Nadie puede tocar mi hora de zumba

Texto y fotos de Katia Rejón

La zumba en los parques es uno de los programas gubernamentales mejor recibido por las mujeres. Lo que al principio tuvo la intención de combatir la obesidad, pronto fue resignificado por mujeres de mediana edad que ven en la zumba, una pausa al estrés cotidiano. Un mal todavía más común que la diabetes.

El primer día que fui a clases de zumba la maestra olvidó los cables de la bocina. Una decena de mujeres en leggins la esperaban en la cancha de básquetbol. Ana Carrillo, una joven esbelta y de cabello largo, propuso que en vez de zumba, nos daría una clase de tono muscular para aprovechar la hora.

Las que eran vecinas del parque fueron a sus casas a buscar un cable porque preferían bailar, pero el plug de las conexiones no coincidía con la bocina. Hubo quien, hasta media hora después de empezar la clase, seguía yendo y viniendo de su casa, esperanzada con un manojo de cables. Al principio me pareció una insistencia exagerada, veinte minutos después, mientras intentaba hacer la segunda lagartija, las entendí.

La Zumba es una disciplina pero también una marca creada en los noventa por el bailarín colombiano Alberto Pérez. Se trata de una mezcla de ritmos latinoamericanos como la salsa, el reguetón, la samba, el merengue y los aerobics. En una clase se puede llegar a quemar hasta 250 calorías, dependiendo el empeño que se ponga. Es popular en casi todos los países latinoamericanos y gratis, en aquellos donde la malnutrición es una constante.

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Para venir, las mujeres dejan muchas cosas, sus quehaceres, su programa favorito y hasta los días de vacaciones con su familia. Antes de la hora de clase, algunas mujeres se juntan y platican de estas cosas.

—Nos íbamos a ir desde hoy a Progreso, pero le dije a mi marido que mejor desde mañana. Este mes ya falté mucho a las clases, escuché decir a una de ellas.

Dicen que esta hora, de 7 a 8 de la noche los lunes, miércoles y viernes, es para ellas. Lo dicen así: Su hora de zumba. Algunas terminan el estiramiento y se van corriendo a sus casas para preparar la cena y el desayuno de mañana. Otras llevan a sus hijos y los sientan en las gradas que a veces —dolorosas veces— usamos para calentar.

La mayoría tiene entre 30 y 45 años y son amas de casa. Aunque hay jóvenes de quince y hasta una niña.

—Si tú no puedes, imagínate yo que tengo 75 años—me dice una señora durante la segunda serie de agachadillas.

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Ana Carrillo, la maestra, lleva cuatro años con este grupo. Contenta, me muestra de su celular las fotos de sus alumnas. El famoso «antes y después». Algunas fotos son de verdad impresionantes. Dice que bajar de peso no es la meta de todas.

—Para algunas es como ir al cenote o al cine, su liberación de estrés. A veces ni siquiera se esfuerzan en el baile pero les gusta porque platican con las amigas, se ponen de acuerdo para el cine, hacen fiestas, se juntan en sus casas y cosas así.

A «Anita», lo he visto, la quieren mucho. El segundo día nos comentó que posiblemente las clases se cancelarían por un tiempo indefinido y acordaron que entre todas le pagarían la hora con tal de que siguiera yendo. Pensaron también en hacer una carta y recaudar firmas para llevar al instituto. Son casi treinta mujeres pero dicen que si es necesario, piden las firmas a sus vecinas para que sean más.

En Yucatán hay dos programas de zumba en parques. Por un lado, está el del Instituto del Deporte de Yucatán (IDEY) del Gobierno del Estado; por el otro, un convenio entre el Ayuntamiento de Mérida y la compañía Bepensa. Anita es instructora del IDEY y el cambio de gobierno —y de partido— dejará en pausa el programa hasta que el nuevo gobernador de Yucatán, Mauricio Vila, y la administración panista del IDEY decida si continúa el programa y si continúan los instructores.

—A mí no me quitan mi zumba, dice una entre molesta y decidida.

El segundo día sí bailamos. Antes de comenzar no sabía realmente qué estaba haciendo. Sonó El Juguete de la banda Manikkomio con unos beats de fondo que hacían los cambios de música más potentes. Sentí que todo el mundo nos veía. Apreté los dientes y me moví al ritmo del merengue. Sólo yo parecía notar a los altos hombres musculosos que jugaban básquetbol junto a nosotras y con quienes compartíamos la cancha. Nos miraban de vez en cuando con curiosidad.

Dueñas de sus cuerpos, ninguna notó cuando un balón casi llega a nuestro territorio. Es verdad que algunas hacen los ejercicios más sueltos, pero no parecen sentir pena durante el shaking o el twerking. Muchas de ellas serían el alma de la pista en la Fundación Mezcalería, con todo y sus shorts anchos y sus calcetas blancas.

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En México, siete de cada diez personas adultas vive con obesidad y Yucatán es uno de los estados con más índices de este problema. En promedio, cada día hay 58 casos nuevos de obesidad, la mayoría son mujeres. La zumba en parques surgió como un programa que combatiera este problema de salud.

Sin embargo, a las amas de casa les soluciona también otros problemas. La rutina, la falta de atención a ellas mismas, incluso salir del ámbito familiar y la casa debe ser, por sí mismo, terapéutico.

El programa de Zumba en parques también está en varios municipios del estado y en casi todos los parques. Por la zona donde vivo, hay cerca de 10 parques a la redonda de los cuales 7 forman parte de alguno de los dos programas. Esto también es una fuente de empleo para cientos de instructores y bailarines. Cuando le pregunto a Ana cuántos maestros de zumba tiene el IDEY aproximadamente, abre los ojos y sólo dice “un montón”.

—No era mi plan dar clases. Desde chiquita he bailado y cuando llegué a Yucatán hice mi servicio social en Valladolid y ahí tomé clases de zumba. Me ofrecieron trabajo en el IDEY pero tenía que tomar cuatro certificaciones y un diplomado, los hice y me quedé.

—¿Por qué crees que la zumba se ha vuelto tan popular?

—Se trabaja de todo. Los movimientos son de todo el cuerpo así que es muy efectivo como actividad física. La zumba tiene muchísimo tiempo pero antes era exclusivo para los gimnasios. Quienes no tenían la posibilidad de pagar una clase o una mensualidad, ahora tienen la oportunidad de tomarla de forma gratuita.

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Una mujer llega empujando una carriola donde lleva a una bebé dormida. La pone junto a ella, muy cerca de la bocina. Ni el ruido de los autos, las risas de los niños o el mix de Don Omar que suena a un metro de ella, la despiertan.

Como las veces anteriores, hoy sólo un hombre vino a clase, aunque uno diferente a los otros días. Muchos esposos van sólo a ver o a cuidar a sus hijos mientras la mamá toma clase.

—Algunas se tienen que ganar la confianza del esposo, porque al principio no les gusta que vengan— me cuenta Anita con un poco de pena.

—¿Por qué no les gusta?

—Porque las van a ver otras personas. Pero ellas dicen: en mi momento de zumba no tengo esposo, no tengo hijos. Ellos saben que no pueden tocar mi hora de zumba.

Hay algo en este baile que resulta francamente divertido. A lo mejor es una combinación de la música que da la sensación de festejo, pero al mismo tiempo es manipulada para sentir más el pump. La adrenalina sube cuando te pones a pensar que estás bailando un remix de Ice Ice Baby mientras haces una secuencia de desplantes frente a una pareja que pasea a su perrito.

Las miro y me sorprende, por primera vez, sentir la vibra de la libertad en un estribillo que dice Pa’ este baile no hay salida/ que corra el tiempo. Pégate y zumba conmigo/ con movimiento. No te canses, ponle ritmo a la vida/ Zumba nena menea sin censura.

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