María Mandarinas, bordando una vida con la muerte

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Por Katia Rejón 💀

Fotos cortesía de María Mandarinas

María Antonieta de la Rosa, mejor conocida como María Mandarinas, es una artista mexicana de 36 años que iba en carroza fúnebre a la escuela primaria. Su papá trabajó de chofer en una funeraria y le decían “El Muerto» porque siempre andaba en carroza.

Pieza «La niña de las rosas» que forma parte de la exposición «Siento, luego resisto»

El olor a formol y al barniz que se usa para los ataúdes de pino le recuerdan a su papá tanto como las carreteras. Aunque tenía su propia funeraria, más que administrador del negocio, se dedicaba a llevar cuerpos de un lado a otro. Una vez llevó a María Mandarinas y a su hermano a un viaje a San Cristóbal de las Casas para transportar a una señora fallecida a su pueblo natal. Después de la diligencia les preguntó si no querían conocer Chiapas, se detuvieron para llamar en una cabina telefónica y le avisaron a su mamá que iban a retrasarse para recorrer el estado en la carroza.

—Es un negocio donde se cruzan muchas emociones que se normalizan. Yo no podía entender que mi papá comiera tacos de tripa después de embalsamar. 

El negocio familiar provocaba rutinas peculiares en su familia. Su mamá se volvió obsesiva de la higiene, organizaba la casa de acuerdo a ciertos rituales y disposiciones recomendadas por el feng shui, tenía espejos en la entrada y vasos de agua para la limpieza de energía, inciensos y veladoras. Su papá hacía ofrendas al Señor de Chalma, la imagen de un Cristo cuyo santuario se encuentra en el Estado de México pero hay cosas que su papá nunca le contó. Ella lo recuerda como una persona nocturna, que sale de madrugada y está en contacto con la muerte. 

—Lo notaba triste algunas veces por un servicio que había hecho, siempre había momentos muy emocionales pero él tenía una coraza impenetrable. Creo que lo hacía para protegernos, tenía muy claro que no era un negocio muy lindo y nunca nos obligó a formar parte de él, ni heredarlo. 

Su mamá era consciente del manejo de energías que había en su casa y su papá a su vez era consciente de lo difícil que podía ser el trabajo con la muerte. Ella los ve como un equipo de protección, una manera de mantenerlos al margen.

—No hay nada que nos rinda como la muerte. Tienes que tener humildad para comprenderla. 

María Mandarinas recuerda el shock que sentía al ver los ojos sin brillo de las personas muertas. A los 18 años comenzó a maquillar algunos cuerpos de la funeraria. Ahora le cuesta mucho ir a funerales, sobre todo después de la muerte de su padre.

El tejido y la muerte

Funeral bordado, pieza de Las nombramos bordando en exposición

María Mandarinas no heredó la funeraria ni la espiritualidad religiosa de su familia pero encontró en otros rituales el lenguaje de su arte. Estudió en el Centro Morelense de las Artes y una maestría en Producción Artística de la UAEM. Inspirada en proyectos como las Arpilleras de Chile, mujeres que bordaron sus testimonios de la dictadura de Augusto Pinochet y en el Names Project, bordados colosales con los nombres de víctimas del Sida en Estados Unidos, bordó la violencia de género en México. En el 2020, cuando estaba terminando su maestría, se unió a las protestas del 8M con un ataúd tapizado de bordados y fundó el colectivo Las nombramos bordando, para visibilizar los feminicidios de Morelos.  

—Le dije a mi papá que le compraba un ataúd para hacer una protesta y él me lo regaló. Leí sobre el bordado subversivo y su relación con la muerte: las Paracas, momias que cubren en textiles bordados, y las mismas Moiras, estas mujeres de la Grecia antigua que controlaban el hilo de la vida. En México el textil también representa la identidad, es de las primeras cosas que hacemos con nuestras manos. 

La colectiva «Las nombramos bordando» en una marcha feminista

Esa noche después de la protesta se reunieron en la casa de la poeta Salazar, una casa que había sido el hogar de mujeres víctimas de violencia de género a principios del siglo. Después de eso, vino el Funeral Bordador, una exposición que ha estado en el Museo del Arte Popular, el Jardín Borda, la Galería Chocolates, entre otros.

—Me hubiera gustado que fuera itinerante, pero la gestión de mover un ataúd es bien compleja. Antes de que muriera mi papá, yo tenía a disposición la carroza.

El proyecto creció hasta convertirse en una base de datos con tejido y en una pieza que recién se inauguró: un ataúd bordado que habla de su experiencia como activista. 

—El textil te remite a los sentidos porque es parte de nuestro cuerpo, tiene un componente táctil muy fuerte. Entonces la expresión de estas injusticias a través del bordado fue un camino muy intuitivo.

María Mandarinas trabajó en eso durante el aislamiento por Covid 19, la enfermedad que se llevó a su papá. Leyó más de 300 notas de prensa para ordenar los datos de la muerte de mujeres que se convertirían en historias bordadas. Todo eso ocurría mientras las muertes por Covid también incrementaban. A finales del 2020, su papá trabajaba prácticamente solo en la funeraria. Tenía 63 años y entraba en la población de riesgo. 

—Para la familia fue muy doloroso que se hubiera enfermado por trabajar. Nos hubiera gustado tener estabilidad económica para que mi papá no tuviera la necesidad. 

El 24 de diciembre cenaron por última vez en familia, cuando su papá ya comenzaba a presentar síntomas, y celebraron la navidad a la distancia. María Mandarinas recuerda una llamada de su papá preocupado desde un hospital, preguntándole si creía que el Covid era una situación seria. Describe los últimos días del 2020 como terroríficos, sobre todo el 13 de enero del 2021 cuando su papá falleció.

—De un día para otro se desconfiguró mi vida como la conocía. No sólo se fue mi papá sino un patrimonio al que no nos había involucrado. Para mí y mis hermanos la decisión fue unánime y la misma que quería mi papá: que traspasáramos la funeraria. 

María Mandarinas, del otro lado de la pantalla de la entrevista, tiene el cabello color mandarina. Dice que a pesar de que la funeraria ya no sea parte de su familia y se haya ido junto con su papá, él la acompaña, y ella borda esas experiencias a través de su quehacer artístico. Borda incluso las cosas que se quedaron perdidas en el recuerdo.