasión. Como si la pasión pudiera dosificarse y dividirse en mucha pasión o más o menos pasión. Hay cosas que se tienen o no se tienen, y me parece que Rosario Castellanos la tenía. Emmanuel Carballo decía que su inteligencia la traicionaba, lo cual me parece absurdo y machista, pues nunca he escuchado nada parecido para juzgar a un hombre. La inteligencia es una virtud de todas las personas, y como la pasión, Rosario Castellanos también la tenía y no hace falta tampoco que se le defienda porque estaba acostumbrada a contradecir a los intelectuales de su tiempo.

Me gustaría citar un fragmento de Mujer que sabe latín, que quizá mis compañeras también recuperen: El mundo que para mí está cerrado tiene un nombre: se llama cultura. Sus habitantes son todos ellos del sexo masculino.

Al principio dije que es muy fácil juzgar las acciones o ideas de una persona a partir de los valores y cultura actual y que había cosas que pudieron ser escritas hoy mismo. Si Rosario vio esta puerta cerrada, no hay duda de que también se tomó la molestia de abrirla; pero hay otras puertas en la cultura y en la vida que siguen cerradas con candado, con cadeneros y más de un pasador, es tiempo de abrirlas para habitar ese mundo que también nos pertenece. Y celebro que hoy, en el marco de este festival, con todas las invitadas que forman parte del encuentro, es obvio que se están abriendo.