Tradwife: El fenómeno de las «esposas tradicionales»

Share This Post

Columna Artículos en rebaja | Por Erika Rejón

Hace unas semanas leí Los días del abandono de Elena Ferrante. Sin entrar en detalles sobre la fuerte prosa de la autora, en esta historia se retrata el espiral de crisis de una mujer «ama de casa» cuyo esposo la abandona de un día a otro y, entre el duelo mandatario después de una larga relación, se ve obligada a poner en orden su vida y cuidar de sus hijos; sin ayuda de nadie, evidentemente incluyendo a su expareja. Aquí encuentro una pintura literaria de un tema perpetuo, pero últimamente más notorio: la vida de las esposas tradicionales.

En los últimos años, el contenido de “esposa tradicional” ha crecido su alcance en internet, quizá porque la nostalgia de una época en la que no vivimos nos hace romantizar dinámicas que, para las mujeres de ese periodo, representaron poco más que una pesadilla.

O quizá sea por la creciente influencia global del conservadurismo, especialmente en un momento de incertidumbre socioeconómica. De cualquier manera, a través de este contenido se comparten retóricas y escenarios que no dan cuenta del verdadero esfuerzo mental y físico que conlleva ser un ama de casa, más aún en la fantasía popular de “granja, comida desde cero, 6 hijos y otro en camino”.

Un ejemplo de esto es la influencer Hannah Neeleman, más conocida como Ballerina Farm. Ella, una bailarina de Julliard que amaba Nueva York y quería quedarse, dejó la ciudad y su carrera en la danza para formar una familia con un hombre con herencia multimillonaria. Uno que le regala un mandil con prints de huevo en lugar del viaje a Grecia que ella pidió y para el que, claro está, tienen dinero suficiente.

Esto después de incitarla muchas veces a competir en concursos de belleza, menos de dos semanas después de haber dado a luz y después de que ella trabajara tanto, sin ayuda, que no podía pararse de la cama; situación que, ella asegura, pasa a menudo. Hannah Neeleman dice que no se identifica como una “esposa tradicional” e insiste en que elegiría esta vida de nuevo. No podemos imponerle etiquetas o soluciones con las que ella no esté de acuerdo, pero sí podemos usar su caso para ilustrar que este modo de vida no es tan fácil como los vídeos cortos y sumamente curados podrían sugerir. Además, demuestra que rara vez se tiene la remuneración apropiada, incluso emocionalmente.

Su entrevista en The Times deja claro que su esposo, quien está en contra de contratar un servicio doméstico para aligerarle la carga a Hannah, es quien toma las decisiones respecto a las actividades que realizan, a la organización familiar, al uso de espacios (el estudio de ballet que ella quería se convirtió en el salón de estudio de sus hijos), e incluso a las prácticas médicas de sus embarazos. Hannah cuenta que todos sus partos han sido sin anestesia, excepto en una ocasión en que su esposo no estaba en la habitación y se le aplicó la epidural. Ella dice que «fue una experiencia genial». He aquí la realidad contrastada con la fantasía: al ceder tu independencia económica en manos de alguien más, cedes también el control de tu vida. 

Dentro de los espacios tradicionales, es muy común escuchar que este estilo de vida es preferible sobre otros porque es más cómodo, pero ¿cuánto de ti estás dispuesta a dejar ir por una comodidad superficial? ¿Qué tan cómodo puede ser no tener la decisión final sobre tus responsabilidades, tu tiempo, tus hobbies y tu cuerpo?

Hay otras mujeres que se han vuelto la cara del tradwife-ismo, algunas con narrativas más dañinas que otras, como Estee Williams, quien dice, textualmente, que se somete a su esposo, pues es lo estipulado por la biblia, y que se viste y peina según las preferencias de él, dejando las suyas en segundo plano. Al emular un estilo cincuentero sumiso, no es sorpresa que sus políticas se alineen herméticamente con la derecha. Lo que sí es peligroso es que, ante uno de los caudales más obvios de propaganda y adoctrinamiento machista, haya quienes discuten que este tipo de contenido es inofensivo o, peor aún, feminista en algún grado.

En los anchos lares del internet, me he cruzado con más de una discusión aplanada por la frase “Feminismo es dejar a las mujeres elegir lo que quieran hacer”. Mmmm, ¿será?. Ciertamente, imponer un modo de vida, sea cual sea y a quien sea, siempre es contraproducente y no nos lleva a ningún lugar. Por otro lado, fingir que todas nuestras decisiones son igual de válidas y empoderantes es poco sincero. Nuestros deseos no aparecen de la nada, el modo de vida al que aspiramos contrasta con nuestra realidad material y con lo que se nos ha enseñado a anhelar. Pierre Bourdieu, sociólogo francés, llama a estas predisposiciones, fruto de estructuras sociales -el Estado, la familia, la educación, la religión– que condicionan nuestro comportamiento, el habitus. No podemos pretender que nuestras acciones no afectan a otres, o que no contribuyen a la permanencia de las creencias intolerantes que nos oprimen también dentro de esas estructuras. Perpetuar patrones de pensamiento dañinos mediante el contenido que consumimos, compartimos y que ansiamos, pensando que al no afectarnos directamente -ahora- estamos a salvo, es una ingenua caída en picada hacia nuestra autodestrucción.

El foco más perjudicial a mi parecer es justamente la romantización (o fetichismo) de la dependencia económica en un hombre. Videos como este demuestran inconformidad con el sistema económico actual, pero llegan a conclusiones todavía peores para las mujeres. Se dice que “preferirían volver a los años 50” sin considerar las historias de vida de las mujeres que, de hecho, sí vivieron la vida sobre la que la juventud conservadora fantasea. Y más que vivirla, la sobrevivieron.

No por nada Mary Ann Cotton se volvió un ídolo para las mujeres de su época y para amas de casa futuras cuya única salida era, literalmente, matar a sus maridos. No por nada muchas abuelas ―la mía incluída― urgen a sus hijas y nietas que no dejen de estudiar y nunca dependan de un hombre, porque aunque parezca fácil, siempre pagarás con tu libertad. Sobre todo, no hay que ignorar el desenlace de tales historias, contadas propiamente por mujeres que han estado ahí.

Muchas ex-esposas-tradicionales, como Enitza Templeton y Jennie Gage han compartido las consecuencias de estar en un modelo familiar como este: detrás de los viajes semestrales a destinos turísticos y estancias en casas millonarias, se esconden historias de abuso constante. Después de décadas de una vida de ensueño –al menos para el público–, de un día a otro esta se esfuma, dejándolas con la responsabilidad total sobre los hijos, la comida, la vivienda, y con un currículum vacío que complica la búsqueda de un trabajo estable. Siempre hay un precio.

Me parece apropiado hacer una aclaración en torno a otra frase que he visto un poco demasiadas veces en redes sociales: el feminismo obligó a las mujeres a trabajar. Factualmente incorrecta y una catapulta para mantener roles de género dañinos, especialmente nocivo para jóvenes impresionables con ansiedad sobre el futuro y sobre las inminentes responsabilidades de la adultez.

El feminismo no obligó a las mujeres a trabajar; las mujeres, incluso desde antes de la revolución industrial, ya trabajaban. Quienes no tenían que hacerlo y consecuentemente fueron educadas para permanecer en el modelo tradicional de familia, caían directamente en relaciones violentas de las que no podían salir por no contar con la independencia económica necesaria. Vemos aquí que el llamarle “ayuda” o “deber femenino” al trabajo doméstico, y por consecuencia realizarlo sin remuneración, deja estragos tanto arriba como abajo.

Las luchas por la liberación de las mujeres (no siempre bajo el nombre de feminismo) lograron los derechos laborales necesarios para un modo de vida diferente, un modo de vida más digno. Dentro de este sistema, la independencia económica es imprescindible para seguir un camino propio, sin atenerte a las expectativas y demandas de alguien más, algo todavía más complicado si existen bienes y familias de por medio.

Pienso que, si buscamos tener discusiones productivas –y debemos hacerlo– sobre el papel de las mujeres en el matrimonio a lo largo de la historia y hasta el día de hoy, es indispensable reconocer cómo las figuras públicas y las piezas de media que consumimos añaden narrativas que moldean nuestra percepción.

Aún cuando no se expresan abiertamente, las inclinaciones ideológicas están ahí y pretender que es un fenómeno inofensivo sólo nos hace tropezar en el camino. Mientras existamos en este sistema y mientras trabajemos para mejorar nuestras condiciones materiales, nuestro plan de vida debe depender de nosotres. Forma vínculos significativos con quien quieras, forma una familia y vive el amor que gustes, pero no dejes tu futuro a la merced de otro. El amor no es control y tus propias piernas bastan para mantenerte en la superficie.