El diseño editorial como tamiz

por Natalia Macías Mendoza

Algunas ideas acerca del diseño en la labor editorial*

En el diseño editorial convergen dos entornos: se trata de una labor que realiza una persona versada en el manejo estético de las formas, y que al mismo tiempo debe encontrarse inserta en un contexto que organiza, presenta, distribuye y comercializa un producto editorial. Esto coloca al diseñador editorial en una posición especial y a veces conflictiva pues, empapado de ambas esferas, debe valorar tanto la textualidad como la materialidad del producto que ha de confeccionar.

Por sí mismo, el diseño gráfico orientado a las publicaciones posee una narrativa propia que pronuncia con muy variadas estrategias visuales que van más allá de los elementos paratextuales. Es decir, el diseño editorial es un lenguaje y no constituye únicamente un soporte para la textualidad; dota a esa textualidad porque el diseño es, por naturaleza, narración, relato, historia. Así, en una publicación, el contenido se encuentra tanto en el texto como en la materialidad del diseño que lo soporta, lo lee, lo acompaña, lo interpreta. No sólo contribuye al texto sino que media su recepción de forma determinante.

Es claro que habría que hacer distinciones acerca del tipo de publicación al que nos referimos cuando hablamos de las tensiones entre el lenguaje verbal y el visual, pues sin duda encontraremos mucha menos resistencia en admitir las posibilidades que el diseño proporciona en una editorial que confecciona una novela o un poemario que en el equipo editorial de una revista de filología. Y no porque la segunda requiera de procedimientos menos susceptibles a ser diseñados, sino por ciertas características que son comunes a sus lectores: en ambientes científicos y académicos suelen subestimarse las posibilidades del diseño, pues se piensa que las intervenciones de éste le quitan seriedad al texto**.

Pensar en el diseño como una narración refiere dos planteamientos: el primero es que el diseño de la publicación particular cuenta por sí mismo una historia que debe mantener una relación lógica con la textualidad; el segundo, que existe una carga sociohistórica que envuelve al acto de diseñar. Porque si afirmamos que el diseño es lenguaje, hay que agregar entonces que el diseño es discurso, es cultura y es identidad: contiene y despliega siglos de desarrollo cultural, y en él pueden rastrearse tensiones, motivaciones, memoria.

En esta línea, que pareciera comenzar a tocar una sociología del diseño, cabe preguntarnos, ¿podemos hablar de un diseño mexicano?, si es así, ¿qué dice de nosotros el diseño mexicano?, ¿qué códigos, qué relatos, qué apropiaciones preferimos?, ¿con qué clase de intertextos hemos formulado nuestra identidad visual? Y es que actualmente, como afirma Marina Garone Gravier, investigadora del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM, “no podríamos entender el diseño sin pensar en sincretismo, migración, préstamos, adopción de códigos –sean tipográficos, cromáticos, tecnológicos o conceptuales–” (Garone, 2011: 20).

México

Para abordar de forma muy breve estas reflexiones voy a referirme al diseño que se practica dentro de editoriales independientes mexicanas. Para empezar, el fenómeno editorial independiente tiene fundamentos muy parecidos a los que dieron origen al diseño como práctica social: el primero posee entre sus motivaciones distanciarse de la mecanización con la que se conducen ciertas editoriales transnacionales, y el segundo surge en el siglo xx, con la misión de “devolverle el sentido y la identidad a los espacios y objetos (…) en la ciudad industrial de masas” (Kloss,2013: 197). Así, el diseño en estas editoriales se vuelve parte de un discurso –político, si se quiere–, y se vuelca a evidenciarlo con estrategias que conciben claramente al libro como un objeto estético (como apelando al coleccionismo o fetichismo del lector); priorizan la inclusión de elementos gráficos, involucran al autor en la totalidad del proceso y no temen utilizar recursos artesanales, aunque esto suponga elevar los costos o ralentizar los procesos (la ganancia monetaria no es lo más importante).

Las maneras del diseñador

Sobre esta misma línea, hay que apuntar que si bien para el diseñador editorial es imprescindible mantenerse actualizado en las tendencias emergentes en cuanto a tipología del papel, ilustración, encuadernación o tipografía, debe también estar consciente del origen y desarrollo histórico de estas tendencias, pues van a proveerle directrices y conexiones que complejizarán el trabajo y lo dotarán de profundidad.

Para aproximarse a la responsabilidad de preparar el diseño editorial, la fase de visualización de cualquier publicación, hay que tener en cuenta ciertos atributos: para comenzar el texto debe ser comprendido, o mejor dicho: su complejidad debe ser dimensionada. En este punto hay que actuar con especial cuidado, prudencia y claridad por lo siguiente: si, como vimos, el diseño es narración, cuando éste se encuentra con la carga simbólica de la textualidad que arropa, pueden crearse tensiones, ironías, descartes o pueden lograrse tonos que en un principio no se pretendían. La coherencia de una publicación es la convivencia, ya sea armónica, violenta o contradictoria, pero siempre consciente e intencional, entre la materialidad del diseño y la textualidad. Debe poseerse la mayor claridad posible en cuanto a los requerimientos y propósitos de las publicaciones. Posteriormente, deben cuestionarse los elementos y las estructuras de un diseño, para decidir si éstas se mantienen en el diseño final y conformarlo, o si por el contrario serán descartadas.

Es particularmente interesante el tema del conflicto y la armonía que el diseño produce dentro de las publicaciones. Todo comienza en la página, la cual puede albergar un equilibrio visual o estar pensada para producir en el lector cierto grado de incomodidad o irritación. Entre los factores del diseño susceptibles a ser maniobrados por el diseñador se encuentran: las cuestiones espaciales, el predominio de la forma, la forma a través del color, la tensión, la repetición, la fluidez, el contraste, el equilibrio y profundidad. Dos elementos, el papel y la tipografía, son particularmente significativos en el lenguaje visual; ambos tienen una carga simbólica importante pues están anclados al origen de los libros, la invención de la imprenta.

Concluyo estas breves reflexiones apuntando que aunque pudiera parecer frívolo o desconectado de la dimensión literaria, académica o científica de las publicaciones, el diseño editorial no le resta protagonismo al contenido, en su variante de signo lingüístico, puesto que es en sí mismo contenido, cultura impresa y discurso visual.

*Este artículo se desprende de la ponencia “Libros, texto e imagen: consideraciones acerca del diseño en la labor editorial”, presentada en la Mesa “Interrogando los paradigmas literarios: senderos editoriales y nuevos géneros literarios” el de 17 de marzo de 2016, en el marco de la Feria Internacional de la Lectura de Yucatán (FILEY).

**En Historia, diseño y edición (2013), Gerardo Kloss abunda en esta relación, y menciona como “el otro lado de la moneda” a los diseñadores editoriales que desdeñan a la textualidad y trabajan con ella con resignación, como si se tratara de una interferencia, de una molestia inevitable.

 

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