Las artesanas de San José Oriente explican por qué no debemos regatear

Por Nicole Lam

Ilustración Yudargon

A 40 minutos de la ciudad de Mérida, se encuentra la villa de Hoctún, una población de poco más de 4 mil habitantes. Ahí mismo, está la comisaría llamada San José Oriente a 15 minutos del municipio.

Es un pueblo donde la milpa y crianza de animales de traspatio son actividades y trabajos que realizan los adultos mayores, mientras los más jóvenes salen del pueblo para trabajar en las maquiladoras y fábricas. Las mujeres, por otro lado, se dedican al bordado a mano y en especial al xokbil chuuy (punto de cruz).

En la ilustración de fondo azul cielo aparece una mujer bordando flores sobre una tela blanca. La tela que borda es idéntica a la que porta, un huipil típico de Yucatán. Ella sonríe y de fondo los pájaros alzan el vuelo.

Gelmy May es una bordadora de San José Oriente, tiene 26 años y sabe hacer dos estilos de bordados: el tupido y el sencillo. Ella hace blusas, vestidos, pañales, lapiceras, servilletas y le han encargado toallitas bordadas para una boda.

El trabajo de las bordadoras no tiene parámetros fijos, lo cual es algo problemático, ya que eso hace que los precios se puedan manipular dependiendo del comprador y lo que este ofrezca.

En el caso de Gelmy los precios de las blusas bordadas pueden variar dependiendo del dibujo y dificultad de la elaboración y el tiempo que les tome hacerlo. Estas van desde los $550 hasta los $600, mientras que los hipiles van desde los $600 a los $750.

El problema con el que se enfrentan frecuentemente las bordadoras es que se cree que su trabajo, por ser manual, tiene menos valor. Existe gente que se aprovecha de eso para luego encarecer los productos, sin tener negociaciones éticas e informadas con las y los creadores, casos que han sido ampliamente documentados con marcas como Zara que vendía sabucanes a 500 pesos.

Un caso similar sucedió con las artesanas oaxaqueñas que forman parte de la cooperativa Tixinda, quienes denunciaron ser plagiadas pues sus prendas estaban siendo revendidas por una marca de lujo llamada Púrpura Mixteco. Una situación muy descarada ya que incluso alegaron que trabajaban para la marca y utilizaron el nombre de una de ellas para nombrar así a una prenda “única”. La tienda tiene prendas que llegan a costar hasta diez mil pesos mexicanos.

Gelmy ha tenido experiencias donde han llegado personas a encargarle muchas prendas y luego, por medio de las redes sociales, ve que estas son revendidas a un precio doble del que lo compraron.

Esto lo considera injusto, ya que ella, al igual que otras mujeres que se dedican al bordado, invierten tanto dinero como tiempo para la realización de las ropas. Lamentablemente, es algo que ha sucedido muchas veces y además les han pedido rebajas a sus trabajos y diseños.

—A veces les decimos que el hipil cuesta $800 y nos dicen “¿no los dejas a $700?”, y a veces no tenemos (dinero) también, y lo tenemos que dar, tenemos que venderlo así, a $700.

Mientras en tiendas que se ubican en la capital del estado, los hipiles, prendas con bordados o ternos cuestan desde $800 hasta a $4200 o $7500.

Aunque esto sucede de vez en cuando, las veces en las que viajan hasta Izamal o Kimbila a vender sus productos, ellas no pueden aceptar el regateo ya que con ese dinero tienen que pagar su flete y su comida, pues lo que llegan a ganar vendiendo algunas prendas no suele ser suficiente para gastos extras como ese.

Hay veces en que personas de otros estados han llegado hasta la comunidad a comprarles, pero estas personas sí le han explicado que son para revender. Gelmy decide subirles el precio, y se los compran, pero ahí termina el intercambio.

A pesar de que hay personas que valoran sus trabajos, diseños y precios, aún siguen en una situación que las orilla a acceder a estas rebajas. Las ponen en el dilema de que es poco o nada, es mejor aceptar lo que te pueden o quieren dar, a no obtener nada de ganancias.

Las bordadoras invierten tiempo y esfuerzo para realizar y entregar un buen trabajo con diseños únicos. No regatear y no comprar para revender es dignificar una labor de la que viven personas de comunidades, que es su única fuente de sustento.

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