Ya no somos las mismas: la guerra que sigue y la luz de las mujeres

Por Laura Matilda

Esta obra, editada por la periodista Daniela Rea, reúne textos escritos por un grupo de mujeres, que forman parte del colectivo Pie de Página, y mediante entrevistas y textos personales buscan reflejar cómo han vivido y sufrido las mujeres la violencia que por cuestiones sociales e históricas, la reciben de otras formas, aunque no vaya dirigida directamente a ellas.

 

Primera parte

Han pasado catorce años desde que inició la “lucha contra el narcotráfico”, estandarte del sexenio de Felipe Calderón, y el discurso bélico, más armas, más muertes, más violencia, sigue siendo el mismo, sin embargo no se ha logrado contener. Las autoras buscan señalar desde sus trincheras las acciones fallidas de un Estado que no ha podido proteger, particularmente, a las mujeres.

Es por eso que aunque se centra en el sexenio de Calderón, y añade las consecuencias durante el gobierno de Enrique Peña Nieto, el libro también alcanza a registrar las advertencias que empiezan a notarse en el mandato de Andrés Manuel López Obrador.

La primera parte del libro busca evidenciar el horror de las consecuencias y el alcance que ha tenido en el cuerpo de las mujeres. Daniela Rea abre con un texto sobre las hijas de las periodistas que trabajan en la cobertura directa; Paula Mónaco habla sobre el abuso sexual que sufrieron dos mujeres por parte de los militares; Lydiette Carrión entrevista a una adolescente que perdió a su mejor amiga, por mencionar algunos. No hay detalles morbosos porque la narración se centra en la indignación, la rabia y hasta la esperanza de quienes han sufrido estas violencias en cuerpo y espíritu.

Al hablar desde el cuerpo de las mujeres descongelamos las penosas cifras que van en aumento, se le da nombre y rostro a quienes la padecen, sus familias, amigxs y también aquellas quiénes documentan y denuncian.

Las redes de mujeres salvan vidas, rescatan memorias. Sus acciones nos dicen que a partir de la tragedia también se construye comunidad.

Segunda parte

La segunda parte del libro Ya no somos las mismas y aquí sigue la guerra me ha dejado con los sentimientos a flor de piel. Si en la primera parte, predominó la rabia en mi lectura, en los textos siguientes me ha quedado claro que las mujeres organizadas son la luz en medio de esta violencia. Son historias de triunfo, resistencia, resignificación y acompañamiento.

Sara Uribe nos escribe sobre reconocernos en el cuerpo de otros, en el cuerpo de los desaparecidos. También visibiliza la creación de un nuevo lenguaje para mantener la violenta realidad al margen: lo que no se nombra, no existe. Y durante el proceso creativo de Antígona, Sara conoció el proyecto digital de Claudia Castañeda: «Menos días aquí», que junta voluntarios para hacer un conteo de los muertos por violencia en México. Mediante esta labor, los voluntarios han expresado como aquellos desconocidos se convierten en un cuerpo cercano a ellos.

Daniela nos relata, a base de testimonios de maestras, sobre la empatía de cuidar y enseñar a niños en contextos de violencia. María Torres se enfrentó a un niño de 6 años cuyo padrastro estaba inmerso en el narco. Sandra recuerda cómo inició todo en su colonia de Sinaloa: el asesinato de un policía de caseta.

Martha no puede, ni quiere, hacer nada al respecto; el miedo se ha apoderado de sus huesos. Mayra acuerpa a sus alumnos, no niega la situación y está convencida que la fortaleza interior es lo que la hace ir todos los días al aula. María recibe a una niña cuyo padre asesinó a su hermano: “¿Soy mala porque quiero a mi papá aunque haya matado a mi hermanito?”.

En medio de esta guerra han surgido grupos que se organizan para buscar a sus seres queridos porque las autoridades no los busca, no investigan. Son colectivos de búsqueda, comunidades de apoyo, resistencia, escucha y cuidado mutuo liderado por mujeres, por las madres de los que se llevaron. Asisten a talleres, impartidos por arqueólogas forenses que pertenecen al EMAF. Desde el 2014 el EMAF imparte talleres a familias de personas desaparecidas, fueron ellos quienes pidieron que se les enseñara el proceso de descomposición de un cuerpo.

Las arqueólogas también han sido sensibilizadas al respecto del uso del lenguaje: «Yo no les llamo huesos, acuérdate, les llamo tesoros», dice Mirna Medina, fundadora del colectivo Las Rastreadoras del Fuerte.

Daliri Oropeza caminó junto a mujeres zapatistas que conocen los secretos de las hierbas medicinales, el cuidado de su territorio y la lucha. Una lucha que no se nombra así misma como feminista pero que sin embargo reconoce la violencia ejercida sobre ellas. Afirman que las comunidades zapatistas se han fortalecido porque la mujer ahora tiene un papel más activo en el frente. Mujeres y hombres trabajan en conjunto. Hombre que hiere a la mujer es severamente castigado. En la comunidad primero está el respeto.

El autocuidado es una decisión política, explica Marcela Turati. Las mujeres defensoras de derechos humanos deben comprender que primero están ellas, sus vidas, para poder continuar en la lucha. Cuidar a las que cuidan mediante espacios seguros, creados para ellas por otras defensoras, porque el Estado no garantiza dicho cuidado ni protección. Las compañeras establecen redes de apoyo y alianza para salvar a las defensoras de agresiones desde el plano personal hasta el laboral.

El 3 de mayo de 2017, el cuerpo sin vida de Lesvy Berlín Rivera Osorio fue encontrado dentro de las instalaciones de la UNAM junto a una caseta telefónica. Las autoridades dijeron que fue suicidio. El 5 de mayo se convocó a una manifestación para pedir justicia y a ella llegaron más de 3 mil personas. Ahora que estamos juntas, ahora que sí nos ven. Fue un día histórico, una marcha de mujeres para Lesvy.

«Nos aferramos a la vida en medio de tanta violencia, nos cuidamos y honramos a las que ya no están, en medio de un mundo que nos quiere muertes, tristes y con miedo. Elegimos vivir»: ERIKA LOZANO, REPORTERA Y DOCUMENTALISTA INDEPENDIENTE

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