Las malas y el derecho a ser feliz siendo trans

Por Laura Matilda.

Foto: El estante literario.

Camila Sosa escribe sobre el dolor de vidas disidentes, con crudeza poética. Nos habla de ellas, les devuelve la vida, las nombra y hace que existan otra vez. El resultado es una novela bellísima, a pesar de la brutalidad, la injusticia y el dolor.

En Las malas (Tusquets, 2019) Camila Sosa Villada nos cuenta la historia de ella y un grupo de prostitutas transexuales que se ganaban la vida entre las sombras del Parque Sarmiento en Córdoba, Argentina. En una de esas noches, se encuentran a un bebé abandonado y es a partir de este suceso que la autora recorrerá el pasado y el presente para mostrarnos un universo de violencia y marginalidad, sí; pero también de cariño y sororidad.

Con este libro Camila ganó el Premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2020, ha sido reeditado 9 meses desde su primera publicación y le trajo a una visibilidad que está utilizando para cuestionar al sistema heteropatriarcal que suprime a la comunidad trans.

Desde su infancia en Mina Clavero y Los sauces, donde los hombres no debían llorar, donde su padre, ebrio de ira, pulverizaba todo rastro de belleza con sus puños, fue allí, frente al espejo, donde Cristian Omar ve a Camila. Un labial rosa viejo, retazos de tela que se vuelven minifaldas y la plegaria, a un Dios que cabe en un rosario, para que el cuchillo que lleva entre sus piernas deje de existir.

“Estamos ahí para ser escritas. Para ser eternas”.

Y luego en ese parque oscuro de la capital cordobesa, María, una mujer muda que se vuelve pájaro; Natalí, la séptima hija nacida varón, que en las noches de luna llena se convierte en lobo; La Machi, una curandera que sana con magia oriunda de Brasil; donde La tía Encarna las adopta, las alimenta y las protege como una madre. Los hombres decapitados, hombres que perdieron su cabeza en guerras y ahora piensan con el cuerpo. Camila construye una autoficción. Nos cuenta la historia de su vida durante esos duros días pero también echa mano de la fantasía para transformar las penas de ella y sus amigas en furia y fiesta.

“Yo inventé y llené de plumas y animales y personajes inesperados toda una situación que de otra manera no hubiera podido escribir”.

Con este libro, Camila logra traer a diálogo temas silenciados: las vidas trans, abandono, violaciones, discriminación, desesperanza. Las travestis están condenadas a ejercer la prostitución como única salida laboral, encarceladas a la noche y obligadas a desaparecer durante el día, nos relata las distintas formas de la violencia a las que las mujeres trans se enfrentan desde niñas. Y aun así logra brindarnos momentos de ironía y ternura. Les rinde homenaje a través de esta historia, le devuelve la vida al aquelarre de mujeres que con amor y dulzura la cuidaron cuando su familia y la sociedad le dieron la espalda.

“Vas a terminar tirada en una zanja, me decía mi papá desde la punta de la mesa. Tenés derecho a ser feliz, nos decía la Tía Encarna desde su sillón en el patio. La posibilidad de ser feliz también existe”.

Es muy fácil mirar a un lado y negar su existencia pero Camila nos dice que están ahí, nos grita en cada página que están ahí, y que ellas lograron cambiar el odio por ternura, la violencia por amor.  

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