Columna Animal, flor o fruto | Por Katia Rejón, Ilustración Melanie Rejón
No quiero sonar pedante, pero tengo tres corazones y una red de nervios que te wixas, así que simplemente lo diré: los pescadores nos deben el pellejo. Cientos de miles de nosotras han dado trabajo y comida pero algunos son malagradecidos. De Punta Zacatal a Puerto Morelos somos y seremos una especie que necesitan.

Me presento. Soy Octopus Maya. Mollusca. De clase cephalopoda cuvier. De la orden Octopoda, Octopodiformes. Madre de mil 200. La mismísima Pulpa Maya. Hace 60 años el biólogo Manuel Solís Ramírez nos sacó del montón. Descubrió que no éramos como otras especies de octopus porque no tenemos fase de paralarvas sino que desde que nacemos nuestra forma es alienígena, pulpácea. Y no nos dispersamos: no existimos más allá de la Península de Yucatán.
Los octópodos rojos éramos una potencia mundial en 2001, y ahora ya escaseamos en algunos mares. Es que hay que ser bien jijo para acabar con una especie que se reproduce tanto. Hay que écharle ganotas a la pesca furtiva. Bola de inconscientes con dos patas, es que te juro que lo pienso y se me sale la tinta del coraje.
Te voy a decir algo que seguro no sabes: Los buzos vienen a nuestros jardines y llevan bloques de cemento para hacer túneles que nos secuestran para después capturarnos, sin importar si tenemos el tamaño adecuado o si somos hembras cuidando, no sé, unos 2000 pulpos bebés. O si no nos echan cloro para que salgamos de las cuevas despavoridas. ¡CLORO! Si tuvieran la paciencia, tendrían también la abundancia del mar que da de todo y para todos.
Nosotras lo entendemos perfecto, hay que comer. También somos carnívoras y honramos el alimento que nos ofrecen los invertebrados, los crustáceos, los caracoles ¿y por qué no? A veces también se nos antoja uno que otro molusco o pulpito. Por eso no vemos mal que se alimenten de nosotras, pero que no se pasen de abusivos. El corte debe ser limpio, justo, la muerte tiene que valer la pena.
A nosotras nos gustan los humanos que ven en proyectos interculturales una perspectiva animalesca. Que te sirva a ti y a mí también, que sea justo. Cuando llegaron los del Jardín del pulpo con sus datos científicos dijimos: Va, jalo.
Ellos, un grupo de biólogos y entusiastas del medioambiente, quieren que seamos pop. Quieren que pinten murales con nuestros rostros, y que se hagan museos dedicados a investigarnos y admirarnos, folletos con información íntima y privada sobre nuestras vidas, que la gente quiera bucear para vernos (¡y no para atacarnos!) y que nos quieran tanto que se mochen con nuestra conservación. Suena lindo, suena a que los flamencos con sus patas largas y plumas rosadas ahora nos harán un espacio en la fauna famosa.
El Jardín del pulpo lleva un año trabajando con los pescadores de Dzilam de Bravo donde ―hay que decirlo― existe un problema grave de pesca furtiva de pulpo y mero. Así que el grupo del Jardín les da pláticas, coaching, jalones de oreja para que sepan que acabar con nuestra especie a lo salvaje es acabar con su alimento del futuro.
No llevamos 5 millones de años en este mar para extinguirnos por culpa de la inconsciencia, la verdad. No nacimos del impacto cósmico del meteoro como para extinguirnos por la ineptitud humana. Cada año nuestra casa produce 30 mil toneladas de pulpo pero somos más que eso, somos seres dignos de admirarse más allá de cómo nos traducimos en dinero.
A mí me convenció su proyecto cuando oí a Saúl decir:
—Lo principal es propiciar la conservación de esta especie con los habitantes de la costa, a través de la educación ambiental y la revaloración cultural que le den al pulpo maya no un valor económico sino cultural.
¿Qué tal? Ahora sí estamos hablando con inteligencia. Y francamente, eso de querernos convertir en íconos de la cultura es lo mínimo que una esperaría. Ya se estaban tardando. Atractivas, somos. Interesantes, somos. Haciendo a un lado la modestia (otra vez, y soporten) tenemos buena memoria, aprendizaje visual y táctil, cada uno de nuestros tentáculos es un sistema nervioso en sí mismo, tenemos las vísceras en la cabeza que es tan grande que parecemos un cerebro con patas. Bueno, esto último no es aesthetic pero ustedes entienden. La verdad, mi parte favorita de mi cuerpo son las hileras ventosas y pegajosas con las que ¡zaz! cacheteamos a las presas y nos agarramos fuerte a las rocas para ir contonéandonos por el océano. Y esos ojitos debajo de nuestros ojitos, manchas que parecen ojeras pero en realidad son ocelos y por los que nos dicen “pulpos de cuatro ojos”.
Los científicos esperan que si nos quieren, pero quieren de veras, nos cuiden. Nosotras también cuidamos, de hecho lo hacemos con tanta devoción que nos morimos en ello. Eso es lo que permite que sobrevivan los dos mil pulpitos que tenemos. Somos madres una vez en la vida y al mismo tiempo somos madres de mil o dos mil. Cuando desovamos, nos ponemos a limpiar a los bebés, los alimentamos hasta que son jóvenes, no podemos ir a cazar nuestra propia comida y morimos de inanición, así de mártires somos. Una vida bentónica y beata.
Tenemos emociones parecidas a ustedes. Sentimos miedo y lo expresamos lanzando tinta. Sentimos estrés y lo expresamos poniéndonos rojas. También tenemos en común la amenaza del cambio climático. Así como ustedes están acostumbrados a un clima, a nosotras nos encanta el pasto marino que va de los 22 a 27 grados y nos gusta tocar la frialdad del suelo rocoso y arenoso. Pero últimamente, qué calor, qué barbaridad. Es un pesar sobre todo, ¿sabes qué?, intentar reproducirse en esos bochornos. Hace todo más difícil. Hay pulpos que hasta migran más abajo buscando la temperatura que ya no encuentras donde siempre. El cambio climático también nos desplaza.
Así que repite conmigo, mamacita y papacito y pamacite:
Si tenemos menos de 450 gramos, no nos agarres.
Si somos hembras, no nos agarrares: andamos cuidando de 2 mil chamaquitos.
Si no es un día entre el primero de agosto al 15 de diciembre, no nos agarres.