Verónica Murguía y el compasivo viaje del héroe

Por Yobaín Vázquez Bailón

El cuarto jinete es una novela que se concibió desde 2003 y tuvo que esperar tantos años para ver la luz, precisamente en un contexto parecido al de la novela, enmarcado en el apocalipsis y la enfermedad.

Verónica Murguía hace gala de un conocimiento profundo de la época medieval y escribe, a modo de voces, sobre Francia en plena peste bubónica. Los monólogos muestran a distintos personajes: un médico musulmán disfrazado de español, una sanadora confundida con una bruja, un carretonero que recoge los cuerpos, fanáticos flagelantes que buscan acabar con la pandemia mediante la sangre y el sufrimiento.

Foto Berenice Fregoso para El Universal.

Tenemos, pues, un coro de la desolación y la desesperanza; aunque algunas veces tiene destellos de humor. No han sido pocos los que relacionan El cuarto jinete con la propia desolación y desesperanza que nos trajo el COVID-19, y en verdad el paralelismo puede ser escalofriante: la humanidad en suspenso por algo que no comprende, la mortandad, la avaricia, la superstición.

Verónica Murguía mira más allá de la visión cristiana, se asoma a las juderías y los razonamientos musulmanes. Pero es que además es una narradora que puede describir el horror bellamente, con un lenguaje antigüito sabrosón, que no se tira al barroco pero da la sensación de habitar esa edad tan poco luminosa.

Platiqué con la autora, después de su Conferencia Magistral titulada “La rebelión lectora” en la FILEY 2023, que tuvo a todo el público absorto con su sabiduría, su contagiosa pasión por el medievo y el humor que salpica con anécdotas de diversa índole. Puede hablar de El cuarto jinete por horas sin que se agote el tema, aún con las interrupciones de gente que la reconoce y la saluda o el encuentro con un familiar que no había visto en años. Estas preguntas y estas respuestas son apenas un vistazo a ese mundo tan vasto que es Verónica Murguía, de su capacidad de imaginación y su generosidad para conversar de una novela que a un tiempo es oscura y cruel, pero también luminosa y compasiva.

Se nota en la novela un trabajo de documentación e investigación bastante riguroso, pero ¿hay cosas que quisiste añadir que tal vez no estaban sustentadas por datos históricos o para ti en la novela histórica no hay lugar para las especulaciones?

Traté de ceñirme a las crónicas. La libertad que me tomé fue en llamarle «la peste» a la peste, porque esa fue una denominación posterior. Todo lo demás, por ejemplo, los nombres de quienes están colgados en el cadalso los averigüé en un almanaque que me consiguieron. Leí el cartulario, el reglamento de la Universidad de París para esos años. Por supuesto todo es invención, pero sí traté de ceñirme al pensamiento y a lo que estaba sucediendo y a las posibilidades tecnológicas del momento.

¿Cómo decides crear un lenguaje que tiene resonancias medievales pero que además pudiera ser entendido por un lector del siglo XXI? ¿O no tiene nada que ver un lenguaje medieval sino un lenguaje de Verónica Murguía?

Es un lenguaje inventado, sí, en el que busqué los más ecos que pudiera tener. Por ejemplo, cómo los cristianos llaman a los no cristianos “gentiles” y cómo los musulmanes se llaman a sí mismos “creyentes”. Ese tipo de cosas me llama la atención, me fascina, entonces la dejé, la introduje con mucho placer y felicidad, así como las groserías. Las groserías que por supuesto están en el romancero español, entonces decir bellaco o esas cosas, son cosas que he leído en romances. Yo que más quisiera que ojalá tuviera un eco reconocible para la gente que conoce bien el romancero. Me dicen que no está tan mal. 

¿Tuviste la tentación de añadir en esta novela elementos fantásticos, siendo que generalmente cuando se habla de la época medieval se hace con dragones y caballeros, además ya has incursionado en tus obras anteriores? ¿O decidiste que esta novela iba a ser totalmente realista?

Totalmente realista, y me costó menos trabajo que las invenciones. Fíjate que yo escribí unos cuentos que se llaman El ángel de Nicolás y no hay fantasía, hay mito. Me costaba mucho trabajo porque el cuento es muy difícil, pero me cuesta menos trabajo escribir ciñéndome a la realidad, que al fin y al cabo yo no la inventé, que inventando tres países con unas geografías que fueran plausibles, con todo un sistema de producción. Esta novela fue dolorosa de escribir por el tema, pero para también fue deliciosa de escribir porque estaba entre gente que conocía.

Cuando se habla de las influencias de tu novela se citan textos literarios, pero ¿de qué otras fuentes se alimentó este universo?

Música y pintura, mucho. Música profana medieval de juglares y cosas arábigo andaluzas, una felicidad, porque es música muy alegre. Misas, la música polifónica fue tardía, es posterior a El cuarto jinete. Mucha pintura, que para mí es un deleite y muchas fotos de catedrales, de arte funerario, de ropa, de sandalias, de aperos de labranza, de telares.

¿Cómo decidías cuál era el siguiente personaje en aparecer en tu novela? ¿Tenías un listado o salían al azar?

Tenía un listado y al final, cuando la terminé de escribir, una amiga que se llama Claudia Canales me dijo: está demasiado triste, necesitas pensar en alguien que a pesar de todo estuviera de buen humor. Durante la pandemia yo veía pasar el camión de la basura, con los basureros tirados de risa encima de la basura y de ahí salió Nicolás, el que recoge los cadáveres, que además hace un típico silogismo medieval, de decir, les voy a quitar sus joyas porque Dios dijo que un rico no puede entrar al reino de los cielos, entonces les estoy haciendo un súper favor al robarles los anillos y gastarme el dinero. Fue un personaje que me salió así y que me cae súper bien, que representa esa alegría de vivir medieval, al borde de todo.

Una escritora también te guió para el personaje de la cicatricera.

Jazmina Barrera me dijo, que le gustaba mucho Marie y yo había pensado incurrir en Marie para la primera versión. También me comentó que había pocas mujeres. Y lo que pasó es que terminé la primera versión cansada y súper triste y durante la pandemia tuve mucho tiempo para revisar. Me pude meter en la Edad Media. 

Si pudieras entrar en tu propia novela, ¿con qué personaje interactuarías? ¿O qué haría Verónica Murguía en la época medieval en medio de la peste?

Aquí llega la hora de la confesión, yo soy Guy. A mí me parece que la compasión es la virtud más importante que podemos tener y creo que en nuestros días no hay mucha. Y para ese personaje, el aprender la compasión es el viaje de su vida, porque no es muy compasivo, es más bien propenso al asco, física y hasta un poco moralmente. Lo conocemos ya totalmente asustado, pero tener que sobreponerse para entender que no hay de otra, es un viaje largo, pero es uno que me interesa hacer en la vida.

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