Por Ana Hurtado
Ilustración Eloísa Casanova
Alicia Méndez Medina y yo nos conocimos en las primeras horas del 1 de enero del 2020 en el Parque Duarte. Nuestra amistad empezó en medio de la fiesta, de cervezas, jumbo y entre pláticas sobre antirracismo, feminismos negros y tips para conseguir vestidos baratos de segunda mano en la Avenida Duarte del Distrito Nacional en Santo Domingo, República Dominicana.
Alicia es escritora, cronista y periodista afrodominicana. Es natal de Bayona, un poblado en Santo Domingo Oeste, en Herrera. Su historia está estrechamente vinculada a la industria azucarera y la esclavitud a mediados del siglo XVI.
En su quehacer artístico, se levanta las penas infligidas por la discriminación, el racismo y la exclusión; les limpia la sangre y el polvo y les dota de una ciudadanía universal, pues son historias que bien pueden pertenecer a cualquiera, sean como protagonistas o testigos.
Sin excepción, cada lunes nos encontrábamos en “La Cafetera” de Zona Colonial —el núcleo urbano más antiguo de la ciudad de Santo Domingo—, y hacíamos lo que mejor sabemos: beber cerveza y desahogar el racismo. Especialmente, las tardes de los lunes me parecían demasiado cortas. Volvía a casa con montones de preguntas, reflexiones y una sensación absurda de plenitud.
Es diciembre de 2022, nos hemos reencontrado tras dos años de distancia por la crisis sanitaria mundial. Durante los dos años de auge de la COVID-19, las crónicas de Alicia me permitieron hacer soportable la zozobra del encierro porque en ellas encontraba lo que tanto nos hacía falta: un mundo exterior vívido. Esta entrevista es un homenaje en vida.
¿Quién eres tú como activista y como escritora? ¿Dónde empieza tu trabajo? ¿Desde dónde escribes?
Yo, primero, no sé, qué fue primero. Yo soy activista, siempre he sido activista. He sido parte de procesos sociales y culturales desde muy temprana edad. Creo que, en el calor de los grupos, de las luchas sociales, de las inquietudes que se me generaron, empecé con la necesidad de escribir. Estudié Teatro en la Escuela Nacional de Arte Dramático y, creo que la experiencia de haber estado en un espacio tan clasista, tan racista, me generó esa necesidad de contar la experiencia. Yo soy de Bayona, un barrio negro de personas afro.
Pensaba en escribir. Hablaba de escribir, pero no escribía. Hasta que entré a la universidad y empecé con el trabajo de formación, luego entré a la Escuela de Teatro y estudié teatro con mención en dramaturgia, y ahí me dieron técnicas de escritura y empecé a articular todas esas inquietudes que yo tenía con mi vida, con la vida de mi familia, que también viene de la marginalidad. No de la marginalidad activista, de la gente que lo expone con orgullo; sino de una marginalidad fea, rampante, de los desalojos forzados, de la discriminación racial; de la marginación que hasta el día de hoy existe.
Entonces, yo escribo desde ahí, desde la marginalidad, desde el pasado, desde el presente, desde el futuro. Tratando de construir un futuro. Esa utopía, ese futuro que queremos, es lo que a mí me ha motivado a ser activista, a escribir, a tratar de contar ese pasado racializado y del que una sentía vergüenza en algún momento. Escribir es como una especie de acto de liberación, por decirlo así.
Algo que me gusta mucho de tus crónicas es que veo un Santo Domingo muy nítido en comparación con la literatura que yo había leído. Me llama mucho la atención que recuperas cosas que son muy de la cultura popular, pero que están en la memoria de ustedes.
Por ejemplo, si me pudieras hablar de cómo empiezan a aparecer estas historias de Radio Guarachita o de estos personajes que tú recuperas. Yo recuerdo mucho una crónica de María Ilúa. Tienes por ahí otros personajes que, entiendo, son de tus contextos, pero ¿cómo es este proceso de hacerlos aparecer en las letras?
El Santo Domingo de las crónicas ⎯de lo que yo escribo⎯ es una crónica poética. Son personajes que están vivos, son personajes cotidianos, son personajes comunes y corrientes del barrio, de las comunidades. Siempre, cuando se piensa en la ciudad, hay como unas evocaciones hechas en el aire. Estamos hablando de mí, de la casa que se quemó al lado de mi casa hace 20 años. Todas esas cosas están contenidas en lo que yo escribo porque estoy muy marcada por el contexto. Estoy muy marcada por mi barrio, por el desalojo forzado, por la migración, porque me crié en un barrio donde hay muchos migrantes haitianos que se mimetizaban con los negros del espacio. De hecho, por eso migraron allá, porque había muchos negros y era más difícil que entrara el camión de migración, porque había muchos dominicanos negros que eran igualitos que los haitianos.
La radio para nosotros, en un momento, como en 1998, que hubo un huracán ⎯ el Ciclón George, que duramos dos meses sin luz, sin agua⎯ la radio de pilas, Radio Guarachita, la bachata, la radio popular, era como parte de lo que nos hacía sentir que todavía había vida. Uno no había muerto con ese huracán. Murieron muchas personas, muchos vecinos, amigos, familiares, perdieron sus casas, perdieron sus vidas. Para mí, es muy importante contar ese pasado.
Soy de una promoción de Bellas Artes en la que mucha gente que estudiaba teatro era de barrio, con mucho interés en el arte, la gente nos decía que éramos unos “barriales”, en una manera despectiva. Era como: “ustedes no pueden tener acceso al teatro porque ustedes no son legítimos en este espacio, en esta escuela”. Sin embargo, todo el mundo era racializado, era de barrio.
Empiezo a pensar en todos esos momentos donde yo no fui feliz y cómo hay una belleza en el fondo de todas las cosas, en el fondo de la vida, en la comunidad. No viendo la pobreza como “Ay, qué pobres somos”, sino tratando de tener una vida limpia, una vida nítida. Sin victimización. Sí, había que buscar un futuro, pero también vivir el día a día, y tratar de que ese día a día fuera chulo, bacano. Un día a día que empezara a cobrar sentido. Cuando yo escribo siempre hay esa intención: tratar de pensar ese pasado en clave de hoy, y pensar el futuro y qué queremos para el futuro, porque en lo que yo hago el futuro es necesario. Sin el futuro no estaríamos aquí hablando.
¿Cómo crees que ha cambiado esto que ahora llaman identidad barrial, del tiempo que tú lo viviste al presente? Porque me parece que ahora hay muchas personas que dicen “yo soy de barrio, porque vivo en un barrio”, pero tal como lo han mencionado, no es solo que vivas ahí, también lo que te ha ido marcando. ¿Crees que ha habido un cambio?
Pienso que con el auge de los proyectos de cooperación comienzan a reivindicar esas identidades marginales. Opino que mucha gente se engancha, que se ha enganchado y que ve réditos en decir que “es de barrio”. O sea, para nadie era un orgullo hace veinte años decir que eras de un barrio. De hecho, en Bayona, la gente casi no decía que era de ahí. Se ha luchado mucho para que lo digan, porque la gente no quería que la vincularan. La capital está llena de escritores, de activistas que tú no sabes de donde son, porque no había una necesidad de nombrarte desde un lugar.
Bien que ahora es un tiempo donde la gente ha empezado a decir de donde es y de donde viene, pero, yo te digo, en Bellas Artes, cuando nosotros decíamos que éramos de Herrera, la gente decía “¡Uy, de Herrera!”, o del Capotillo, Simón Bolívar, y la gente así con ese sopor, porque nadie quería decir que venía de barrio, todo el mundo quería decir que era de la Zona Colonial, que era de San Carlos, de Gazcue, pero, nadie quería decir que era de la cañada de Buenos Aires. Entonces ahora hay gente lo dice, eso es importante, pero, también hay gente lucrando.
¿Cómo fue tu experiencia impartiendo el taller de poesía con infancias en reclusión?
Haber ido a ese taller, haber generado el espacio, donde las chicas escribían y decían cómo empezaron a contar sus anhelos, sus necesidades, y cómo, el mismo barrio del que estamos hablando, empiezan a marcar situaciones, sobre todo, a las niñas. Las chicas hablan de abusos sexuales, de niñas que se enamoran de tígueres, de esas experiencias prematuras, desde el hacinamiento, desde la sexualidad, de niñeces que son diversas a nivel sexual. Me quedé muy impresionada porque yo dije “nuestros niños negros, nuestras diversidades sexuales, están presas”. Eso lo vi ahí, y quedé muy conmovida, porque realmente hace parte del paisaje, de todos esos paisajes que vivimos.
Esa experiencia en el reclusorio, me recordó que soy una sobreviviente del barrio, como muchos otros y muchas otras; y que una escribe, también, como para que la historia no se repita. Para que la gente se sienta relevante, importante y para yo también sentirme relevante e importante. Que mi experiencia, individual y colectiva, es una experiencia fundamental y significativo para la construcción de esta nacionalidad, que no es la nacionalidad que nos venden, de banderas y vainas.
¿Qué es Malapalabra? ¿Cómo nació?
Malapalabra es un espacio de continuidad de lo oral, trata de construirse como un espacio de encuentro de la gente del margen, de los márgenes dominicanos, marginales, de los de verdad, sin pretensiones pequeñoburguesas. Simplemente, un espacio en que podamos expresar, generar un encuentro entre gente común que le gusta el arte, que le gusta la literatura. Parte de la intención, no es solo que yo declame, sino que haya también otras personas, que se puedan generar talleres para niños y niñas. Ya lo hemos hecho: talleres de guitarra, de música, de percusión, de literatura creativa.
Somos poetas, músicos, gente normal, ordinaria. Por más que quieran desbaratar el proyecto, no lo van a hacer, porque eso está sembrado en la tierra, como una yuca.
Los personajes de las historias que ustedes narran son reales , ¿cómo ha sido encontrarlos? ¿Cómo ha sido arqueologizar la memoria colectiva para recuperarlos de los sitios donde se han ocultado?
Preguntarle a la gente “¿de dónde tú eres?”, es una pregunta que yo hago a casi todo el mundo. Es como si estuviera en el exilio, como cuando estás en otro país y estás tratando de encontrarte con tu gente. Lo que yo hago es como eso, como el muerto que pintan en la pared. Aquí se hace eso en los barrios, muere una persona y lo pintan. ¿Por qué lo pintan? Porque la gente tiene necesidad de no olvidar.
¿Qué ha sido para ti hacer una narrativa prieta, barrial y racializada en un país que no le gusta nombrarse ni barrial, ni negro, ni nada que tenga que ver con esto?
Ha sido liberador porque yo ando en busca de la autenticidad. Uno habla mucho de la autenticidad, yo no te voy a decir que yo soy auténtica, pero, estoy tratando de que sea verdad todo lo que yo hago, de salir de los clichés, porque para mí, el cliché del barrio, del negro, de la mujer, son un problema. Yo huyo de esas vainas, porque no me interesan los clichés.
No me interesa como estar representando una farsa, porque eso a mí no me ha servido de nada. Para mí, liberador es hacer lo que yo hago. Es jodón (molesto), porque casi nunca tengo cuarto, pero, es liberador en un país que no te perdona que tú te nombres así. Es lo que nos pasa a nosotros en los entornos literarios. La gente sabe que lo que estamos haciendo es bacano (muy bueno), pero no quiere decir lo popular es bacano, porque eso implicaría legitimar lo que yo estoy haciendo y lo que yo estoy haciendo no se puede legitimar porque tiene error. Nosotros somos como errores en el sistema, la tuerca que no entra bien.
No hay nada más legítimo que lo que nosotros estamos haciendo. Yo creo firmemente en eso. Sé que se oye poco humilde lo que yo estoy diciendo, pero, yo lo sigo haciendo, porque en algún momento va a trascender y va a cala.
No quiero que gente de la burocracia literaria —ahora le puse yo así—, me diga: “¡Qué bien que tú escribes!”. Yo no quiero eso. Yo quiero que los carajitos (niñxs pequeñxs), mis sobrinos, mis primos que viven en El Abanico o allá en Bayona, entiendan lo que yo estoy diciendo y se vean reflejados en lo que yo estoy escribiendo. Que los carajitos donde yo voy con Malapalabra digan “¡Esa niña se parece a mí!”. Eso es lo que quiero.