Contra tus artistas muertos favoritos

Por Yobaín Vázquez Bailón

Ilustración: Alexandra Canto

Nada causa más escozor en un persona que decirle: tu artista favorito es un misógino, racista u homofóbico (a veces las tres cosas juntas); cuanto más si el artista es un muerto consagrado. No les cabe en la cabeza que hoy, en 2021, alguien les reproche una actitud negativa que en otro tiempo se consideraba como algo común. Quieren preservarlos puros en la memoria e impunes por sus grandes contribuciones al arte.

En la imagen aparece una ilustración morada. Una mujer está taladrando una pared morada, con tapiz formado con collage. Hay una frase que dice: Desinstalando el patriarcado.

 

Peor tantito, quieren hacer ver a cualquiera que los baje de su pedestal como exagerados, como ofendidos que desprecian los valores estéticos para moralizar e instituir una nueva inquisición. Y no vaya uno a revelarles lo evidente, que si su artista muerto favorito es alguien importante en el arte, lo es en el mayor de los casos simplemente por cuatro palabras que les chirrían en los oídos: hombre, cis, hetero y blanco. Para ese entonces ya no sólo nos tachan de exagerados, sino de ridículos.

¿Por qué les parece difícil entender que nadie en el arte es relevante por el arte mismo? Se necesita validación, y esta proviene de gente que concuerda con los mismos intereses. ¿Qué es el canon literario sino un sínodo de hombres blancos europeos y norteamericanos? Que nadie les engañe diciéndoles que el arte está por encima de las vulgares relaciones humanas y que se puede hacer una separación entre arte y artista. Si así fuera, no encumbrarían a tanto artista que se hace el orate, el maldito o el incomprendido.

Todo afecta una obra, sobre todo si el artista cacheteaba mujeres, si le repelían las personas con pigmento más oscuro que el suyo, o si se mofaba de homosexuales. Y claramente muy pocos se salvan de esto. Pero aún así, yo nunca he visto una iniciativa para hacer un borrado histórico de esos artistas. Lo que sí he visto es una intención de entender por qué esas conductas perniciosas se siguen reproduciendo al día de hoy. Señalar lo terribles y asquerosos que eran algunos artistas que se siguen admirando no es para exhumarlos y escupirles en la cara (aunque bien merecido se lo tengan), sino para resolver algunas deudas que en nuestro presente siguen pendientes.

En su ensayo “Sexo e identidad personal”, la filósofa Mary Midgley cuenta lo asombrada que estaba de que en la tradición filosófica se habla de la mujer de una forma no sólo errónea, sino cruel. Salvo Platón y John Stuart Mill —nos dice Midgley— los demás filósofos desbordan odio hacia la mujer, que nada tiene que ver con el pensamiento crítico del que tanto se jactan los hombres que hacen filosofía. Me interesa que escuchen de Midgley su intención al poner en evidencia esto y cómo sus compañeros la rebatían:

“La cuestión que me interesa no es por supuesto denigrar a los grandes muertos, sino reparar en la dificultad a que apunta su fracaso en lo que parecía ser un tema sencillo, y que a ellos les pareció así. Sin embargo, hay muchos eruditos que consideran que esta acción es un ataque, y se la quitan de en medio con una escoba histórica. Sostienen que los filósofos simplemente cometieron un error que en su época cualquiera podría haber tenido”.

Lo sorprendente de esto es que su texto se haya publicado en 1984 y son los mismos “contra argumentos” que se emiten ahora: eran otros tiempos, no juzgues con la moralidad actual, toma en cuenta sus contribuciones. Casi casi le dirían a Midgley que era políticamente correcta sino fuera porque ese término se inventó años más tarde. ¿Mary Midgley era de la generación de cristal por atreverse a cuestionar la misoginia de los filósofos antiguos? En 1984, la señora Midgley tenía 65 años de edad.

Pero me interesa que sepan la contestación que le dio a sus compañeros, muy preocupados porque sus grandes y favoritos filósofos se vieran manchados en su reputación. Decir que los errores, en este caso de misoginia, deben entenderse porque eran otras épocas no ayuda en nada:

“Contra la culpa, sin duda, se trata de una buena defensa. Pero la culpa no es la cuestión. La pregunta interesante es ¿qué sucede si ahora corregimos ese error? ¿Cuánto afectaría al valor del resto de su pensamiento, y a su relación con la vida?”

¿Qué pasaría? Lo mismo de siempre, un llamado a cerrar filas y desestimar toda crítica que lacera a una figura importante. Es común que ante los cuestionamientos como los de Midgley se lancen de inmediato palabras como: “anacronismo” y “revisionismo”.

¿Desde qué perspectiva, si no es la actual, podemos revisitar eventos, personajes y circunstancias del pasado? Hacerlo no es cambiar la historia a modo, sino darle reinterpretaciones que abren posibilidades para un entendimiento mejor. O qué, ¿nos quedamos con la historia de bronce? ¿Aceptamos sin más la historia y los relatos oficiales?

De no ser por críticas como las de Midgley, que atentan contra la supuesta buena reputación de algunos individuos, no sabríamos que esas conductas consideradas comunes en el pasado, en realidad estaban siendo cuestionadas por personas en esas mismas épocas. Sin críticas al pasado o cómo se narró el pasado, no podríamos visibilizar luchas que se quedaron escondidas y personajes que sí fueron borrados porque les tocó perder.

Si esto le pasó a Midgley en el debate de ideas en las que todos estamos de acuerdo que ya no son válidas (menospreciar a la mujer y su inteligencia), qué nos espera en terrenos tan pantanosos como el comportamiento social de un artista. Podrían decir: ¿es necesario que un artista tenga que ser un modelo de rectitud? No, pero ayudaría mucho que se comportara como un ser humano decente.

Es imposible negar que todas las personas tenemos contrariedades, pero aquí hablamos de cosas más grandes que dar un buen ejemplo: no es que odiemos a los grandes artistas muertos porque se comportaron horriblemente, sino que precisamente por comportarse horriblemente lograron ser artistas reconocidos y se salieron con la suya.

Lo voy a decir otra vez hasta que quede claro: no se quiere burlar y desestimar la obra de un artista por su comportamiento reprobable, se quiere ponerlo en evidencia porque ayuda a desarticular aquellas mañas tan generalizadas en su época como en la nuestra, y erradicarlas de una vez por todas. ¿Quién no estaría a favor de que ya no haya misoginia, racismo, homofobia, clasismo, en el arte?

Sabemos que no se puede hacer un juicio a estas personas porque nadie es perfecto, lo que tratamos de decir es que ya no creemos el viejo cuento de que un artista consagrado lo es nada más por su genio. Inciden otras variables que tienen que ver, sí, con actitudes muy personales. Además del talento, podemos observar tres cosas.

1 Dime quién eres y te diré si puedes ser imperecedero

Aquí aparecen de nuevo las palabras que les chirrían en el oído: hombre, cis, blanco, heterosexual. Antes de que alguien grite: ¡falacia ad hominem!, voy a ser claro en que no invalido la obra de un artista por pertenecer a las anteriores descripciones. No voy a decir: tu artista muerto favorito es horrible por ser blanco; ni: la heterosexualidad es el pecado original. Aquellas características sirven para reconocer desde dónde está situado el artista. Sólo así puedo decir y afirmar que tu artista muerto favorito es importante porque el sistema artístico privilegia a los artistas que provienen del noratlántico (Europa y Estados Unidos). Las bases de ese sistema artístico son el canon que sigue absorto con una visión “universal” que, curiosamente, tiene como máximos exponentes a hombres cis blancos y mayormente heterosexuales. Muchos nos tragamos eso de que el arte no conoce de fronteras ni raza o cualquier otra cosa. ¿Adivinen qué? No sólo las conoce, sino que la mantiene y las impone.

2 El artista llega hasta donde la mujer lo permite

Detrás de la obra de un artisto seguramente hay un trabajo enorme y no remunerado de mujeres que los asistían, los cuidaban y eran un soporte emocional y sexual. Tomaron provecho de eso, algunos hasta llegar a la crueldad: borraron colaboraciones, desesperanzaron a colegas, pisotearon dignidades, comerciaron con sexo. Pero no me voy a poner tremendista, sin esposas modositas y serviciales, ningún hombre hubiera tenido tiempo para ser y consagrarse como artista. En el texto “Las chachas del boom latinoamericano” se desvela lo importante que resultaban las esposas para este movimiento:

“¿El boom habría existido si las mujeres de estos novelistas no se hubieran encargado de barrer, fregar, coser y planchar? ¿Cuánto tiempo podría haberle dedicado García Márquez a Cien años de soledad (1967) si hubiera tenido que recoger a los críos del colegio, poner la lavadora, tender la ropa y hacer la comida? ¿Habría ganado el Nobel de haber dedicado parte del día a las “trivialidades” de un ama de casa?”

Es por eso que no resulta poca cosa que un artista haya sido infiel, agresivo y golpeador con compañeras, esposas, novias o hijas, porque aunque parece que no tiene relación con su obra, la realidad nos indica que esas mujeres son la base y el sustento para que organice y cree su obra. Señalar eso de, digamos Octavio Paz, es quizá abrirle los ojos a una actual compañera, esposa, novia o hija de algún artista, y lo deje a la deriva, a ver si es cierto que su genio y disciplina artística aguantan un lavado y un planchado.

3 El que tenga mafia, que la atienda

Este es quizá el tema más manoseado de todos. Sabemos de sobra que allí donde haya dos artistas reunidos tratarán de crear una fuerza que legitime sus obras; si son más de dos, uno querrá ser líder, y esto solo se logra con malas ondas y traspiés. Gana quien sepa jugar sus cartas, el que tenga alma de tiburón. No hay de otra, los artistas con pocos cargos de conciencia son los que llegarán al altar del reconocimiento, y tan maquiavélicos son que logran dar cara al público como personas únicamente interesadas en la belleza, en lo etéreo y lo sublime (léase con voz mamona). Sé que todos estamos pensando en este momento en Octavio Paz (segunda vez mencionado aquí, y no lo voy a soltar de las greñas). Si él ganó el Nobel no fue por el primor de sus versos, sino por el cabildeo entre intelectuales.

Seguramente existen otras cosas por considerar, pero me detengo por decencia. Sé que entender y aceptar esto puede ser difícil, a mí me costó varios años para hacerme a la idea, porque rompe con un mito tan grande como el de creer que para ser ricos solo necesitamos esforzarnos más. Para muchos artistas que admiramos no les bastó con el talento y una técnica depurada o disruptiva, se aseguraron la consagración siendo horribles personas y eso, a la larga, también les garantizó impunidad, ya no digamos legal, sino de mantener su recuerdo intacto. Nuevamente, reconocerlo no es un llamado a prender hogueras ni borrar la historia. Cuesta trabajo ver la relación entre el comportamiento de un artista y la belleza que dejó, pero es necesario hacerlo.

En una discusión, una persona decía que dentro de poco íbamos a descubrir que Tesla era un culero blanco y ya no íbamos a querer ni usar el foco del baño. A ese tipo de conclusiones se llega con el afán de ridiculizar antes que entender. De otra forma, esa persona se hubiera dado cuenta que fue Edison el que le jugó sucio a Tesla.

Pero como sea, no buscamos revancha contra los muertos, sino poner en evidencia que incluso nuestro sistema artístico está en crisis, y que ya no es posible ni tolerable que para que exista belleza los artistas tengan que pasar por encima de otros, causar dolor o proteger a gente que debería estar en la cárcel. Queremos aprender de esos errores y abrir posibilidades de otras formas de crear arte. Dicho de otro modo: no queremos dejar de usar focos, pero sí podemos buscar nuevas formas de iluminarnos. ¿Esa persona habrá escuchado hablar de las lámparas led o todavía usará bombillas?

Estoy muy seguro de que habrá gente que ya no quiera consumir la obra de algún artistas por misógino u otra cosa; y está bien, al menos es una forma de elección más concienzuda que decir: no la voy a consumir porque qué gueba, o peor, que la tengan que consumir a fuerza porque le dijeron que era lo mejor del mundo.

Los temerosos de que a partir de ahora se instaure una nueva inquisición, una era de terrorismo cultural, una mordaza a la libertad de expresión, cálmense, no tenemos el poder de “manipular” a todo el mundo. Si algo hemos aprendido es que por una crítica hecha a un artista muerto, salen cien personas a defender su buena honra.

Y voy a repetir por si no ha quedado claro: si recriminamos a artistas del pasado por sus conductas reprobables, es solo porque eso resuena en nuestro presente. Solo en la medida que cuestionemos cómo llegó a estar alguien en un altar y a quiénes se invisibilizó en el camino, podremos cambiar las dinámicas que sostienen a agresores y privilegios. El mundo del arte no se va acabar por eso, se los aseguro, sino que se va a ser más diverso. Quien esté en contra de este cambio necesario, será porque tiene cola que le pisen o de plano está muy menso.

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