Por Yobaín Vázquez
Ilustración: Alejandro Doporto
¿Qué leerá un actor porno? Esta es una pregunta que tal vez no se haya hecho nadie. Sabemos todo de aquellos que usan su cuerpo para excitar a las personas. Conocemos sus medidas y tallas, cavidades y aguante. Con un gemido identificamos a esa actriz o actor de nuestra preferencia. Pero, ¿qué será de ellos cuando terminan de fingir un orgasmo y se retiran a sus casas para buscar, como todos, un momento de paz? A mi se me hace más lujurioso imaginar que un actor porno, rústico en pantalla, deslice sus dedos en un libro de filosofía; y todavía más, que una actriz porno, depravada y golosa en su personaje, desgaste sus codos —que no sus rodillas— leyendo intensamente a Dostoievski.
Estamos acostumbrados a pensar que lo más íntimo de un ser humano es su desnudez y su capacidad de realizar faenas sexuales. Pero no es cierto. El cine y la televisión, no solo la pornografía, se han encargado de rechazar esta idea. Ante la menor provocación se realizan desnudos “artísticos”, cachondeos que no aportan nada a un argumento y escenas sexuales que dicen poco de un personaje o la situación que se desarrolla. Da lo mismo si alguien se masturba o come cereal, el sexo dejó de ser provocación.
Por eso, resulta más enigmática y escandalosa una fotografía de Marilyn Monroe absorbida por la lectura en su biblioteca, que aquella imagen icónica en la que está completamente desnuda.
Entonces, conocidos ya todos los perímetros genitales de los actores porno y conocidas ya todas las posturas exóticas provenientes del Kamasutra, la última barrera de la intimidad está en conocerlos abriendo libros en vez de sus piernas. Me complace más la idea que esos sillones donde dan volteretas y maromas, se convierten en asientos acogedores para pasar un buen rato con la compañía de un libro. Si yo fuera un guionista de cine porno, iniciaría una escena así: “interior-sofá-noche. Luces tenues-actor en piyama-lee Lolita de Nabokov”. Aunque, a decir verdad, creo que hartos de tanta sensualidad cotidiana, los actores porno no les apetece leer novelas eróticas; al menos no buscando lo que los lectores comunes: satisfacer la necesidad básica de cumplir fantasías sexuales.
No se crea entonces que un actor porno solo es una máquina para follar. Actualmente han sobresalido unos cuantos por su capacidad de reflexionar la industria en la que trabajan y romper tabús o estereotipos de su profesión. Ahí está, por ejemplo, Lorelei Lee, guionista y codirectora de la película About Cherry. Según una página de internet, esta actriz está preparando un libro de poesía y una novela. Más conocida es Sasha Grey por su libro La sociedad de Juliette. Cabe destacar que existen muchas actrices que se consideran feministas, por lo que infiero deben haber leído por lo menos a Virginia Woolf. En cuanto a hombres, está Colby Keller, actor porno gay, antropólogo y marxista. Generosamente donó su biblioteca al Museo de Arte Contemporáneo de Baltimore. Marx estaría orgulloso de él.
Si ya comenzamos a ver a los actores porno como seres humanos que también leen y tienen preocupaciones intelectuales, por qué no somos justos y nos preguntamos, ¿qué películas porno verán los escritores? Sabemos que Naief Yehya, por sus estudios sobre el tema, tuvo que ver —el pobrecito— miles de videos pornográficos. Por esa razón, yo nunca lo saludaría de mano. ¿Y los demás? Fantaseemos con lo siguiente:
Elenita Poniatowska tiene una gran colección de porno lésbico. Y no solo eso, sino que además es productora y guionista encubierta.
Alberto Chimal ve porno raro japonés, en el que las mujeres son penetradas por pulpos y anguilas.
Mario Vargas Llosa se deleita con porno incestuoso. Es fan de títulos como “Sexo con la tía” o “A la prima se le arrima”.
Ángeles Mastretta secretamente observa porno exclusivamente heterosexual en el que solo se permite la posición de misionero.
Carlos Cuauhtémoc Sánchez es asiduo a cines porno en los que dan funciones para pervertidos: coprofilia, necrofilia y bestialismo. Los moralistas siempre son los más puercos.
Me han contado que gente sin un brazo o una pierna aprovechan sus muñones como miembros de penetración en algunas producciones sicalípticas. Mario Bellatin debe saber algo de eso.
Cristina Rivera Garza ve Alt Porn, y su mayor anhelo es filmar películas como “Orgías en La Castañeda” y “Nadie me verá gemir”.
A Carlos Velázquez le encanta ver transexuales sodomizando a machos norteños. Y Guadalupe Nettel ve porno gay nomás porque sí.
Jorge Volpi tiene cara de perverso. Me atrevo a decir que de vez en cuando le echa un ojo a películas de colegialas calientes.
Juan Villoro posiblemente se excite con lluvias doradas, besos negros y fisting. O puede que sea más afín al sexo interracial.
Margo Glantz, para no quedarse atrás, solo ve porno por convivir, pero curiosamente es porno para judíos.
Lo que es peor, ¿cuántos escritores tendrán un video en los que se les vea manteniendo relaciones coitales? En la Universidad bromeábamos diciendo que Michel Foucault aparece en una película porno BDSM con un traje de cuero y siendo placenteramente castigado. Solo sería cuestión de saber ver. Pero seguramente también habrá uno de Simone de Beauvoir practicando una felatio a Sartre. O Gabriel García Márquez tirándose a la Gaba. Imagínense a Carlos Fuentes en tanga, recostado en una cama cubierta con pétalos de rosa y haciéndole señas a Silvia Lemus para iniciar una noche romántica. O José Emilio Pacheco amarrando a Cristina Pacheco en la cama. A mí se me hace que Tryno Maldonado tiene sexo en chat con Daniel Saldaña Paris. No sé. A lo mejor Valeria Luiselli le manda nudes a Álvaro Enrigue cuando se siente sola.
Las posibilidades son infinitas. Haría falta un libro en el que los actores porno revelen sus lecturas favoritas y los escritores sus películas porno predilectas. Idea millonaria. El libro de marras se llamaría ¿Quiúbole con el porno? Pero dudo que Yordi Rosado se atreva a hacerlo. Es un escritor teto que apenas sabe de sexo entre pubertos.