Party Project: la fiesta que merecemos

Por Yobaín Váquez y Katia Rejón

Fotografías: Facebook Party Project

Nadie celebra lo raro y eso que hay motivos de sobra. Hasta ahora, sólo la Party Project tuvo el arrojo de intentarlo, de abrir convocatoria para que todo aquel fuera de la norma pudiera exhibirse en derroche y exuberancia. La Party Project es una fiesta no convencional: hay performance, baile, instalaciones visuales y la invitación a que los asistentes se produzcan a partir de una temática que puede ir desde la cultura asiática hasta la santería.

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La artista visual, Steffanía Rivadeneyra y el bailarín Cristian Ramírez son los creadores de este proyecto que surgió durante un diplomado que ambos tomaron en Oaxaca.  

Había que entregar una pieza realizada entre dos artistas de diferentes disciplinas. Decidimos no hacer una pieza sino una fiesta que incluyera la instalación, danza, multimedia, y desarrollamos una serie de personajes que iban a deambular en el evento, cuenta Steffanía Rivadeneyra en entrevista.

Oaxaca fue el primer sitio donde la gente conoció a la Party Project. La fiesta gustó tanto que decidieron “dividirse el país” y continuarla haciendo en sus respectivos lugares de origen: en Yucatán, a cargo de Steffanía; y en León, a cargo de Cristian Ramírez.  

La fotógrafa ha trabajado anteriormente en galerías y antes de la idea Party Project, ya tenía experiencia organizando conciertos y fiestas.

—Me aburría un poco ir a lugares y que sólo hubiera Djs tocando, y si te va bien algunos visuales. No pasa nada. O sea, te la pasabas cotorrísimo porque estás con tus amigos, pero sentía que le faltaba algo. Siempre digo que más que una fiesta, la Party Project es una experiencia. No sabes qué va a haber, llegas y te introduces a otro mundo.  

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Ver los vídeos y la fotografía de la Party Project y no haber ido nunca, te da la sensación de que te estás perdiendo de la mejor fiesta del año. La gente baila, hace pasarela, la creatividad va desde el diseño del vestuario o el look de ese día, hasta la manera de posar ante la cámara. Pero lo que más causa expectativa son los comentarios en redes sociales de quienes sí fueron parte de esta experiencia: quieren saber cuándo es la próxima.

—Vivimos en el trópico y es difícil que la gente se adapte a las cosas que no son de su cotidianidad- Lo que realmente quiero es ofrecer una alternativa de realidad, aunque sea por ocho horas.

De dónde llega la inspiración de este tipo de fiestas puede ser evidente, ella lo reafirma: la libertad de la comunidad drag y queer, los espacios generados por la gente que no encuentra su lugar en lo convencional.

—Imagínate un mundo en el que el espacio se disponga para que hagas lo que quieras. Sonará cliché pero muchos nos hemos sentido freaks. Decimos ‘quiero bailar súper loco, llegar con un pestañón o una bota pero tampoco me siento cómodo siendo la botarga de la fiesta’, y aquí puedes.

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Steffanía sonríe un poco apenada pero secretamente orgullosa cuando dice que le gusta pasársela bien. Pero en este proyecto, ella trabaja para que sean los demás quienes se la pasen bien. Un mes antes del evento, comienza la planeación del diseño, la temática, el vídeo promocional, la decoración, la gestión de los visuales y el performance, además de la logística antes y durante la fiesta.

—Lo que más disfruto es el momento en el que están bailando felices. Que se emocionen, que compartan las fotos. No hay hay nada más chido que la gente me vea corriendo con mi radio y me digan ‘qué buena fiesta’.

Dice que la gente que asiste a las partys generalmente es aquella que disfruta de la vide under del centro, que poco a poco se ha ido ampliando y ha crecido en oferta cultural y artística. La primera edición tuvo 150 asistentes; la última, 400 personas.

—La gente lo espera y como no lo hago cada fin de semana…Cuando anunciamos el tema comienzan a hacer sus cosas. Se ven comentarios en la víspera de la Party, que empiezan a poner en redes su nuevo maquillaje, que se están preparando.

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—Mi familia es católica. Mi abuela tenía una instalación de santos gigante, cualquier museo se moriría por él, súper bizarra. Quería inspirarme en eso, en la religión, no desde el fanatismo sino liberarla: cada quien adora a su santo. También hemos hecho Dragstorelas.

En un futuro, desearía recorrer otros estados de México, hacer un intercambio con performanceros y bailarines.

—Una de mis inspiraciones es el festival Mutek que se hace en Canadá y México. Algo así me gustaría sin dejar la parte del ser humano en acción.

Freak Super Star, una de las últimas ediciones de Party Project

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La última Party Project fue Freak Super Star, basada en los Club Kids de Nueva York en los años ochentas y noventas. Aquí en Mérida se dieron cita dragas, inventadas, tranimales y toda gente que desde su rareza manifestaron la radicalidad de ser diferentes.

Uno creería que la Freak Super Star ocurrió en la periferia, para protegerse de ser vistos. Pero no, los freak ya no son clandestinos. Vi en la plaza de la Ermita caminar a hombres en sendos tacones con orejas de conejo, vampiras y otros seres salidos de una copia del Bosco. ¿Iban a una fiesta o un aquelarre? La diferencia no era tanta.

A espaldas de la Ermita, justo en una esquina, se congregaban esos seres. Era el portón trasero del centro cultural Tara; sin embargo, no dejaba de parecer la entrada de un sonidero ilegal de reggetoneros. Lo primero que se veían eran matas crecidas de un terreno baldío y la vereda que llevaba a una cortina de hule blanco. Aquel simple material dividía al terreno baldío del perímetro donde acontecía la Freak Super Star.

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Traspasada la cortina, uno empezaba a ver seres andróginos y de coloridas texturas. Muy posonas, eso sí, ante las luces y las cámaras. Los que no íbamos vestidos de nada, sólo podíamos verlos con expectación, quizá con envidia de no haber sacado el disfraz de Halloween. Aquellas criaturas eran las dueñas de la noche, la fiesta fue creada específicamente para que brillaran. Desafiaban no sólo las reglas convencionales de la hetero normatividad, sino también la vergüenza de abrir la pista: bailaban sabiéndose inigualables mientras los demás, como estudiantes en tardeada, sólo se atrevían a tomar una cerveza.

“Take your pills”, decían un cartel neón que alguien levantaba. Eso anunció que lo bueno estaba por empezar. En la tarima donde antes bailaban al son del dj, se abrió una pasarela. Era el momento del runway en el que desfilaron las más atrevidas y alguno que otro despistado. Hubo pasos de vogue o simples caminatas, volaron zapatos y caídos también los hubo. A nadie se le quitó el derecho a ser admirado en su extravagancia o torpeza, de ser aclamados y mil veces tomados en fotografías.

Estas son las fiestas que nos merecemos, no las que organizan los amigos con pizza o los familiares con algún tío incómodo. La extravagancia es una necesidad básica para explorar nuevas formas de divertirse. Hubo una ganadora esa noche, la mítica y legendaria Coco y le fue dada una corona. Esa mujer supo cautivar a los congregados. Después de su coronación continuó la música y los demás bailaron, pero ya no con la misma intensidad que los del runway.

La Party Project tiene sobre sus hombros la tarea de reinventar las fiestas de Mérida. Más bien, de imaginárselas como hasta ahora: poniendo al raro en el centro y como protagonista.

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