La nueva normalidad literaria , discurso leído en el desayuno de escritores de Mérida

Por Fernando de la Cruz 

Ilustración: Elo Draws 

Uno de los filósofos a quienes he descubierto recientemente en mis estudios es Emmanuel Lévinas, para quien la condición de exilio es lo que orienta la subjetividad hacia el amor universal y respeto hacia el otro.

Este filósofo judeofrancés de origen lituano llegó a tal conclusión tras reflexionar que, en el libro del Éxodo, los hijos de Leví recibieron el exilio no como maldición sino como don divino: No es en tierra alguna sino en la conexión humana que se encuentra el terruño verdadero. De ahí, Lévinas elabora su sistema filosófico abarcador, con base en el deseo de un acercamiento genuino hacia el otro, visto de frente, cara a cara, en un total respeto de su alteridad.

Hace unos días, en mi trayecto de regreso a Yucatán, haciendo escala en el aeropuerto de Ciudad de México, tuve la alegría de encontrarme con una gran amiga de años atrás, trovadora, poseedora de una voz que sin duda ustedes conocen: María San Felipe. Un poeta y una trovadora volábamos de vuelta a Yucatán.

Recordé haber visto en las redes sociales cuando un trío la había recibido con música en el aeropuerto de Mérida. Más tarde, al verme envuelto en las estridencias del paisaje sonoro local que ya de nuevo se normalizan —una continua fiesta de decibeles, desde el altoparlante del chatarrero ambulante, etc.—, me vino a la memoria un fragmento de un poema de Michelle Arrébola, publicado en la antología Sureñas. Narradoras y poetas jóvenes de la Zona Sur (2018, coeditado por SEDECULTA y otras instituciones). En su poema Desde entonces, Michelle Arrébola nos dice: “Por eso nuestras voces / hacen eco entre la muchedumbre”.

Michelle Arrébola pertenece a una marejada castálida de voces emergentes que produce una poesía vibrante, valiente desde su doble formación literaria y teatral, y desde su identidad genérica no binaria: la de les nacides en o alrededor de los 90, en la que se encuentran también Irma Torregrosa, Daniel Medina, Sásil Sánchez Chan, Janil Uc Tun, Rodrigo Quijano, Emi G. Canchola, Katia Rejón y más colegas de gran valía.

Han recibido premios estatales, regionales, hispanoamericanos, iberoamericanos en diversos géneros literarios. También han participado en publicaciones más allá de las fronteras nacionales. En el caso de Sasil Sánchez Chan, pronunció un discurso ante la Cámara de Diputados de la nación.

Sus voces, ciertamente, “hacen eco entre la muchedumbre”.

He venido siguiendo la obra de poetas de este rango generacional por diversas razones, entre ellas, por una antología que elaboré y que pronto verá luz editorial bajo el título Yo en cambio veo. Nacides en los 90, poetas en Yucatán. Mi generación y las que me preceden ya hemos pasado algunas de las interminables pruebas del tiempo e igual seguimos produciendo obra. Así, la literatura en Yucatán es diversa, copiosa, multilingüe y de relevancia actual.

Volviendo al tema del exilio y de la diáspora yucateca, he tenido el honor de entablar amistad con un poeta yucateco que se formó profesionalmente en escritura creativa en California, donde cursó una licenciatura (o pregrado) en lengua y literatura inglesas y una maestría en Bellas Artes (un MFA) con especialización en escritura creativa. Gerardo Pacheco-Matus hoy es profesor de inglés en Cañada College, en el Norte de California.

Escribe poesía en inglés desde su identidad maya, aunque sin ceñirse a ella. Es un poeta maya y también escribe como un poeta simplemente, un poeta sin adjetivos, pues se da licencia poética para que ambas cosas sean posibles. Hace unos años traduje del inglés al español su hermoso poema If you ever visit Huhí/Si un día vas a Huhí que concluye con estas líneas:

si un día vas a Huhí, espera en los oscuros callejones.
los recorrí hace mucho. escucha mis lamentos,
en silencio. y no temas, soy yo, tu viejo amigo,
el mismo que recorre hoy el desierto. pero pronto
voy a volver al pueblo en que nací
hace muchos veranos.
si un día vas a Huhí, visita las aguadas
donde me encontrarás bebiendo de ellas
pues en la muerte siempre estoy sediento.

—Gerardo Pacheco-Matus

Gerardo Pacheco-Matus, Manuel Iris, Reyna Echeverría, Jorge Manzanilla, Raúl Moarquech Ferrera-Balanquet y otras voces transterradas escribimos desde la nostalgia y la pérdida o desde la reinvención de nuestro yo personal e identitario en el tránsito, siempre en medio del camino de la vida, en nuestra selva oscura.

También ustedes pues, en cierta forma, todes somos migrantes y todes habitamos en alguna forma de exilio o autoexilio elegido o impuesto, ya sea lingüístico, genérico, identitario… Nuestras voces persisten como el oleaje que se repite en eternas espirales. Y el eco entre la muchedumbre que la comunidad escritural genera también es policromo y multisensorial.

En otro desayuno del Día del Escritor, Feliciano Sánchez Chan celebró la inclusión de la que hoy gozan las literaturas en maya yucateco y otras lenguas originarias del país. Irma Torregrosa nos recordó que debemos cuidar qué voces proyectar mediante apoyos, becas y publicaciones, que el autor y la persona tras la pluma no se encuentran del todo desvinculados.

Hoy cuando el acceso a publicar está más al alcance de la mano, cuando las editoriales —sean institucionales, privadas o independientes— están más accesibles, cuando podemos incluso autopublicarnos en diversas plataformas, es mayor la responsabilidad con respecto a los ecos que generamos.

Si solo escribimos por escribir y publicamos por publicar, por complacencia ególatra, podemos contribuir a perpetuar la xenofobia, la misoginia, las estructuras colonialistas y excluyentes, creando tierra fértil para las antiguas semillas del odio y el temor, las pandemias sociales más peligrosas ahora que los totalitarismos resurgen por el mundo.

Con estas palabras no predico la censura; invito a que nuestras literaturas busquen el genuino acercamiento respetuoso hacia la otredad que señala Lévinas, no la otredad de quien es semejante sino la de quien es diferente, en cuyo rostro nos miramos, cuya presencia enriquece al individuo y a la colectividad.

Lévinas fue uno de los únicos miembros de su familia que sobrevivió a los campos de exterminio nazis en la Segunda Guerra Mundial, esos que, según la literatura de algunos neonazis actuales, nunca existieron. Lo que quiero decir es que tenemos en nuestras manos la construcción de la nueva normalidad literaria, somos gestores de las memorias personal y colectiva, si se quiere, de los mitos fundacionales de nuestro devenir, y esa es una enorme responsabilidad.

Quiero agradecer a SEDECULTA la continuidad de esta fiesta en la que las y los y les escribientes en Yucatán nos celebramos y nos cantamos a nosotres mismes desde hace cuatro décadas, y por abrir nuevamente este espacio para vernos las caras frente a frente y no solo leernos en la página electrónica o en papel.

A pesar de la pérdida de voces tan queridas que se han apagado para siempre a causa de la actual pandemia —cuyos ecos literarios persisten—, todavía nos quedan motivos de alegría desde nuestro oficio escritural.

Mi regreso temporal a Yucatán hace unos días no fue recibido por guitarras melodiosas ni voces troveras, sino por algo aún más angelical: la sonrisa de mi hijo Santiago; luego, por un desayuno familiar de huevos motuleños —los cuales acaban de cumplir su primer centenario, prefigurando al de la UADY—, y ahora mismo, por los rostros, las voces y las páginas de mis colegas en el arte y oficio de escribir.

 

 

 

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