Por Yobaín Vázquez Bailón
Ser adolescente y ser perfecto es una contradicción hasta biológica: La adolescencia es ese periodo en el que batallamos frontalmente con nuestras “imperfecciones”, ya sea porque uno los reconoce en sí mismo o porque los demás se encargan de recordárnoslos. Quizá por eso sea chocante ver en las ficciones televisivas y cinematográficas cómo se empeñan en mostrarnos adolescentes bellos, inmaculados, tersos. En una palabra: perfectos.
Hace unas semanas se hizo viral el meme de Los de Elite en la prepa/ Yo en la prepa, haciendo alusión a los cuerpos esculturales y la hiper sexualización de un puñado de jóvenes en comparación con nuestros cuerpos estrafalarios y falta de experiencia sexual. Viendo en retrospectiva, no podemos acomodar nuestra experiencia adolescente con los estándares exagerados de producciones como la de Elite. Vaya, ni Rebelde se atrevió a dejar la vara tan alta.
¿Qué es Elite? Una serie en la que todos sus personajes asisten al instituto Las Encinas. Como son hijos de empresarios y gente rica en general, se les representa como gente salida de un proyecto eugenésico en el que mínimamente todos los hombres tienen cuadritos en el abdomen y todas las mujeres son esbeltas y acinturadas. También hay chicos de clase trabajadora, pero quizá un requisito para que les den una beca es que se apeguen a las normas de belleza.
Cualquiera diría: “Bueno, es una ficción, no tienen por qué apegarse a la realidad”. El asunto es que si uno ve al menos 10 películas o series de adolescentes, se encontrará con que todos tienen personajes similares.
Esto de entrada define un discurso muy claro: la adolescencia siempre es bella, de acuerdo a características muy específicas de piel, talla y altura. Además, la adolescencia es el momento idóneo para montar tríos a la menor provocación y vivir en la parranda eterna. Los demás que no se adecúen a ello sirven de contraste, telón de fondo o chistes ocasionales.
La crítica no es que haya gente bonita protagonizando historias de prepa o que su vida sexual sea tan agitada, es que se encargan de ocultar la diversidad de experiencias que no siempre tienen que ver con los fenotipos dominantes. El peligro de esto es que, incluso cuando algunas producciones quieren incluir personas con otros orígenes étnicos o tallas, lo hacen con actores que se acoplan a lo canónicamente bello. Por eso vemos latinos con perfiles europeos y chicas que pesan 60 kg para hacerlas ver como gordas.
La verdadera inclusión está en aceptar la belleza en lo diverso, y darle la vuelta a lo que ya había mencionado: toda adolescencia es bella porque cada uno es único, porque no hay imperfecciones que valgan más que las personas. Y si bien la adolescencia es una etapa de experimentación sexual, los contactos íntimos suelen ser esporádicos y torpes.
La serie Young Royals, por el contrario, viene a proponer otra representación de los adolescentes. También es una historia centrada en las clases dominantes y en la realeza, pero no por ello incurre en presentarnos personajes que parecen salidos de un catálogo de modelos. Sus dos protagonistas, Simon y Wilhelm, son dos estudiantes de prepa que no tienen cuerpos descomunales, su apariencia coincide con la edad que representan en la historia.
Si algo nos enseñó la corona británica, es que tampoco ellos cumplen con los estándares de belleza, y no por ello dejan de ser gente que desea y es deseada (por su dinero y estatus, si lo queremos ver cínicamente, pero también porque genuinamente pueden gustarle a las personas). Esto lo refrenda Young Royals al mostrarnos personajes que sí se apegan a lo considerado bello, pero también personajes que pasarían por “normales” y otros que no cumplen con los estándares de belleza hegemónicos.
Sin duda, lo más atrevido de esta serie es que no esconden el acné de sus protagonistas. De hecho, en ocasiones parece que intencionalmente los enfocan, ¿por maldad? No, para normalizar algo tan natural como tener granos en la edad de la punzada. Esto es tremendamente revolucionario en una época de filtros digitales, porque le devuelve a la adolescencia algo negado: la confianza de no tener el cutis perfecto como los que salen en Elite.
Una de las protagonistas de Young Royals, Felice, es una muchacha que se contrapone a toda la fisonomía que se le pide a las líderes de grupo. Ustedes piensen en las plásticas (Chicas pesadas), las Ashleys (Recreo) o las Divinas (Atrévete a soñar) y se darán cuenta que solo varían los rostros y algún tono de piel; pero en el fondo predomina la silueta estilizada y los rostros de impacto. Felice no está tallada en esa perfección, pero sigue siendo una chica que rompe corazones, su trama no tiene que ver con su cuerpo o su apariencia. Rompe con una narrativa que la hubiera encasillado en ser la amiga de la protagonista preciosa.
Necesitamos más series y películas que destruyan el mito de la belleza perfecta. Y no por resentimiento contra los guapos y las guapas, es porque al tenerlos como únicos referentes de lo que es agradable para las audiencias, contribuye a que los adolescentes vivan presionados por no lucir como una Ester Expósito o un Manu Ríos. La pareja protagónica de Young Royals tampoco es que dinamite los cánones de belleza, siguen siendo delgados y lindos. Pero el hecho de presentarlos sin tanta artificialidad, crea una perspectiva distinta y un lugar seguro para los adolescentes.
Por eso son tan importantes los granos en la televisión y el cine, por eso son importantes los cuerpos diversos, por eso son importantes las historias que dejan de centrarse en la apariencia ideal; porque permiten que la audiencia sea más empática con los personajes y saber relacionarnos mejor con nuestras lonjitas, nuestras cicatrices y tonos de piel. Pero sobre todo, la diversidad puede salvar a la chaviza de ya no perseguir endemoniadamente la inexistente perfección.