Columna Tiempo de agua por Sara Romero | Ilustración por Yu Zhenlong
Tengo reservada un tipo de tristeza específica para los animales atropellados. Me indigna ver pequeños o grandes cadáveres abandonados a la orilla de calles, avenidas o carreteras. Me llenan de pena ajena porque me parecen una expresión miserable de nuestra irresponsabilidad como humanos, de hacernos cargo de los daños —por decirlo de una forma— que nuestra forma de vida causa a seres que no son de nuestra especie.
Al cangrejo azul (Cardisoma guanhumi) desgraciadamente lo conocí por su muerte. Mi primer encuentro con este crustáceo de color ultramar fue mientras mi papá conducía por la zona hotelera una mañana en la que mi cumpleaños se acercaba. Íbamos camino a la playa.
Espolvoreados a lo largo del pavimento yacían decenas de cadáveres de estos cangrejos. Recuerdo haber preguntado a mi papá por qué había tantos. Me explicó que en esa temporada —septiembre-octubre— cruzan del manglar a la playa para desovar durante la noche, y muchos son atropellados en el proceso.
Durante los años siguientes que viví en Cancún, seguí encontrándome con los cadáveres de cangrejo azul, cada que se me antojaba ir a la playa durante el mes de septiembre y octubre.
Cada año, al acercarse esos meses aparecían señalizaciones en el boulevard Kukulkán, y publicaciones del ayuntamiento y asociaciones en internet, alertando a la población cancunense sobre su cruce.
Luego, algo curioso pasó. Mientras pensaba en el tema para escribir esta columna me di cuenta de algo: este año no vi cangrejos azules.
Como la mayoría de los temas que tienen que ver con la flora, fauna y ecosistemas en Cancún, no hay mucha información accesible acerca de este fenómeno. Sin embargo, pude encontrar publicado en periódicos locales comunicados de la Dirección de Ecología, anunciando que estos animales han cambiado su ruta debido a la urbanización y los peligros que implica para ellos.
Esta especie de cangrejos son especialmente sensibles al sonido y a la luz. Son capaces de percibir vibraciones sutiles en el suelo, como las de una fruta que cae de su árbol. Tiene todo el sentido que tras vivir año con año la masacre de sus hembras cargadas hayan modificado sus rutas de cruce.
Quiero destacar que aunque es una situación más visible, la muerte por cruce de manglar a laguna no es la principal amenaza para el cangrejo azul. Si no la destrucción del manglar a manos de la industria inmobiliaria.
Hay una paradoja que me habita y en la que pienso regularmente: la de querer ser capaz de ver todos los espectáculos que la naturaleza tiene que ofrecer, y al mismo tiempo sentir que como especie, no nos los merecemos.
Imagina ver manchas azules zigzagueando la calle una tras otra. Imagina que poco a poco son decenas y luego un mar que se ha subido a la avenida. Imagina que avanzan en un oleaje de tenazas y ojos que parecen perlas de tapioca.
Para convivir con la naturaleza y conocerla hace falta mucho más que el deseo de hacerlo. Hace falta disposición para entender las formas correctas y humildad para llevarlas a cabo.
A partir de este año, será menos probable que quienes vivimos en el centro de Cancún veamos el cruce de los cangrejos azules, y aunque es algo triste, probablemente es una buena noticia.
Si alguna vez te llegas a cruzar con uno de estos, te dejo este poema muy al estilo de Isabel Zapata. Ojalá luego de leerlo, evites a toda costa atropellarle.
Razones para no atropellar un cangrejo azul
porque piden permiso a la luna llena de otoño para desovar
porque al excavar su casa producen abono
porque se desplazan entre los cuerpos del agua
porque no ocupan más espacio que el que necesitan
porque son del color del mar abierto
porque viven desprendiéndose
de sí mismos