La cancelación no existe

Por Fabrizio Moguel Alcocer

Foto: Internet

En los últimos meses, se ha hablado mucho de la “cultura de la cancelación” a partir de relecturas críticas de obras artísticas o productos de entretenimiento que en su tiempo respondieron a un sistema (machista, racista u homofóbico) mucho más sólido e impune que el de hoy. Por ejemplo, el documental “Mucho amor”, estrenado en Netflix recientemente, sobre Walter Mercado lo reivindicó como un ícono queer de los años ochenta. En ese mismo documental, apareció el comediante mexicano, Eugenio Derbez, hablando de “Juan Esteban”, un personaje que “homenajeaba” a Walter Mercado, según sus propias palabras. Sin embargo, el público le respondió en redes sociales que su personaje cómico no era una inspiración sino que se burlaba del astrólogo con chistes homofóbicos.

Ahora Internet está plagado de titulares como “Generación de cristal cancela a Molotov por álbum de hace 23 años”, a propósito de la portada de un disco donde aparece parte del cuerpo de una joven con uniforme escolar y con su ropa interior en las rodillas.

 

A propósito de eso, nuestro colaborador Fabrizio Moguel Alcocer comparte 10 puntos para entender la llamada “cultura de la cancelación” sobre todo ante la producción cultural homofóbica del pasado:

  1. Como punto de partida hay que reconocer que todo es capital/capitalizable y todo producto cultural inserto en el capitalismo tiene que pensarse desde ese sistema.

2. Muchos comediantes, actos musicales y demás sectores creativos construyeron por décadas discursos sobre lo no-heterosexual porque la autorrepresentación ha sido escasa. La autorrepresentación ha sido/es escasa no porque las personas LGBT+ sean poco creativas, sino porque 1) no son tan capitalizables: y porque 2) la enunciación como «persona LGBT creadora» también ha sido escasa. Hay más ejemplos del tipo «lo que se ve no sé dice» (es decir, de mantener la identidad en lo privado, de no nombrarla o de considerar irrelevante su enunciación). Prácticamente es un tema de medios de producción y de qué subjetividades «tienen permitido» producir.

3. Esos discursos «desde fuera» han reproducido estereotipos nocivos. Son representaciones de la comunidad LGBT que no han potenciado ninguna emancipación, sino lo opuesto. Considero que estos son «discursos nocivos» y no «discursos de odio» por pensar en conjuntos: todo discurso de odio es nocivo, pero no todo discurso nocivo es discurso de odio. No creo que estos ejemplos sean discurso de odio, pero sí reconozco su nocividad.

 

4. La gente detrás de esos discursos ha lucrado con ellos y continúa haciéndolo. ¿Cómo lucran y capitalizan esas representaciones? Con cada reproducción/»stream» de una canción de hace veinte años, cada vista de video en Youtube, o simplemente a través de una acumulación donde la comedia homofóbica que hicieron hace años (gracias a la maquinaria de Televisa) les concedió una fama que ahora les permite hacer contratos con Amazon para posicionarse como una familia mediática, ricafamosalatina. Incluso si ahora se desprenden de lo que hicieron en el pasado, ese pasado es lo que les generó los privilegios (económicos y de otros tipos) que tienen ahora. Y a eso es difícil renunciar.

5. Lo de Televisa y las disqueras (Fonovisa absorbida por Universal) no es cosa menor porque nos permite pensar: ¿qué representaciones tienen el visto bueno del mercado? ¿Qué representaciones tienen el visto bueno del Estado? ¿Por qué esas y no otras? ¿Cuántos comediantes y músicos no heterosexuales se han ‘beneficiado’ de esto?

6. Una obviedad: las representaciones importan. En esta época ya es cliché el «vi en tal programa a un personaje como yo y por primera vez me sentí identificado». Cada vez es más común escuchar a gente a la que casi le salva la vida ver a una lesbiana o un chico trans en un papel ordinario que le hace pensar que está bien ser así, que es normal. Ahora, en este juego de las representaciones, ¿las que aparecen más abajo tienen esos efectos? ¿O reproducen la desigualdad? ¿Ayudan a sanar o acrecientan el dolor?

7. Pareciera que ahora hay mayor agencia sobre esto porque cada quién puede «cancelar» y así se acaba la violencia. Pero esto es ilusorio en dos sentidos: 1) siempre ha existido esa agencia y esa capacidad de combatir los discursos nocivos, algo que se ha hecho desde antes de que se le llamara «cancelación», el único asunto es que ahora es más visible y también es capitalizable [un ejemplo estaría en la cantidad de notas sobre algún personaje «cancelado» hechas, principalmente para atraer clics generar tráfico]; y 2) porque al «cancelar» no sé destruyen las estructuras.

8. No creo que exista la cancelación. No porque la gente tuitee sobre eso significa que sea algo real. Claro que existe la presión social, sobre todo en nuestras dinámicas virtuales; claro que esta presión puede ser tanta, que ‘destruya’ carreras, como se dice por ahí, pero no existe la cancelación porque no se puede cancelar o anular a una persona. Simplemente no se puede. Lo único que tiene esa potencia y que considero podría llegar a «cancelar» es el olvido.

9. Quienes me conocen saben que desde unos años para acá empecé a ponerme las pilas para pensar más en esto: si no se puede cancelar a una persona, ¿cómo se pueden cancelar la violencia, los discursos nocivos, los discursos de odio? ¿Cómo combatir contra esas estructuras y quedarnos con nuestras amistades, familiares, ídolos. La respuesta la veo en la historia y el olvido, en concebir como sujetos históricos a quienes reproducen todo esto y, por lo tanto, entenderlos como sujetos que pueden cambiar y transformarse. La Historia, evidentemente, no se hace sola, sino que hay que hacerla. Pero también hay que entender que en este proceso es necesario desprenderse de aquello que sí amerita ser olvidado. ¿Qué de lo que hacemos merece dejar de existir? ¿Cómo lo sacamos de nosotros? ¿Cómo nos lo quitamos sin olvidar que fue relevante? ¿Cómo usar esa conciencia de su relevancia para un bien y no para sentirnos miserables con nuestro pasado? Esto se acerca un poco a lo que Paul Ricoeur llama «olvido de reserva», algo que no se «erradica» por completo y que permite construir lo que va después.

10. Las representaciones que se critican ahora desde una perspectiva crítica no deben ser «borradas», algo que ni siquiera podríamos hacer (quizás podrían eliminarse en su materialidad, pero ni eso significaría destruirlas). ¿Qué hacer con ellas? Podemos no replicarlas, no potenciarlas, no amplificarlas. Incluso podemos resignificarlas, reapropianros de ellas (aquí los hartistas audio/visuales son buenos). Sí importa señalarlas porque continúan siendo relevantes y porque continúan generando beneficio$. Lo que debemos sí replicar son otras representaciones necesarias, que sanen, que salven, que transformen y nos depuren de estas violencias que conocemos y reproducimos.

 

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