La importancia de llamarse Aristemo

Por Yobaín Vázquez Bailón

A estas alturas ya deben de saber que existe algo llamado Aristemo. Al menos en Twitter su hashtag se ha posicionado como trending topic casi a diario. Aristemo es un acrónimo que se compone de los nombres de una pareja gay juvenil en la telenovela Mi marido tiene más familia: Aris por Aristóteles y Temo por Cuauhtémoc. Hasta hace poco sería imposible poner en una misma oración “telenovela” y “pareja gay”. Es por eso que resulta importante ver cómo ha sido aceptada una historia que se salió de todos los márgenes y contenidos de Televisa.

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Es un hecho que esta televisora ha tenido problemas para atraer a una nueva audiencia, la de los Milennials y generaciones todavía más jóvenes. Es curioso observar que para ello Televisa apostara por telenovelas de narcos y bioseries (lo que supuestamente consume la chaviza) y que fuera una pareja de adolescentes gay quienes lo acercaran con ese público joven. Aristemo ni siquiera es la totalidad de la telenovela, es apenas una sub trama que se interconecta con otras y que, en apariencia, no es más ni menos importante que las otras. La humildad de una historia empática superó a las producciones pensadas como fórmulas que funcionan.

Se puede decir que el fenómeno Aristemo se debe en gran parte a un guion en el que, desde el principio se mostraba claramente la orientación sexual de un personaje (Temo) mientras que del otro se tenía duda y en ocasiones daba la impresión que no era gay (Ari). La otra parte la hizo el público que se enganchó con esta trama del primer amor, del amor de secundaria, y lo pedían a tal punto que fue imposible negárselos. Que no se piense que hubo una junta directiva en la que los ejecutivos decidieron ser inclusivos con la comunidad LGBT. Hasta cierto punto Aristemo fue un suceso imprevisto y sorpresivo tanto para el televidente como para el productor (Juan Osorio) y los propios actores (Joaquín Bondoni y Emilio Osorio, sí, el hijo de Niurka).

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Tan fuerte fue el impacto de la telenovela que lejos de ser censurada o atacada con comentario homofóbicos, se le abrazó con estima como en su tiempo lo lograron actrices/personajes como Lucero, Thalía y la mismísima Gaviota. Pero tampoco hay que caer en el sentimentalismo, Aristemo es mucho más que una historia romántica, es un número en las tablas del rating. En la pareja recayó el peso de garantizar crecimiento de popularidad y espectadores. El colmo fue que nunca soltaron un beso entre Ari y Temo, siendo que en todas las telenovelas los personajes se besan a la menor provocación. La expectativa de ese beso no dado y siempre prometido, hizo que los niveles de audiencia incrementaran, y lo dejaron para el final para así competir contra los premios Oscar.

El éxito de Aristemo se debe a un cambio de fondo pero no de forma. Es decir, lo novedoso fue presentar una pareja gay entrañable, pero las técnicas para contar la historia fueron las mismas. Las actuaciones son puramente melodramáticas: lloran a moco tendido y le dan vueltas y vueltas a un mismo asunto. Los diálogos no son brillantes e incluso a veces resultan cursis, pero también reflejan la clara intención de educar: hablan mucho de respeto, de apoyo y de inclusión. Esto podría ser cuestionado en otras circunstancias, pero aquí se convierte en un punto a favor. El público cautivo, es decir, las señoras que nunca se pierden las telenovelas, vieron en Aristemo algo así como un manual o protocolo de cómo tratar y entender el tema de las parejas del mismo sexo, sin morbo y sin prejuicios.

Ese fue sin duda el cambio de fondo, la manera digna en la que representaron a Aristemo, ya no desde una mirada paternal y machista. No los hicieron caricatura ni los ridiculizaron. Mostraron a dos personas capaces de amar como cualquier otra. El cambio también fue de discurso, porque se trató de comprender a los personajes, su proceso de aceptación y descubrimiento, no se les privó de su sexualidad o lo dieron por sentado como en otras telenovelas. Eso fue lo más interesante de Aristemo, el espectador iba descubriendo junto a ellos lo que significa enamorarse de una persona del mismo sexo, el terror que da salir del closet y las esperanzas que surgen en el apoyo de familiares y amigos.

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Otra cosa hubiera sucedido si aquello lo presentaran sin tacto y de sopetón. Lo único cuestionable de Aristemo es que si supieron domesticar al público con un tema inédito en las telenovelas, es porque mostraron lo que soportarían ver. El factor clave es la historia, pero lo determinante fueron los personajes. Son dos chicos de buen aspecto de acuerdo a los cánones: delgados, caucásicos, blanquitos sin llegar a ser whitexicans; además de no ser, aparentemente, tan o casi nada afeminados. ¿Hubiera causado la misma conmoción de haber sido morenos o uno más gordito o si a uno le gustara maquillarse? El tiempo nos dirá si esta pregunta fue mezquina, o si después de Aristemo las parejas gay siguieron teniendo un perfil “limpio” para la televisión.

La importancia de llamarse Aristemo es colosal. Abrió un panorama en la manera de contar historias y de llegarle a más gente no con historias recicladas, sino con aquellas con las que puedan identificarse o ya de plano shippear. Televisa ya no puede más que tener un verdadero aggiornamento, y sacudirse sus fórmulas anticuadas y sus intentos tibios de representación e inclusión. De ese modo, Aristemo no habrá sido en vano.

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