Editorial| La esperanza de la cultura no está en instituciones

Por Memorias de Nómada* 

Ilustración Elo Draws

Ya lo hemos dicho antes, pero si existimos como revista no fue porque nos inspirara una asignatura escolar, ni el baile folclórico o carnavalesco de la secundaria, ni un programa de gobierno, cápsula informativa o revista literaria. Memorias nació del azar de una adolescente que fue a un pequeño teatro independiente en su colonia, en el que se pagaba una cuota solidaria (lo que tuvieras en ese momento) y que sin haber visto nunca antes una obra de teatro, la hizo llorar. Y pensó que si ella —una adolescente de 17 años sin ninguna formación artística, ex fan de RBD— podía llorar con unos versos y tres actores, entonces todo el mundo podía hacerlo. Supo que había gente haciendo cosas maravillosas que esperan —a veces sin éxito— ser vistas. Volvió a casa, abrió un blogspot y lo llamó, por pura intuición y porque quería recordar y seguir caminando hacia esos encuentros: Memorias de Nómada.

Diez años después de ese momento, Memorias se conforma de un equipo de 12 personas que llegaron a la cultura de las formas más milagrosas. Coincidimos en que la cultura está en lo profundo de las cosas que hacemos y pensamos, todos los días. Un entendimiento que está asumido y se reproduce diariamente, automáticamente, en la forma en la que hablamos, los sueños que tenemos y lo que añoramos. Sabemos que la luz con la que se alumbran los escenarios minúsculos son resultado de años de reflexión y trabajo, de la búsqueda de bombillas en la oscuridad.

Y esos años de reflexión y trabajo cuestan tiempo y dinero como cualquier trabajo en el mundo que vivimos. Por ser intangible, la trayectoria en las artes y la cultura es menospreciada; el alcance que puede tener una obra se ve como algo superficial, o bien, como una elevación mística que solo pueden experimentar los elegidos. Por la fuerza acumulada que tiene el sector de tanto nadar contracorriente, se cree que no vale la pena el esfuerzo pues mira, a cada recorte y crisis, sobreviven como pueden.

Pero si algo hacemos en Memorias de Nómada es tomarnos la cultura muy en serio. Tan en serio como es que la tradición de las revistas de mujeres hayan sido pieza clave en el cambio de paradigma de la feminidad. Tan en serio como que un libro pueda ser censurado porque tiene ideas nuevas y prohibidas. Tan en serio como que sea un baile el espacio seguro de las personas que lo practican. Tan en serio como que una pintura pueda ser el homenaje póstumo y el recordatorio diario de la violencia feminicida. Tan en serio como que sea tan natural hablar de cultura y al mismo tiempo de racismo, discriminación, diversidad sexual.

La dignificación de la cultura incluye pensarla en términos laborales, de innovación y de derecho. El concepto en sí mismo exige una transversalidad que no termina (y mucho menos empieza) en el producto artístico. Quizá la mala práctica de confundir política cultural con convocatorias para los artistas sea precisamente lo que provoca que no tengamos hoy la misma respuesta a la designación de Loreto Villanueva Trujillo en la Sedeculta que ha tenido, por ejemplo, la designación de María Cristina Castillo Espinosa en la Secretaría de las Mujeres.

Las instituciones de cultura han generado una codependencia entre el aparato administrativo y los artistas: son los artistas quienes están haciendo la chamba de gestión, profesionalización y cercanía con las comunidades y audiencias, pero no pueden hacerlo sin recursos públicos. Y los recursos públicos se concentran en convocatorias para que los artistas puedan cubrir una mínima parte del territorio que le corresponde al Estado, porque incluso esas convocatorias son centralistas e inequitativas. Porque aunque tengamos representantes de cultura en los municipios, éstos no reciben capacitación y los programas destinados a la descentralización son los primeros en irse.

Así como la Secretaría de Salud no trabaja solo para los doctores, necesitamos entender que la Secretaría de la Cultura y las Artes no trabaja solo para los artistas. Somos casi 2 millones y medio de personas en el estado cuyo derecho a la cultura estará liderado, a partir del 28 de junio, por una persona que lo mismo ha podido ocupar cargos directivos en el DIF, que en Crédito y Vivienda, que en Educación. Casi tan decepcionante como el hecho de pensar que los eventos virtuales y el raquítico presupuesto con el que sobrevivió la secretaría durante la pandemia es una gestión excepcional.

Las decisiones políticas son resultado de una legitimación social y cultural. Gracias a que hemos aplaudido históricamente a servidores y servidoras públicas por hacer el mínimo esfuerzo, es que hoy podemos tener a un Liborio Vidal en la Secretaría de Educación. En Memorias de Nómada no aplaudimos ninguna de las administraciones anteriores de cultura porque creemos que toda la población de Yucatán, los museos, los teatros, los sitios históricos que forman parte de la identidad de las comunidades y la población mayahablante que tanto nos honra de dientes para afuera, merecen mucho más de lo que ha tenido hasta ahora.

Si algo nos mantiene con el espíritu al aire es que conocemos esfuerzos encomiables de organizaciones civiles, colectivos artísticos, defensores de la cultura y comunidades organizadas haciendo cosas maravillosas sin todo el aparato de administración pública. A veces, a pesar de él.

Es cierto y recalcamos que en la Sedeculta hay y han habido personas preparadas, visionarias, entusiastas y talentosas. Es cierto también que muchas veces el aparato es más un obstaculizador, causante de frustraciones de los mismos servidores públicos, que un facilitador de la incidencia de la cultura dentro y fuera del territorio yucateco. Y también es cierto que no basta con poner a una persona preparada al frente de una institución de cultura, si seguimos arrastrando la idea vieja de que hacer cultura es montar una exposición.

Las y los titulares de la dependencia son solo una persona, con habilidades y carencias. No podemos poner solo en sus hombros la calificación de una Secretaría. Lo que necesitamos, entonces, no está solo en el membrete de la puerta de la oficina principal, sino un cambio total de paradigma respecto a la cultura. Uno que nos permita hablar de aumentos y no recortes presupuestales, de seguridad social y laboral, dignificación de centros culturales y artísticos, descentralización, participación de personas con discapacidad, alfabetización, apropiación de espacios públicos, autonomía artística, inversión privada, formación de públicos, industria editorial, economía cultural, profesionalización, cosas serias de las que también se encarga la cultura.

La falta de una dirección contundente en política cultural ha ocasionado la precarización del sector, la falta de modificaciones profundas a la legislación vigente en materia de cultura, que estemos tan lejos de los marcos mundiales de lo que deben hacer los gobiernos ante crisis como la que estamos viviendo. Incluso el hecho de que Yucatán, con toda su riqueza y capital cultural, sea una cuna de talentos que tienen que irse al centro del país para encontrar mejores oportunidades. En su idioma: estamos desaprovechando la economía que podría generar la cultura en el estado porque sus instituciones carecen de dirección, visión y presupuesto.

Insistimos en que la designación de una persona sin el perfil adecuado para dirigir la institución debería indignarnos con la misma fuerza que en los otros nombramientos. Porque es un síntoma más de que la gobernanza cultural no se toma en serio. Insistimos en que no es un tema solo de gobierno sino de ciudadanía, comunidad, audiencias y la forma en la que trabajamos en conjunto.

Quienes hacemos Memorias de Nómada lo hacemos con la convicción y responsabilidad de saber que hay muchas más niñas y niños en el estado que no tienen acceso a su derecho a la cultura. Que habrá algunos, como nosotros, que la encuentren gracias a las iniciativas pequeñas, locales y cercanas.

Quienes hacemos Memorias somos también el niño de 11 años que robó un libro de su biblioteca de la primaria; la niña que recorría los bazares de viejo en Veracruz para leer frente al mar; la niña que compró su primer libro a 25 pesos y cuya madre iba de un lado a otro cazando obras gratuitas para sus hijos; la niña que creció en una favela caraqueña y su primer contacto con la cultura fue cantar Selena Quintanilla rodeada de las amigas de su mamá; la niña que no estudió artes porque le dijeron que no podía vivir de eso y encontró refugio en la lectura; el niño que hacía robots en el kinder y les ponía nombre y les hacía historias; el niño que iba todas las tardes a la sala de lectura que coordinaba su padre y a la vez que leía, escuchaba las historias de las personas.

Sólo nos queda continuar haciendo redes, caminar juntos y construir el futuro desde lo pequeño. Quizá, algún día la administración pública agarre el paso de lo independiente, o termine de ser prescindible. En cualquiera de los casos, no vamos a esperar.

Con la esperanza puesta en el futuro*

Katia Rejón Márquez
Yobaín Vázquez Bailón
Andrea Fajardo
Nery Chi
Logan Johnson
Laura Rodríguez
Eloísa Casanova
Luis Cruces Gómez
Kelly Gómez

 

 

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