Por Josue Mariano
Ilustración: Eloísa Casanova
Nunca nadie me dijo que los vigilantes de la plaza me pondrían más atención cuando voy solo a las tiendas, que los hostess de ciertos restaurantes o bares me negarían la entrada sin ningún motivo, o que debo estar siempre listo para probar que no soy un delincuente si la policía me detiene. Lo he aprendido poco a poco, algunas veces solo y otras penosamente en público.
Hace una semana me detuvieron a unas esquinas de mi casa. Ya estoy familiarizado con el procedimiento: una patrulla me cierra el paso repentinamente, me registra e interrogan: ¿Dónde trabajas? ¿Qué haces por aquí? ¿A dónde vas? ¿Qué llevas en la mochila? ¿Dónde vives? Si pregunto por qué, responden que buscan a alguien con mi apariencia física, o simplemente porque “luces sospechoso”.
Esta vez fue diferente, porque en otras ocasiones lo había podido justificar con las circunstancias, pero esta vez no. Me hice consciente de mi apariencia sospechosa, una que siempre me acompañará.
Mis encuentros con la autoridad han sido diversos. Una vez me detuvieron en la ciudad de México. Regresaba de un bar al apartamento de un amigo en la colonia Escandón. Iba acompañado por mi amigo «Chias» y mi novia de ese momento. Nos bajamos del taxi y mientras esperábamos a que el vigilante de los apartamentos nos abriera la puerta, una patrulla se estacionó junto a nosotros. Los policías se bajaron y pidieron que nos pegáramos a la pared para registrarnos. Preguntamos por qué y respondieron que hubo un robo en la zona y buscaban a dos tipos con nuestras características: Pelo largo y tatuajes.
En ese momento comencé a reírme porque ninguno de los dos cumplía con la descripción. Yo soy bajito y de pelo corto, «Chias» es alto y de pelo corto también. En ese momento ninguno de lo dos tenía tatuajes. Aún así, el policía dijo que era necesario registrarnos y mientras nos revisaba, comentaba que no parecíamos de la zona y preguntó qué hacíamos por ahí. Le explicamos vagamente la situación y pareció no creernos. Entonces el vigilante de los departamentos salió y preguntó qué pasaba, nos permitieron entrar y ahí terminó todo. Seguimos riendo en el lobby mientras esperábamos el elevador, pero luego vi a mi novia muy asustada, traté de explicarle que fue solo un mal entendido, que es algo normal cuando sales de fiesta, pero ella seguía muy nerviosa por lo sucedido. Al día siguiente, Chias me explicó que la zona era de un nivel económico más o menos «fresa» y que seguro por vernos “morenitos” nos detuvieron, pero le dije que estaba muy oscuro para que nos vieran el color de piel.
En otra ocasión me detuvieron en la puerta de la casa de mis papás. Era de noche y salí en el auto para comprar a una tienda cercana con un amigo que me había visitado. De regreso nos quedamos platicando dentro del vehículo. De un momento a otro, una patrulla se estacionó junto a nosotros y los policías se bajaron para comenzar a interrogarnos. ¿Qué hacen por aquí? ¿Dónde viven? Resultó una situación que se fue complicando poco a poco. Había salido de mi casa sin mi identificación, mi amigo vivía a unas cuadras y tampoco llevaba la suya, y por algún motivo, la tarjeta de circulación no aparecía. Traté de explicarles que sólo habíamos salido a comprar y que mi identificación estaba en casa, frente a la cual estaba estacionado. Entonces él me contestó: “es sospechoso ver a un joven como tú manejando un auto así”. En ese momento no dimensioné lo que había respondido pero esas palabras me acompañaron por mucho tiempo después.
Le dije que me dejara entrar rápidamente por mis papeles pero me contestó que no podía asegurar que esa era mi casa. Así que decidió llamar a más patrullas. Nos pidieron que bajáramos del auto. Después de repetirle la historia a varios policías, llegó alguien de más rango y nos dijo que nos encontrábamos en una situación muy delicada: El oficial que nos detuvo afirmaba que nos sorprendió tomando en la vía pública y que no teníamos ninguna identificación.
Le expliqué que estaba en la puerta de mi casa, que no estábamos bebiendo y que no habíamos hecho nada malo. Entonces me dio la oportunidad de “probar que era mi casa”. Grité en la puerta para que alguien saliera, tardaron un poco en contestar porque todos se encontraban durmiendo, pero al final mis papás salieron. Mi mamá estaba muy asustada, pensó que algo nos había pasado. El oficial les explicó lo sucedido y ellos no podían creerlo, toda la calle estaba llena de patrullas sólo porque no teníamos identificación. El comandante no supo cómo justificar la situación. Nos dijo que tuviéramos más cuidado para la próxima y dio la orden para que todos se retiraran.
Actualmente vivo en la colonia Yucatán, una colonia antigua de la ciudad de Mérida, ubicada al norte de la ciudad. Es un lugar muy tranquilo, pero con una disparidad muy evidente. En una calle puedes ver casas de varios pisos que ocupan casi toda la cuadra y junto a ellas una casita despintada. Me han detenido tres veces por aquí. La primera vez fue porque caminaba y tomé una foto en la calle, los oficiales de una patrulla que pasaba pensaron que tomaba fotos de casas para robarlas después, como tenía el teléfono a la mano traté de registrar la situación y me lo quisieron quitar. Afortunadamente pude guardarlo antes.
En otra ocasión regresaba de comprar, unos oficiales me detuvieron según ellos porque era muy tarde para hacer compras y no parecía de la zona. La peor parte es el interrogatorio. Estás en tu día a día, te detienen y eres un posible culpable tratando de probar lo contrario. La última vez fue cuando me dirigía a tomar el autobús para el trabajo, a plena luz del día y simplemente iba caminando.
Imagina que mientras lees estas líneas alguien te interrumpe y te impide continuar. Esa forma de agarrar el celular o tu postura al leer son señales de un posible peligro. Soy un hombre de 35 años, mido 1.60, de tez morena y cabello corto. Según los parámetros de la policía, justificación suficiente para retener e interrogar. El problema es que bajo esos estándares 80% de la población es un posible peligro.
En alguna ocasión me pusé altanero y sólo resultó en más patrullas y más hostilidad. Ese día la impotencia me invadió. Me daba miedo tratar de tomar evidencias, sabía que no hay forma de razonar con ellos, que me retendrían todo el tiempo que quisieran y que al final se iban a justificar diciendo que es por la seguridad de todos. No quería que las cosas se complicaran y eso provacara que llegara más tarde al trabajo. La gente pasaba y me miraba, tal vez preguntándose qué había hecho. Me abracé y bajé la mirada, limitándome a contestar las preguntas. Llegó una patrulla más, sólo para explicarme que eran nuevos en la zona y no me conocían, pero que por la seguridad de todos me detendrían todas las veces que sea necesario.
De acuerdo con datos de la Encuesta Nacional Sobre la Discriminación (ENADIS) realizada en México en 2017, los motivos más frecuentes de discriminación son las creencias religiosas y el género para las mujeres; en tanto que para los hombres son la apariencia, la manera de hablar y la edad. La misma encuesta ubica a Yucatán en el segundo grupo de estados con mayor porcentaje de discriminación (21% de la población de 18 años y más, manifestó ser víctima de discriminación por algún motivo en ese año). Así mismo, en 2022 el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) señaló a Yucatán como el estado con menor tasa de incidencia delictiva y la encuesta nacional de seguridad pública urbana (ENSU) apuntó que el 80.4% de la población de 18 y más, consideró como efectiva la actuación de lo policía estatal (la tasa más alta de aprobación en el país), pero solo el 65.1% consideró efectivo el desempeño de la policía municipal en Mérida.
Según el Protocólo Nacional de Actuación (2017), al policía, como primer respondiente, se le atribuyen funciones de prevención, reacción e investigación. Tales como, corroborar la denuncia, localizar, descubrir o recibir aportaciones de indicios o elementos materiales probatorios, así como realizar la detención en caso de flagrancia. En esta lógica, La Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia Nacional, establece que un policía sólo puede realizar una detención en flagrancia como único acto en que la policía puede ejecutar sin la intervención y mando de la autoridad ministerial o judicial, siendo necesario que puedan percibir a través de los sentidos que la persona está cometiendo un delito, o que lo cometió en un momento anterior para que pueda considerarse válida (SCJN, Tesis: 1a./J. 27/2021. (11a.), p. 1283).
Por lo tanto, cualquier policía necesita una orden judicial o ministerial. Así mismo, el Artículo 16 establece que “Nadie puede ser molestado en su persona, familia, domicilio, papeles o posesiones, sino en virtud de mandamiento escrito de la autoridad competente, que funde y motive la causa legal del procedimiento».
Decidí compartirlo con varios amigos, en una especie de terapia expréss y también para saber cómo reaccionan ellos en esas situaciones. Algunos simplemente se rieron y decían que fue mala suerte, otros pensaban que exageraba. Fue cuando lo platiqué con mi amigo Chias que sentí esa tranquilidad de no tener que justificar lo mal que me encontré en ese momento, porque él conoce exactamente lo que estoy hablando. Recordamos aquella vez que nos detuvieron y nos alegramos de que no nos hayan implantado drogas o que nos llevaran solo para cumplir una cuota. Ahora veo que es algo que siempre ha estado presente en mi vida adulta, y que nunca le tomé importancia porque pensé que era algo que a todos les pasaba.
Escribiendo este texto, no pude dejar de pensar en «Una película de policías«, de Alonzo Ruizpalacios, una especie de falso documental que expone la precaria situación laboral que viven los policías: bajos salarios, poco entrenamiento y capacitación, horarios laborales excesivos, equipo de mala calidad y abuso por parte de sus superiores. También ellos están expuestos a la violencia y prepotencia de los ciudadanos.
Ante un panorama poco alentador, me parece importante estar informado sobre el correcto procedimiento por parte de la policía y estar preparado. El Observatorio Nacional de Detenciones Arbitrarias, desarrolló la aplicación Sindea, la cual monitorea y da aviso en caso de ser detenido ilegal y arbitrariamente a amigos y familiares a través de alertas y geolocalización, la misma aplicación recomienda tomar datos como: nombres de los oficiales, número de patrulla, lugar exacto de detención. Estas son cosas que nunca me hubiera tenido en cuenta y me parece muy pocos están al tanto.
Antes de entregar el último borrador de este texto, me volvieron a detener a una cuadra de mi casa. Iba en mi motocicleta, por fortuna, o prevención, tenía todos mis papeles conmigo (también acostumbro hacer una carpeta con las fotos de todos mis documentos actualizados). Recordé preguntar el nombre del oficial y el número de la patrulla.
A partir de ahí, fue una experiencia totalmente diferente. Era un policía estatal, me pidió mi identificación, licencia y tarjeta de circulación, todo sin hacer ningún contacto con mis pertenencias o mi persona. También me explicó cada una de las acciones antes de realizarlas. No sé si fue por pedirle sus datos, o simplemente era alguien con otro tipo de capacitación. Tal vez, la hostilidad que se experimenta durante estas intervenciones «preventivas» de la policía, es resultado de una ignorancia compartida, en la que ninguna de las dos partes conoce sus límites y derechos. Ahora estoy más informado y eso me da un poco de tranquilidad, prefiero ver este problema con más conciencia, aceptando que probablemente nunca cambiará pero nunca dejar de señalarlo.