Por Katia Rejón
Ilustraciones de Luis Cruces
A Conrado Romo le gusta el cómic, la cultura política y el internet. En 2007 fue parte del Wikipartido Pirata Mexicano, una agrupación política inspirada en los Partidos Piratas que buscaban reformar las leyes de la propiedad intelectual para defender la libertad de expresión y el acceso universal a internet. Para esas épocas, gobiernos del mundo planeaban una reunión ultrasecreta en la ciudad de Guadalajara donde discutirían las primeras restricciones de internet. Conrado se enteró, tomó el teléfono para llamar a un lugar donde intuyó que podría ser esa reunión y la confirmó.
“Pregunté: ¿Hay una reunión secreta internacional? Y me dijeron que sí. Teníamos el programa de mano, así que llegué al coffee break”. La historia corta es que se mezcló con los ingenieros de audio, sacó su celular y le tomó fotos a los documentos que hablaban sobre el tratado internacional, fue descubierto y perseguido, pero logró llegar a su casa y subir a internet las primeras cinco hojas: Fue la primera vez que se divulgó información sobre el famoso Anti-Counterfeiting Trade Agreement (ACTA).
Conrado Romo hoy es maestro en Urbanismo y Desarrollo por la Universidad de Guadalajara y el autor del libro Ciudad Copyright publicado por la editorial Tierra Adentro. Se trata de una serie de ensayos que cruzan de forma muy aguda temas como el desplazamiento territorial, las utopías, la industria creativa y la cultura, es un libro autocrítico para artistas, para empresarios y para el Estado lleno de frases-linterna como ésta:
“Las burguesías locales se esfuerzan para que las ciudades respondan a las expectativas de los grandes inversionistas; y los gobiernos en turno se postran ante sus chequeras, gobernando ya no para la gente, sino para el capital”.
Desde una pantalla en algún escritorio de la ciudad de Guadalajara cuenta a Memorias de Nómada que las primeras ideas sobre propiedad intelectual y cultura política las tuvo en los dosmiles. Hubo una época en que la juventud de 2011 en Marruecos, Argelia, España, Estados Unidos, México, en todas partes, floreció la protesta con una nueva cultura política. Sin embargo, opina que toda esa fuerza que pretendía cambiar la forma en la que consumimos e interactuamos en Internet se perdió. La derecha y la extrema derecha también tomaron las riendas de ese nuevo mundo digital, y quienes defendían el Internet como un espacio utópico se dieron cuenta de que era una herramienta que podía ser utilizada por cualquier ideología, incluyendo los populismos de derecha.
“Esta historia que te estoy contando, de cómo es que me interesan las decisiones creativas, es una historia de derrota y de fracaso, de cómo una tecnología que aparentaba ser empoderante, emancipadora, termina convirtiéndose en el resurgimiento de un postfascismo en el mundo entero”, dice. Puede parecer pesimista, pero en realidad es el punto de partida de su activismo que hoy expande hacia otros territorios, además de los digitales:
Vi tu perfil en Jalisco Talent Land, ¿cómo alguien que pertenece al sector de la industria creativa de Guadalajara termina haciendo un libro crítico sobre la industria creativa de Guadalajara?
Durante muchos años fui activista del Internet como derecho humano. En la década de los 2000 había muchas comunidades en línea que éramos bastante utópicas respecto a Internet que para nosotros representaba un espacio emancipatorio. Había una serie de promesas de que el internet podría empoderar a las comunidades y a las personas. Y el principal adversario en esa época de politización del internet fueron los propietarios del derecho intelectual. En México, el que protagonizaba ese movimiento era Armando Manzanero. Las promesas de internet fueron amenazadas por la gran industria creativa y el pico de la lucha fue el tratado internacional ACTA.
Al final, encontraron la forma de seguir obteniendo ganancias con la construcción de plataformas oficiales de contenidos como Netflix o Spotify. Internet perdió la posibilidad de diversificar las opciones respecto a la creación y nos centramos en algoritmos que hoy son los que curan nuestro contenido.
Hay una cosa particular que me removió mucho de Ciudad Copyright, cuando dices que todo el mundo tiene el derecho de soñar, pero pocas personas tienen la posibilidad de construir ese sueño. Quisiera preguntarte de quién hablas. ¿Quiénes sí pueden y quiénes no?
Habrá gente que tenga capital financiero y otros, capital cultural o de otro tipo y pueden ser partícipes explícitos en el tema de la construcción de una ciudad porque les permiten opinar gracias a que tienen cualidades que son legítimas a los ojos de quienes ponen esas reglas. Por ejemplo, en el libro menciono a las personas del Parque Morelos, que son personas que tienen hasta la preparatoria, pero tienen saberes que no son hegemónicos, saberes que no son validados por una institución, y los ponen a debatir con un académico. Es un conflicto profundamente desigual. Incluso en las formas de vestir; es decir, la maestra Paty llegaba con un mandil y un perrito chihuahua a las reuniones. Imagínate el grado de herejía que una persona llegue a un evento público con un animal.
Y las otras personas; con sus gestos, sus tiempos, sus modos de articular las palabras, están dentro del “deber ser” de ese espacio. Son mecanismos de apariencia donde puede que sea una mesa redonda en la que todos tienen el mismo tiempo, pero se llevan a cabo en el lenguaje y las formas dominantes. Logran llevar a las personas a la cancha que ellos quieren y entonces hay un desequilibrio. Ahora tenemos un montón de palabras muy novedosas y muy buena onda que todo el tiempo se utilizan en las empresas, en la administración pública, en la academia, los activismos pero que en el fondo los mecanismos siguen siendo inequitativos, donde hay personas que no tienen los instrumentos necesarios para participar en el tipo de juego que ellos han impuesto.
Además del impacto directo hacia las comunidades que ocupan los espacios donde se desarrolla, ¿cómo afecta esta visión homogénea al resto de la ciudad? Porque mucho del discurso para hacer este tipo de cosas es la justificación de “acercar la cultura a las personas” aunque a veces parece que es más bien para convertirla a las lógicas de consumo.
Creo que incluso el planteamiento de “acercar la cultura a las personas” es equivocado, porque las personas ya tienen una cultura. Los barrios tienen una cultura que no es la cultura de las academias y los grandes recintos. No hay forma de no tener una cultura porque esta es parte de la formación del colectivo. Lo que se necesitan son puentes de diálogo. Yo no soy de la idea de que las culturas permanezcan siempre inamovibles, al contrario, la cultura va cambiando. Y ha aparecido un discurso en el tema de la gentrificación de que todo lo que es distinto es del demonio y viene a destruir y pues no; la vida y la historia de la humanidad tiene que ver con la hibridación, con la mezcla, con lo fronterizo y eso es lo más interesante: los contactos improbables entre cosas. El problema, sin embargo, es cuando ese encuentro no es un diálogo, sino una imposición.
El vestir de marca, el comprar, son formas de ser y estar en el mundo que también parten de una construcción cultural. El proyecto civilizatorio hace que incluso las prácticas periféricas interioricen esas otras prácticas. Lo que sucede es que a veces choca con nosotros y es cuando nace el pensamiento crítico, es decir, las personas del Parque Morelos no es que hayan sido militantes siempre de su territorio. Ellos vivían como todos los demás y es cuando el neoliberalismo requiere de su territorio, de su espacio, de sus cuerpos, cuando actúan al respecto y dicen: Oye, hay algo que no está bien. Y desde afuera la gente los ve desde la visión particular neoliberal: Es que esa gente no quiere vender porque no quiere trabajar, no tiene aspiraciones, la señora prefiere vender sus lonches de 30 pesos porque no tiene mente de tiburón, etcétera. Hay una absoluta desatención y negación de la lucha del otro. Y eso, a largo plazo, conforma la incapacidad de solidarizarnos como habitantes de la ciudad porque estamos metidos en querer ser aquello que nos han dicho que debemos ser. Nos han enseñado que cada quien es dueño de su propio destino y entonces, aquellos que atentan contra el modelo de progreso que se nos ha impuesto, son sujetos que habrá que desechar. El efecto inmediato para el resto de la ciudad es que cuando me pase a mí no voy a tener a nadie que me defienda.
Como alguien que habita una ciudad sin industria creativa como tal, fue revelador pensar en ese tipo de políticas públicas ya no como algo a aspirar, sino algo de lo que dudar. Muches artistas de ciudades medianas o pequeñas como Mérida ven en Ciudad de México o Guadalajara oportunidades para crecer creativamente y me pusiste a pensar sobre el cimiento de esas oportunidades. ¿Cuál crees que es el papel de los artistas en la construcción de utopías? ¿Qué se hace para no simplemente replicar o huir a esas industrias sin autocrítica? ¿Sobre qué es lo que estamos deseando, para qué lo deseamos y a quiénes nos llevamos por delante para cumplir nuestros sueños?
Hay que reconocer nuestras propias inmundicias. Reconocer nuestras contradicciones porque a veces nos posicionamos en una altura moral de la que es imposible salir. El chiste es que reconozcamos la derrota porque no hacerlo causa muchas frustraciones. En algunas comunidades todavía hay una mirada romántica a toda la expresión de la cultura popular y cualquier cosa que sea disruptiva prende alarmas y te dicen “no, esta cosa es muy pretenciosa”. Lo que creo es que todas las cosas pueden coexistir y expresar búsquedas estéticas y sensibles diversas. Tenemos que reconocer nuestras propias contradicciones y en los espacios donde tengamos la posibilidad de actuar y ejercer y modificar, hagámoslo. A mí me da pereza el martirio.
Y a lo mejor no podemos hacer desaparecer los deseos, pero sí los podemos domesticar cuando sabemos que impulsan cosas con las que no estamos de acuerdo. Por ejemplo, quizá alguien tiene la oportunidad de venir al edificio de Ciudad Creativa Digital porque tiene una beca, pues que venga. Que no venga no va a tirar el edificio, no va a borrar lo que pasó en 20 años, pero a lo mejor ahí puede dar un discurso para reconocer a los vecinos. Podemos ir encontrando prácticas que no impliquen la crucifixión personal. Busquemos espacios de ruptura porque incluso desde nuestras prácticas colectivas es muy difícil salir de ese sistema y entonces tu sacrificio personal no va a ayudar a nadie, va a ser un asunto individual, el de inmolarse y eso habrá que reconocerlo. Busquemos espacios en nuestras prácticas cotidianas y no repliquemos ni validemos cosas que no queremos replicar o validar. Sepamos utilizar el propio sistema para navegar diciendo las cosas que se tienen que decir.
¿Cuál crees que sea el futuro de las ciudades y del arte en México? ¿Hay alternativas al copyright?
Las ciudades están en disputa y van a seguir en disputa porque esa es la naturaleza de las ciudades. A lo que apostaría es a lograr la forma de que esas disputas o conflictos puedan darse en situaciones entre iguales. Si hay un grupo de empresarios que quieren que un espacio sea la capital del cine de Guadalajara están en su derecho de soñar con eso, pero ese deseo se contrapone con hacerlo en un lugar donde viven personas que también tienen el derecho de luchar por su espacio. Lo peligroso para el futuro de las ciudades es la imposibilidad del debate, porque nos han dicho que solo hay un modo de hacer las cosas correctas y todo lo que se sale de ese discurso es incorrecto, incivilizado y que representa el atraso.
El modelo de las ciudades es el modelo de los centros comerciales: Aparentan ser públicos, pero son privados. En los centros comerciales vas a comprar cosas, pero no es un lugar en el que te encuentres para discutir, es un espacio pulcro en el que convives con similares a ti, personas con prácticas culturales parecidas. Yo no estoy en contra del consumo, pero el modelo de una ciudad no puede ser ese. No hay que despolitizar la ciudad.
Y sobre las artes, no tengo una respuesta clara, lo que sí puedo decir es sobre la urgencia de construir puentes, que reconozcamos la posibilidad de coexistir con distintas sensibilidades, que podamos discutir las formas novedosas de representar y las estéticas que están en lo público. Tanto para las ciudades como para las artes será necesario el rescate de lo político en el sentido amplio de la palabra, no partidista.
¿Con qué sueñas tú?
Yo diría que debemos encontrar un modelo que busque equilibrio entre el derecho legítimo de los creadores y el derecho de las personas a acceder a la cultura. Hoy por hoy los únicos que están protegidos en la legislación son los intermediarios, los dueños de los derechos morales. Y sí, yo me preguntaría en qué chamba nos van a seguir pagando por algo que hicimos hace 100 años, pero puede haber modelos equilibrados.
Las formas de consumo han evolucionado y no nos hemos metido de lleno a plantear transformaciones a las maneras que creamos y su propiedad intelectual. Todo el contenido de redes son sistemáticamente violaciones al derecho de autor y existe una contradicción importante: no es que al Estado le interesa perseguir todas las violaciones de propiedad intelectual, sino que únicamente utilizan las leyes para perseguir aquellos que les represente peligros, ni siquiera económicos, morales. Los discursos incómodos por lo político que hay detrás.