Las desventajas de ser invisible: la literatura en Yucatán

Por Yobaín Vázquez Bailón
Ilustraciones de Tony Peraza

Nadie puede negar que Yucatán es tierra fértil de escritores. Tan solo hay que tomar en cuenta que existe infraestructura para que pueda darse este hecho: dos carreras universitarias de literatura, dos escuelas de escritores, múltiples talleres de aspecto público o privado, diversos concursos de corte nacional, estatal y municipal y becas de fondos federales y estatales. Cualquiera diría que con tales estímulos Yucatán no sólo es tierra fértil, sino semillero de grandes y afamados literatos. La realidad nos dice que no: hay escritores, pero nadie los conoce o solo se codean entre sí y no figuran o apenas lo hacen tímidamente fuera de nuestras fronteras territoriales.

Quiero creer que si los escritores se quedan en la medianía del reconocimiento no es por un asunto de talento. No considero que sean tan malos escribiendo o que nada de la autoría de un yucateco diga algo de eso que los críticos llaman “condición humana” o “universalidad”. Lo digo en serio, haciendo changuitos para que nadie vaya a revelar que en efecto, la literatura yucateca es irrelevante. ¿En qué consiste, entonces, que escritores provenientes del desierto y de formación casi autodidacta obtengan notoriedad nacional e incluso internacional? ¿Será que la mucha capacitación de escritores, la mucha competencia por saber quién es el mejor cuentista o poeta y la mucha ansiedad de probar que somos dignos de recibir un apoyo mensual, acaba por ser más perjudicial que benéfico? Si es así, es entendible por qué después de Ermilo Abreu no existe otro escritor yucateco que sea memorable y constantemente editado por lo menos en Colofón.

Antes de que alguien pueda sentirse ofendido o preguntarse por qué alguien que no ha publicado nada en su vida se muestre quisquilloso y hasta cierto punto insolente con la producción literaria yucateca, debo decir que no es mi intención denostar a los escritores consolidados o emergentes. Reitero, hay escritores haciendo su trabajo con dignidad y hasta con notoriedad, pero a grandes rasgos, ninguna editorial grande o siquiera de las independientes o incluso de las cartoneras, da un peso por algún novelista, cuentista y ya ni se diga poeta yucatecos. No está mal publicar en Ficticia, claro que no, y mucho menos es poca cosa formar parte de las ediciones de Tierra Adentro. Pero esto, que es algo muy bueno como logro personal, no es suficiente, ¿por qué? Porque ejemplos de escritores publicados fuera de la península son esporádicos y comúnmente acabandevorados por una oleada de publicaciones que reciben mayor favorecimiento de lectores especializados, mayor atención de la prensa y mayor entusiasmo por los lectores no especializados.

Ahora es cuando sale el peine: no es un asunto de ser buenos o malos difusores de las obras literarias. O a lo mejor sí, pero sólo más o menos. Se trata, sobre todo, de visibilidad y con ello me refiero a una visibilidad independiente de cuánto se puede promocionar un libro o un autor. La escritura debe verse por sí misma, o como otros mencionan, debe decirle algo a los lectores. La otra vez llevé a vender libros a un tianguis. Una señora desdeñó una novela de Eligio Ancona que le vendía a treinta pesos y prefirió llevarse una de Mo Yan a setenta pesos. Las dos eran novelas históricas, pero por alguna razón esa señora creyó que un escritor chino iba a complacer su necesidad lectora. Vendí la mayoría de los libros, menos el de Eligio Ancona que tuvo que volver, tristemente, a mi librero. En literatura es importantísimo ser visibles, cosa que es difícil de conseguir y que no compra el dinero. Es por eso que aunque un escritor sea un genio o un grupo de académicos eleven una obra centenaria a canon, si no es visible para el público lector no existe.

Quiero remitirme al Boom para clarificar la idea. Eso que muchos llaman fenómeno editorial tuvo un 50% de talento: escritores de todas latitudes de Latinoamérica que escribían bien y fuera de parámetros convencionales; y tuvo un 50% de condiciones externas a la escritura: el morbo, la simpatía o el interés genuino por conocer la convulsa historia latinoamericana y la condición también convulsa de su realidad. Los escritores del Boom fueron y son visibles porque los problemas que detectaron, criticaron o señalaron eran los que a la gente le preocupaba. El libro de cualquier joven yucateco no causa ningún revuelo porque si bien puede tener resuelta una técnica literaria no logra hacer que su escritura importe o que por lo menos la gente crea que importa.

Veamos ahora lo que otros denominan como “literatura del norte”. Poco tiene que ver con un estilo narrativo, sino con un estilo editorial. Alguien echó a andar el rumor de que todo escritor nacido en Nuevo León, Coahuila, Sinaloa, Sonora o cualquier otro estado donde usen botas y tejanas, hablaba exclusivamente del narco y la droga. La gente lectora, inmersa en un contexto de violencia por asuntos de combate a los narcóticos, compró la idea de que en la “literatura del norte” se encontraban respuestas certeras al problema y explicaciones eficaces para comprender la situación del país. Lo cierto es que la bien o mal llamada “literatura norteña” no se agota en un par de temas, tiene que ver más con un 50% de talento de una variedad de escritores lúcidos que saben hacer su trabajo con disciplina; y un 50% de condiciones externas al proceso de su escritura. El norte es, como no se han cansado de decirlo, un laboratorio de la postmodernidad: fronteras desdibujadas (aunque siempre presentes), migración, mezcla, mixtura o sample de lo nacional y lo no nacional, lejanía del centro y sus mafias culturales. En definitiva, el escritor del norte habla, escribe y comunica lo que al espíritu humano le mortifica o conmueve. Es visible porque a pesar de llevar en el nombre una aparente segmentación territorial y cultural, nada de la “literatura del norte” nos es ajeno.

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