Lecciones de George Steiner, filósofo judío, contra el genocidio de Palestina

Por Yobaín Vázquez

Foto por Peter Marlow

George Steiner fue un filósofo y crítico literario judío que había experimentado desde los once años el abandono de su patria por la violencia que se desató contra los de su estirpe durante el nazismo. Nacido en Francia, su familia huyó hacia Estados Unidos y posteriormente, Steiner regresaría a Europa. Una vez le preguntaron si había considerado vivir en Israel. Él respondió:

«El hecho de que un judío tenga que torturar a otro ser humano, como hace la policía secreta israelí, para sobrevivir, es algo a lo que no me puedo acomodar racionalmente”.

George Steiner, foto por Peter Marlow

El planteamiento es sencillo: acomodarse racionalmente, éticamente incluso, antes de acomodar su presencia física en un Estado que coloniza a Palestina, era un acto de primer orden. ¿Cómo podía establecer un hogar en el mismo sitio donde se cometen crímenes contra civiles palestinos en represalia por ataques terroristas y para consolidar el proyecto de erradicación de un grupo étnico?

La razón va primero, o debería ir primero. La realidad nos dice que siempre se adelanta la sangre.

George Steiner no sólo rechazaba vivir en Israel, además era crítico con la base ideológica y política que conformó esa nación: el sionismo, por sus raíces nacionalistas y el militarismo que dependía para sobrevivir. Su malestar era porque orillaba a los judíos a repetir una vieja historia de violencia y persecuciones en la que antes, como pueblo en diáspora, fueron víctimas; y ahora, como nación, perpetradores. Su llamado era a no olvidar la lección diaspórica:

“Somos el pueblo que, al estar despojado y acosado, ha tenido el fantástico privilegio aristocrático de no torturar a nadie, de no convertir a nadie en apátrida”

No es poca cosa que George Steiner tomara esa postura. Su padre fue parte del círculo cercano de Theodor Herzl, impulsor del sueño utópico de establecer un Estado para el pueblo judío. Con el tiempo habría de reconocer que ese ideal tenía un costo alto:

“Vea usted los sufrimientos. Vea ese Estado armado, que para sobrevivir tiene que ser una de las sociedades más militaristas de la tierra”.

Quiso abrirnos los ojos, pero todos echaron la vista a otra parte, para no admitir los misiles, los bombardeos indiscriminados a casas, escuelas y hospitales; el apartheid, la expulsión, las restricciones de agua, luz y combustible; el amurallamiento, la destrucción de olivos, la criminalización de sus habitantes. El genocidio.

¿Qué queda de ese sueño judío que en el siglo XIX proclamaba habitar una tierra que antes había manado leche y miel y ahora solo sangre y bombas? El proyecto sionista de Herzl era ver cumplida la profecía bíblica de que “las armas se convertirán en rejas de arado” y más bien las armas se convirtieron en el garante para las rejas de arado.

¿Y qué pasa con la memoria histórica?  Cada que se celebra el Día del Recuerdo del Holocausto (Yom Hashoá) todo el país de Israel se paraliza ante el sonido de sirenas. Los autos se detienen, las personas se quedan de pie y en silencio para honrar a los asesinados en la Segunda Guerra Mundial. ¿Por que no hay una parálisis semejante ante el asesinato indiscriminado contra civiles palestinos? El recuerdo siempre es selectivo.

 Lo más arrebatado sería decir que los sueños utópicos y la memoria histórica se desvanecen en la locura.

George Steiner entendió que la explicación de que hay gente loca en el poder no tiene sentido. Fue la planificación bien medida la que torció el sueño del sionismo hasta convertirlo en política de exterminio. Fue la instrumentalización de la memoria del Holocausto la que se enarboló como defensa ante las críticas: quien cuestione será considerado irremediablemente antisemita.

No hay locura, son discursos lógicos (o que intentan seguir un orden lógico), alianzas y operaciones tácticas las que permiten que sea (ir)racionalmente posible vivir en un país, a costa de sufrimiento y muerte. Se consigue explotando una utopía: las fértiles comunas agrícolas (kibutz) conviviendo a kilómetros de gente hambrienta; la tecnología israelí colindando con barrios empobrecidos. Se consigue con la administración del odio étnico y religioso, burocratizando el miedo al otro. 

“No veo otro modo de comprender que nuestros más bellos empeños se transformen en infiernos”.

La creación y legitimidad del Estado de Israel tiene que ver poco con la cultura judía y más con las estrategias geopolíticas, el control de recursos y rutas de comercio. George Steiner no quiso vivir en esa nación porque no le significaba gran cosa, siempre consideró a las banderas y los pasaportes como baratijas peligrosas. Para este filósofo había otro hogar para el pueblo judío:

“Nuestra verdadera patria no es un trozo de tierra rodeado de alambradas o defendida por el derecho de las armas; toda tierra de este género es perecedera y precisa de la injusticia para sobrevivir. Nuestra verdadera patria ha sido siempre, es y será siempre un texto”.

Habla de la Torá y todos los libros que se desprenden para interpretarlo. No es una patria en sentido religioso, sino de la permanencia de una identidad que sobrevivió a éxodos, pogromos, inquisiciones y holocaustos. El texto, pero mejor dicho: la comunidad alrededor de él, ha sido suficiente hogar para los judíos en cada país donde se encuentren porque da vida, protege, ilustra, razona y no exige conquistas ni muerte. 

A George Steiner nunca se le escuchó decir que las personas afincadas en Israel debían aborrecer el suelo y partir hacia otros lugares. Él mismo, para el final de su vida, llegó a cuestionar si sus planteamientos de no vivir en Israel eran arrogantes o su crítica al sionismo demasiado cómoda desde el privilegio de no pertenecer a una sola nación.

Lo que sí decía era que el Estado de Israel no era la única opción posible, pero prevaleció por encima de otros caminos que implicaban trascender la identidad nacionalista. A la comunidad internacional se le hizo creer que la aparición del Estado de Israel fue inevitable y de la que no había marcha atrás. George Steiner lo consideraba un triste milagro. 

Una tristeza insertada históricamente por 75 años y de la que hay que plantearse: ya que existe ese territorio geográficamente demarcado por las vallas y retenes, ya que existe ese aparato de gobierno que tiende a endurecer sus ataques contra la población de Palestina, ya que existe una población israelí que vive entre el azoro y la rabia, la esperanza de paz y los ánimos de revancha, ¿qué opción queda?

Algunas propuestas ya han sido dichas: el desmantelamiento de las políticas segregacionistas y del militarismo que no busca la paz sino el conflicto, la aplicación efectiva de sanciones cada vez que se rompa una resolución. Opciones de no violencia.

Si acaso esto es posible, se daría sólo en el caso de que más personas, como George Steiner, no se acomoden racionalmente para permitir que la injusticia e indignidad, el genocidio y la humillación, acaben contra los que viven en Palestina

 

*Las citas y parafraseos son tomados del ensayo “El Pueblo del Libro” y “Entrevista con Ronald A. Sharp” en el libro Los logócratas de George Steiner; y un extracto de la entrevista que le realizó Laure Adler en su libro Un largo sábado.

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