Ya no estoy aquí: una sanación poética en el cine mexicano

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Por Andrea Fajardo

Yo no soy experta en cine, tampoco soy cinéfila. Confieso que no podría hacer una crítica lo suficientemente objetiva y virtuosa sobre una película, ni hablar de planos, tomas o secuencias, como quizá podría hacerlo sobre una obra de teatro. Pero les diré algo en lo que sí soy experta con respecto al cine: llorar a mares en una película que me ha conmovido, hablar de ella durante días y compartirla con amigos, aunque eso signifique verla cuatro veces más.

Así mi fin de semana después de ver “Ya no estoy aquí” del director mexicano Fernando Frías de la Parra, estrenada el pasado 27 de mayo en Netflix. Ganadora del Ojo al Mejor Largometraje de Ficción y el Premio del Público en el 17° Festival Internacional de Cine de Morelia (donde se estrenó mundialmente), la película narra la historia de Ulises: un joven de 17 años que vive en un barrio de Monterrey y forma parte de una pandilla llamada Los Terkos.

Ulises es un apasionado de la cumbia rebajada y la cultura de los Kolombia, de la cual forma parte. Se reúne con sus amigos a bailar y tocar cumbias con instrumentos improvisados: cubetas, palos de madera, cucharas, etc.; o en las fiestas de cumbia que se organizan en el barrio. Por un malentendido con un grupo criminal que empieza a ocupar territorio en la zona, Ulises se ve forzado a huir de su casa y migrar a los Estados Unidos, pues recibe una amenaza de muerte contra él y su familia.

Uno podría preguntarse: ¿Qué más se puede decir sobre la guerra contra el narcotráfico en México, que no se haya dicho ya? La película “Ya no estoy aquí” responde a esta pregunta con una profunda reflexión sobre cómo se ven afectados los jóvenes en este contexto de violencia, desde un plano cultural, emocional e incluso existencial.

Entre errores de conexión desde Zoom, teniendo que mudarnos a una Sala de Facebook, tuve la oportunidad de platicar con Juan Daniel García Treviño, quien interpreta a Ulises; Yesica Silva Ríos, quien es Patricia: la mamá de Ulises; y Carlos Navarrete García, el tío del protagonista que le ayuda a pasar al otro lado. Nuestra conversación inicia como cualquier otra en estos tiempos: comentarios sobre el clima, las ciudades donde vivimos, las peripecias de comunicarse por medios digitales… Yesica y Daniel juegan con los filtros de Facebook mientras establecemos conexión, entre risas y chistes comenzamos a hablar sobre quiénes son y cómo llegaron a esta película.


Juan Daniel: el “Derek”, como le dicen desde niño, es un joven músico y actor de 20 años. Toca un poco de todo, pero lo que más le gusta es el vallenato y la cumbia colombiana. Desde los 9 años aprendió a tocar con la enseñanza de su papá, a quien también ha ayudado siempre en su negocio de carpintería.

—A partir de la música fue que me llegó el proyecto de la película, porque entré a un proyecto de prevención social del delito en Monterrey, donde me pusieron a un maestro de música. Ese maestro me puso en un cuadro musical con mis hermanos. Después que ya ensayamos bien y formamos nuestro repertorio, nos invitaron a un evento de Celso Piña. Fuimos a tocar y allí me hicieron la entrevista para la película.

En ese entonces tenía 17 años, la misma edad de su personaje. Cuenta que le gustó mucho la experiencia actoral, y que actualmente se encuentra en formación para desarrollarse en esta área.

Yesica es actriz, originaria de Monterrey. Estudió en la escuela de teatro de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL. Es cuentacuentos, actriz de doblaje, hace comerciales, escribe, produce y dirige sus propios espectáculos. Comparte que este es su primer trabajo profesional en cine, pues nunca se sintió atraída por el medio, ya que tuvo malas experiencias en cortometrajes universitarios.

—En realidad yo no pensé que esto iba a pasar. Yo fui un contacto para el que vino a hacer el scouting buscando talento en Monterrey y locaciones. Como no conocía a nadie pues me lo encargaron para que lo apoyara. Yo de entrada sabía que era una peli que no iba a tener actores, entonces nunca pensé que tendría oportunidad. Estaba muy preocupada de que fueran a hacer una caricatura de los kolombia y quise estar cerca. Él me decía: “es que tú me gustas para que seas la mamá”. Me dijo que me haría el casting, pero nunca sentí que me fueran a hablar, y pues resulta que sí. De repente un día me llamaron: “en dos semanas vamos a grabar”.

Carlos también es actor, nacido en la Ciudad de México. Desde muy pequeño vive en Monterrey y estudió en la misma escuela que Yesica. Juntos trabajaron en una obra para el Programa de Teatro Escolar y fue allí donde lo invitaron a hacer el casting para la película.

—Me llamaron para una entrevista y fui, ahí conocí a Derek precisamente. Nos hicieron una prueba de lectura y luego directamente a actuar con Derek. Fue muy padre porque ahí fue donde vi y pude empezar a construir el personaje, sin saber si iba a ser seleccionado.



Sobre los personajes

Al inicio de la película, una leyenda muestra el significado de la palabra Terko: Obstinado, irreductible, firme o inamovible en su actitud. Podría decirse que este es el carácter que define a muchos de los personajes y la cultura que representan. Una expresión que se resiste a un contexto que los oprime y discrimina. Un posicionamiento inherentemente contestatario que se manifiesta en la ropa, en la danza, en el lenguaje.

Con relación a sus personajes y la experiencia de la película, los actores comparten orgullo y felicidad de haber participado y, sobre todo, de haberse conocido.

Derek cuenta que no vivió directamente el movimiento de los kolombia, pero lo conoce muy bien porque sus hermanos fueron parte. Confiesa que su proceso en la película fue muy difícil porque no sabía bailar y tenía las piernas “quebradas”, por lo que muchas de las escenas fueron agotadoras y con un proceso lento de grabación.

—Cuando fui a hacer casting llevé a mis hermanos y habían bastantes cholos ahí ya vestidos. Habían unos chavos de Saltillo que traían sus coreografías de baile ya bien elaboradas y yo cuando entré a conocer a Bernardo (su coach actoral) y al director Fernando, me dijeron: “A ver, órale póngase a bailar”. Y dije: “No, yo no sé bailar”. “Bueno, pon la rola que tú quieras” y ya puse una rola, hice mis ridiculeces y ya.

En un principio no se imaginó que podría obtener el protagónico. Pero como buen terko, aprendió a bailar con algunos conocidos de su colonia y viendo videos en YouTube. Durante 15 días se dedicó a sacar pasos. Llegaba del trabajo y se ponía vestimentas holgadas “para dar la finta”, dice. Le pedía a su mamá que lo grabara y le mandaba los videos a su coach. Comenta que, según el director, ese compromiso fue lo que le aseguró el personaje principal.


Haciendo mención de la escena donde un policía en Nueva York le dice no puede bailar en la calle sin permiso, y Ulises responde “Fuck you” mientras sale corriendo, Derek comenta:

—Yo nunca conocí el proceso de un actor de cómo llegar a esos sentimientos. Nos tuvimos que esperar un año para ir a grabar a Nueva York, que por mi Visa y que por los cambios climáticos y que la nieve. Todo ese tiempo yo estuve entrenando con Bernardo y me ayudó a centrarme bastante en mis sentimientos, y en las historias que yo contaba de cuando me sentía triste o me sentía enojado, o feliz. Que casi nunca soy feliz en la película (risas), pero llegaba a esos moods de concentración a través del entrenamiento. Cuando ya estaba en Nueva York, me metí en un mood de rencor conmigo mismo cuando no podía aprenderme las escenas, me daba coraje. Me jalaba los pelos así de que “no entiendo aquí por qué está diciendo esto”. De todas esas cosas yo me agarraba para llegar a esos momentos.

Al hablar de su personaje, Derek es muy concreto. Dice que se siente feliz de haber representado las historias de sus amigos y a Monterrey, en una película que los ha llevado a reflexionar mucho sobre su contexto.

—Fernando como que no se quiso enfocar tanto en este tema de los descabezados, que los muertos en las calles y todo esto. Quiso meterse en el tema del narco pero muy a como lo viven los cholos ¿no? El barrio bajo. De que cómo la falta de oportunidades en cualquier parte del mundo te hace empezar a vivir la vida desde muy joven, dejas de ser niño a los 15. Es lo que yo pienso de este personaje. Creo que tiene muchas cosas que ver conmigo también, yo me sentí muy cómodo con él, y él conmigo.

Creo que muchos estamos de acuerdo en que el trabajo de Derek con Ulises es más que honesto y profundo. La sencillez de su interpretación es la misma con la que habla de sí mismo.

Para Yesica la experiencia de la película fue algo que superó sus expectativas por completo. Significó un reto actoral muy grande porque temía que al trabajar con no actores, ella llegara a verse sobreactuada o demasiado teatral. Tuvo que desaprender cosas y construir otras a partir de sus compañeros.

—La verdad es que yo sí tenía muchas ganas de hacer ese personaje, a Patricia, porque son muchas cosas juntas. Mucha gente me decía: “Ay es que yo sentía bien feo cómo le hablabas y es que lo regañas bien feo”. Pero pues en la creación de personaje es una mujer que vive en un entorno muy rudo, es una madre soltera a la que ya le mataron un hijo… Una mamá que viva así no puede ser tierna y dócil. Entonces hay una amargura, un rencor hacia la calle. Me pusieron en un comentario: “¿Por qué le dices que no regrese? Siento muy feo cuando él quiere con todo su corazón regresar y tú le cuelgas el teléfono”. Para empezar, pues porque esa era la decisión del guionista ¿verdad? (risas). Pero también digo, ella se endeuda para toda la vida para que el hijo se pueda ir a Nueva York, se mete en problemas económicos y de que a lo mejor a ella también la van a matar. ¡O sea, no mames! Entonces ¿qué es colgar el teléfono? Es: “No lo acepto. Cállate, no vas a venir. Allá estás vivo”.

Efectivamente, el personaje de Patricia no cumple con el estereotipo de madre bondadosa, abnegada y dulce. Su complejidad se concentra justamente en esa escena donde cuelga el teléfono que, aunque parece un desaire, es en definitiva la síntesis de todo su amor por Ulises.

Por otro lado, Carlos abre un tema a la reflexión acerca de su personaje, el tío de Ulises, que es la importancia de la contención familiar.

—Hay un dicho que casi todos conocemos: “con la familia uno ve su suerte”, y hablando del personaje pues es el primo de Patricia, realmente no hay mucho que decir. Es un policía y ayuda a este muchacho a irse, pero el trasfondo para mí viene a ser muy lamentable. Me da coraje que este personaje sea parte de esta indiferencia, de esta falta de empatía hacia un niño, carajo. Que está metido en un problema muy grave, pero que él como policía y como tío ¿por qué no optó por hacer una contención? De decir: “Oye, qué te está pasando… O ¿sabes qué? Te quiero un chingo, y ¿quiénes son? ¿Los zetas? Pues bueno, vamos a romper con ese pinche abecedario de muerte”, algo así. Pero no, este personaje es parte del problema.

La única solución que asume el tío es mandarlo a Estados Unidos completamente solo, incluso con desdén. Ulises llega a Nueva York, la “ciudad de los sueños”, para conocer su lado más decadente y crudo. Vemos a un personaje que no se haya en un lugar donde se supone que puede “superarse”, pero se siente perdido e inadaptado. Nada que ver con el sueño americano. En Estados Unidos, Ulises recibe un golpe de realidad: la vida cambia y él ya no es un niño. Conoce la nostalgia por estar lejos de su país, la frustración de no poder comunicarse, la verdadera soledad.

Todo esto se construye desde una narrativa muy sencilla pero contundente, sin grandes discursos filosóficos ni escenas de violencia explícita. La única escena donde hay sangre dura alrededor de 30 segundos. Las acciones y los estados físicos del personaje, con una banda sonora de cumbias rebajadas, es lo que nos va situando en su conflicto existencial; que a la vez no se desliga de la realidad política en la que se encuentra. Una vez más, lo personal es político.

Sobre la crítica

Algunos comentarios en redes sociales dicen que es una película aburrida, mal actuada, incluso “naca” y que da una mala imagen de Monterrey. Está demás decir que el clasismo no pasa de moda. Preocuparse porque una película dé una mala imagen de un lugar cuando está retratando una realidad del mismo, es tener la vista corta y hablar desde los privilegios.

Yesica nos comparte que le impresiona cómo esta película ha calado tanto en la herida económica del regiomontano:

—En Monterrey nacemos con la cultura del trabajo, siempre tienes que estar trabajando para tener dinero, para la carne asada del fin de semana, para comprarte la camisa original de los tigres o los rayados… Aquí la pobreza se tiene muy ligada a la flojera, a la gente que no trabaja. El movimiento kolombiano, cuando existió, yo creo que era el penúltimo grupo de la jerarquía social de Monterrey. Si eres kolombia eres pobre, no hay de otra. Ahora que ya empezó la onda hipster y que les gusta la cumbia y que según la bailan y la chingada, eso es otro pedo. Pero la verdad es que la cumbia kolombiana la escuchaban personas que eran de las colonias menos favorecidas. Entonces lo que la gente no quiere en Monterrey es que se piense que somos pobres. También vi un post que se anduvo compartiendo y que decía: “Yo viví toda mi vida en la Independencia y jamás vi a alguien vestido así”. No mames, me parece increíble a dónde llega la negación de decir que no existieron, a invisibilizarlos. Entonces de dónde salieron todos los documentales que hay del movimiento, Fernando lo soñó o qué chingados (risas). Pero pues bueno, para eso también es el arte, para incomodar.

En la opinión de Carlos, esta película es parte de la madurez que está atravesando el cine mexicano. Bromea con un nuevo dicho: “para palabras de marrano, oídos de chicharronero”, mientras destaca que este trabajo le da a México una lectura y una propuesta al nivel de cineastas como Jim Jarmusch.

—Es una necesidad también de romper con estereotipos y vicios de nuestra sociedad que nos están carcomiendo. Creo que este trabajo aporta una sanación poética al tejido social tan roto y tan desgastado que tenemos.

Ante las reflexiones de sus compañeros, Derek sólo comenta entre risas:

—No sé, no sabría qué decir. A mí me gustan los memes que me mandan, están chidos. Yo digo que sigan haciendo memes. Es como echarle más leña al fuego, respondiendo.

Al compartir mis impresiones de la película con amigos artistas, algunos argumentaban que no tiene progresión, que a los personajes no les pasa nada, que solo exotiza a los kolombias para hacerlos ver interesantes y romantizar la situación en la que están.

En primer lugar yo diría que, al contrario, les pasa TODO. Es imposible no ver la transformación de los personajes y del lugar en el que viven. Todo lo que conocen cambia, su barrio se vuelve zona roja de violencia (más de lo que era). Sus vínculos se pierden, sus fiestas, sus tardes de cumbia en las terrazas, sus rituales de vestimenta y peinado, que eran entrañables… Todo es reemplazado por armas, trocas y drogas.

En el caso de Ulises, se resigna y renuncia a todo lo que le da identidad con tal de poder regresar a casa, como se ve en la escena donde se corta el cabello antes de ser deportado. Sí, regresa al mismo lugar donde empezó, pero todo ha cambiado radicalmente y no para bien. Al contrario, se encuentra con una guerra de la que no quiere ser parte y en la que varios de sus amigos están involucrados. ¿Qué más transformación que esa?

Para muchos esto puede ser algo muy obvio (porque México violento), pero si hacemos un ejercicio de empatía veríamos que para personas como Ulises o sus amigos, esto puede ser lo peor que les pase en la vida. Y en efecto lo es, ¿por qué tendríamos que minimizar los estragos de la violencia y el narco en las pequeñas colonias y sus habitantes? ¿Porque así es? ¿Porque es normal y no queda de otra?

Quizá también estamos demasiado acostumbrados a la narrativa de la superación y el éxito. Ver a los héroes de las historias logrando sus sueños o subiendo escalones en la sociedad, pero no en todos los casos es así.

Cada vez que leía el guión yo lloraba. Cuando lo terminaba decía: “No, por qué se acaba así”. Pero tenía que asumir las cosas del personaje, comenta Derek.

La propuesta de la película es precisamente eso: asumir una realidad para preguntarnos qué hacer con ella, si queremos transformarla. Diría que en lugar de romantizar a estos personajes, hay una apuesta por reivindicar su sensibilidad y su experiencia humana, por encima de cualquier estigma.

En su viaje, Ulises sueña o recuerda constantemente los momentos de baile con sus amigos. En la escena final vemos cómo intenta reproducirlo, hacer que su juventud dure unos minutos más. Desde el techo de una casa, Ulises mira los disturbios en la calle, gente con machetes y palos que bajan del barrio para correr a los policías y militares. Se pone sus audífonos y empieza a bailar, es lo único que él quiere en medio de esta guerra. Nuevo golpe de realidad: se acaba la batería del reproductor de música, solo escucha gritos y sirenas de policía. Nos damos cuenta de que Ulises ya no está en casa, ya no está aquí.