La niñez que no se atreve a decir su nombre: infancias queer

Por Yobaín Vázquez Bailón

Ilustración de Elo Draws

 

—Me acuerdo que yo no me relacionaba mucho, no que me juntaba con nadie, sino que yo veía a un niño que sentía que era como yo, que actuaba diferente, y pensaba que era muy bonito, y en ese entonces mi idea era: quiero llevarme mucho con él. Yo tenía en ese entonces 5 años.

Este es Logan, actualmente tiene 23 años y, además de colaborar en Memorias de Nómada, es estudiante —casi pasante— de Comunicación Social. Desde la vez que se le hizo bonito un niño hasta ahora, ha pasado por un proceso de auto aceptación, por lo que hoy puede decir libremente que es una persona gay.

No es raro encontrar similitudes en las historias de hombres y mujeres de la población LGBT: la infancia es un periodo en el que ya saben que hay algo diferente en ellos; o mejor dicho, que hay personas a su alrededor que les hacen sentir diferentes al resto. Muchas veces, ni siquiera saben de qué se trata.

—Mis recuerdos más antiguos de niña, suelen ser cuando estaba en preescolar, en kínder, y era esa sensación de siempre sentirme fuera de lugar, como que no encajar con el grupo.

Ella es Cindy Santos, tiene 33 años y es maestra de preparatoria, además de que se ha desarrollado en el área política. Ahora es muy desenvuelta, pero reconoce que en su infancia fue muy tímida y le costaba relacionarse con sus compañeros. Hasta hace poco que es una voz, bastante fuerte, que se posiciona ante los discursos de odio y apoyando la lucha feminista y los derechos LGBT.

Hablar con Cindy y Logan es tocar un tema que muy pocas veces se menciona, las infancias queer. Para los grupos conservadores es una aberración el solo pensarlo, pero para entender qué son esas infancias queer se necesita algo que muy pocas veces se lleva a la práctica: escuchar a las personas del colectivo LGBT. La niñez es el primer lugar al que regresa una persona gay, lesbiana, bi, trans cuando sale del closet, porque de inmediato hace click con toda una serie de recuerdos que les confirman su presencia disidente en este mundo.

En la reseña del libro The queer child, Ana M. Cortés dice: “cuando una persona, en algún punto entre la adolescencia y la adultez, se reconoce homosexual, descubre a su vez que fue un niño homosexual. De este modo, ser un niño gay nunca es un hecho presente, sino más bien la resignificación de un espacio temporal ya lejano y pasado”.

Esto quiere decir que no hay niñxs que se digan a sí mismos homosexuales o lesbianas, porque está fuera de su rango de intereses y capacidades. Pero sí hay niñxs que no encajan en los moldes de una educación heteronormada y binaria. Algunos de ellos posiblemente o eventualmente, al crecer, se identificarán con una orientación sexual no heterosexual o una identidad de género no binaria. Pero sin duda su “ser niñx” es un ancla muy poderosa que le da sentido a sus experiencias vividas.

Cindy me contó de la vez que su familia y ella fueron a Disney. Ella tenía entre 12 y 13 años aproximadamente, pero recuerda claramente haber visto en la entrada del autobús que la llevaría al parque de atracciones a una mujer morena, espigada, alta, con el cabello ondulado y que fumaba un cigarro. Esa visión, cuenta, fue como de película: todo se detuvo, el sol parecía caerle encima y hasta podía escuchar ángeles cantando. Era la guía de turistas más hermosa que se pudo encontrar:

—En esos momentos yo no sabía lo que estaba sintiendo porque nunca me había sentido atraída a una persona de esa forma. Ni yo misma comprendía qué estaba pasando, lo único que sabía era que quería estar cerca de esa persona.

Las personas LGBT crecen al margen de lo que supuestamente les debe interesar, o lo que los adultos suponen que les debe gustar siendo un niño o una niña. Esto no solo se traduce a lo que comúnmente preguntan padres y familiares a menores de edad: ¿cuántos novias o novios tienes? También se les impone comportamientos, formas de moverse, predilecciones por juguetes, etc; pero no todos siguen esas imposiciones. Logan, por ejemplo, cuenta la fascinación que tenía al ver personajes femeninos en la televisión:

—Me interesaban más cómo actuaban las mujeres y a veces me gustaba repetir lo que decían o repetir cómo actuaban, y eso como que a veces mis papás o mi familia era como que: eso no es acorde a esto, o involúcrate en cosas de hombres, en cosas más masculinas.

No habría la necesidad de usar la categoría de infancias queer si no existiera la obsesión de pensar que hay solo una forma de experimentar la infancia. Es la mirada externa la que se encarga de estar pendiente de la “diferencia” para señalarla y corregirla: si un niño imita a una protagonista de telenovela debe involucrarse en cosas masculinas. A pesar de esto, los niñxs encuentran maneras de quebrar con las normas, pero siempre atentos a tener cuidado.

Logan cuenta que una vez su prima recibió un micro hornito de regalo, y al verla jugar con su hermana quiso involucrarse, poniendo de pretexto que el juguete indicaba que los menores de 8 años debían ser supervisados:

—Yo intentaba de alguna forma decirles, yo ya tengo 8 años, no se preocupen, yo lo puedo usar; o no se preocupen, yo lo puedo jugar, porque yo quería jugar el chingado micro hornito y no podía, porque no era para mí, más allá de que fuera un regalo de mi prima, era como que: cómo vas a estar tú jugando eso, o qué vas a estar metiéndote ahí.

En el libro Chonguitas: masculinidades de niñas, se antologan testimonios de mujeres (mayormente lesbianas) de cómo vivieron su infancia rompiendo esquemas de género impuestas a las niñas (delicadeza, predominio del rosa, amistades exclusivas con niñas). Allí se nota que en muchos casos se les insultaba, recibían amonestaciones que tenía por objetivo llevarlas por un “mejor camino”. En la introducción del libro se menciona que es importante “pensar la infancia como un espacio político de intensa pugna, que constituye el cuerpo de l*s nñ*s como escenarios de ansiedades culturales y pánicos morales”.

Decirle a un niño que no se le quiebre la manita o nombrar con apodos a una niña que se junta con puro hombre es cargarlos con un peso innecesario. De esta manera, entre familiares, amigos y conocidos, van aislando al infante, lo convierten en alguien solitario o que debe esconder siempre sus manierismos, sus formas de comportarse y de hablar.

Logan recuerda que en tercero de primaria estaba obsesionado con el videoclip Hung Up de Madonna. Una vez, al regresar a su salón de clases y ver que no había nadie en la cancha se puso a bailar la canción, en su mente podía escuchar I’m hung up, I’m hung up on you. Waiting for your call, baby, night and day, y eso lo motivaba a hacer la coreografía. Fue un espectáculo digno de verse, pero sus compañeros no pensaron lo mismo:

—Regresé al salón y se estaban riendo de mí, que porque Logan era gay, que porque estaba bailando, y en ese momento fue de las primeras veces que escuché la palabra y yo me puse a llorar por cómo lo decían y no entendía bien qué era.

Lo que le pasó a Logan es común: descubre la palabra gay porque otros se lo dicen en tono de burla. Pero hay casos como el de Cindy, que no era molestada por sus compañeros porque no se salía de la norma de lo que podía hacer una “niña”, sin embargo, también sintió esa “ansiedad cultural y pánico moral” de la que se habla en Chonguitas. Ella estaba en secundaria cuando vio por primera vez la palabra lesbiana en un libro de texto, fue casi una revelación:

—Fue el momento en el que yo vi una palabra y vi la definición y fue como que todo se iluminó, fue como decir: ah, claro, no estoy loca, esto que estoy sintiendo, esto que toda la vida he sentido tiene nombre y es así y no soy la única persona. […] Pero también en ese momento fue muy terrorífico porque me sentí completamente sola, yo sabía que ese era un tema que no iba a poder hablar con mi familia, era un tema que definitivamente no podía salir.

Esa incapacidad de hablar sobre algo tan personal e íntimo no solo es doloroso, también pone en peligro al infante, al no encontrar vías de comunicación ni redes de apoyo: se deteriora su salud mental y pueden ser sujetos de agresiones. La investigadora Dani Cruz menciona que la dificultad de nombrar y compartir vivencias de los niñxs fuera de la norma heterosexual y binaria, es lo que lleva a ser blanco de bromas y chismorreos.

A Logan le pasaba eso:

—Yo era un niño muy sensible y yo era muy inocente, entonces muchas cosas que pasaban a mi alrededor, yo no las sabía, y a veces solo sentía que estaban hablando detrás de mí, porque eso sí lo lograba percibir y a veces no sabía exactamente, en mi mente era reventarme la cabeza: ¿por qué se están burlando de mí? ¿fue algo que dije? ¿por cómo caminé?

A veces, cuando intentan hablar y expresarse, los niñxs se encuentran con una barrera con la que los adultos se quieren quitar la responsabilidad que implica orientarlos, simplemente por el temor al qué dirán. Es muy fácil ver a los niñxs como sujetos sin agencia y deslegitimar sus preocupaciones y vivencia al decirles: ya crecerás o estás muy chico para entender. Pero es necesario para un infante saber que no está solo, y por eso hay una búsqueda fuera de la familia y grupos de amigos para sentirse acompañados.

Logan tuvo el privilegio de contar con una psicóloga desde pequeño, incluso una vez le presentó a un paciente homosexual con el que platicó en una sesión y compartieron experiencias de vida. En cambio, Cindy encontró en las comunidades de fans en Internet sus primeros acercamientos con personas LGBT:

—Entonces fue el Internet la primera vez que pude conectar con personas que eran de la comunidad, con otras mujeres que eran de la comunidad, que pude hablar abiertamente de estos temas con alguien, aunque a lo mejor no era en persona, pero sí definitivamente fue muy importante porque fue saber: primero, que había otras personas allá afuera como yo; segundo, también me permitió conocer a personas más grandes que yo, entonces era como: ah, ok, sí hay vida más allá, sí se puede vivir así y sí hay un camino.

Un espacio muy importante para todas las infancias es la escuela, pero para algunos puede ser un campo minado, otro lugar donde se experimenta violencia. De acuerdo con la 2da Encuesta Nacional sobre Violencias Escolares basadas en la Orientación Sexual, Identidad y Expresión de Género hacia Estudiantes LGBT en México (2018), 55% de chicos y chicas de entre 13 y 20 años se sintieron inseguros en su centro de estudios debido a su orientación sexual. Otro dato alarmante es que 83% de los encuestados fueron víctimas de acoso verbal.

Cindy comenta que ella no fue leída por sus compañeros como lesbiana, por eso se salvó de comentarios o agresiones, pero esto no implica que la escuela fuera un paraíso:

—Quizá aunque yo no viviese acoso como tal, de alguna manera sí era una agresión no poder ser yo misma en esos espacios. A lo mejor yo no lo escuché directamente dirigido hacia mí, pero todo el tiempo yo tenía que estar fingiendo y pretendiendo y cuidando no decir nada que fuera a entenderse.

En la misma encuesta sobre violencias escolares, se recomienda que los centros educativos deben capacitar a su personal para que puedan brindar apoyo a las infancias y adolescencias queer, incluir recursos curriculares inclusivos y establecer políticas escolares que traten sobre el acoso y las agresiones. Es necesario hacer menos hostil esos espacios donde los niñxs conviven la mayor parte de su tiempo, brindarles más referencias de estos temas y hacerles sentir que no están solos. Logan cuenta lo beneficioso que hubiera sido para él tener una educación incluyente en la diversidad sexual:

—No tanto necesariamente el que me hubieran dado información significa que yo hubiera salido antes del closet, pero me hubiera dado más confianza para desarrollarme o más confianza para interactuar con la gente o no estar tan preocupado en las apariencias, siento que eso era lo que me hizo falta, más educación.

Escuchar a las infancias es una deuda histórica que tenemos pendiente, cuanto más con los niñxs que desde temprana edad dan muestras de inconformidad con el género asignado o con los roles de socialización binarios. Reparar esa deuda es apostar por infancias más felices y futuros adultos plenos. Resulta abrumador lo que tiene que decir Cindy al respecto:

—Para mí, quienes somos de la comunidad y que tuvimos que vivir en el closet, nos robaron la infancia, nos robaron la adolescencia, yo nunca pude experimentar cosas que se suponen debes experimentar a esa edad.

Y sin embargo, muchos han superado esta etapa, con sus heridas y cicatrices de por medio. No les quedó de otra que aprender resiliencia, auto aceptación y, sobre todo, a transformar esa rabia en lucha. ¿Cómo reconciliarse con la infancia? Es imposible de saber, pero le digo a Logan que, tal como RuPaul hace con las semifinalistas de su programa, imagine qué le diría a ese niño que bailó en la cancha de la escuela como una Madonna yucateca:

—Lo que le hubiera dicho es: que todo esto va a tener sentido en algún momento y que intente no contraerse. Cuando tengas 16 o 17 ya vas a entender bien por qué te lo estoy diciendo. Qué lástima que tienes que esperar un buen, pero tiene sentido, no es tan raro y no te falta nada.

Lo mismo le pido a Cindy, que se reencuentre con esa niña que una vez se quedó embobada de su guía de turistas y le hable desde su experiencia como adulta:

—Le diría pues lo que todo niño necesita escuchar, que no es tu culpa, no es culpa tuya y tampoco es culpa ni siquiera de los adultos a tu alrededor, porque creo que también los adultos a nuestro alrededor, pues son producto de la educación que ellos tuvieron, son producto de las violencias o agresiones que ellos han vivido.

Los niños amanerados, las niñas masculinas, los que deben ser discretos, las que deben guardarse lo que sienten, todos ellos siempre van a estar ahí, en cualquier familia, por mucho que intentemos apartar la mirada. La pregunta es, ¿les vamos a complicar más la existencia o se la vamos a hacer más llevadera? Ya es hora de proteger y apapachar a nuestras infancias queer.

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