El poder cultural de los colectivos en Mérida

Por Katia Rejón

El primer colectivo que conocí fue el Colectivo Santiaguero hace como tres años. Se dedicaban a musicar, hacer serigrafía, intervención de espacios públicos e impartir talleres. Me agradó su estilo de ska sabrosón y las playeras con símbolos culturales como El Santo, para hacer diseños originales y que además tenían el plus de estar diciendo realmente algo, una propuesta, un ideal, una forma de vida. Lo llaman “serigrafía inteligente”, usando a las personas y a las playeras como un vehículo para esparcir un contenido reflexivo.

 
 

Poco a poco, los colectivos que ya existían comenzaron a hacerse más evidentes gracias a que los espacios en los que se reunían eran cada vez más, al mismo tiempo que creaban redes con otros y surgían nuevos. AlterArte, por ejemplo, es otro colectivo que vende diseños originales en stickers, libretas, playeras y además gestiona una revista-objeto. También hay de música como el Colectivo Radiación o Suigéneris Lab; de libros como Traficante de Letras o Book Buffet y el Colectivo Crisálida; de la cultura de bicicleta como CicloTurixes; de moda como el Colectivo Bazar el cual muy seguido organiza bazares de ropa que incluye diseñadores yucatecos o nacionales; o de arte y cultura como Colectivo Nómada o Calle Estampa.

Y así podría seguir con otros que constantemente están creando contenido cultural y abriendo espacios de intercambio como los que organiza el Whaam Blam!, Zombie Walk Mérida, Mórbido, Curioso Circo, Síndrome Belaqcua y un laaargo etcétera.

La creación de cultura es una actividad recurrente entre los jóvenes, estudiantes y jóvenes estudiantes en Mérida y su participación ya no se limita a ser receptora de programas de televisión, música del top 40 o actores de cine de moda.

El sociólogo de Reino Unido, Dick Hebdige dice que “los jóvenes que se sitúan en los márgenes del mainstream son recolectores y ensambladores culturales particularmente activos que saben combinar los ambientes que los rodean – en especial las áreas simbólicas – en la búsqueda de materiales que les permitan formar sus identidades y expresar sus creencias y valores como un “estilo cultural”, y al menos a mi parecer, es lo que éstos colectivos hacen.

El poder cultural como tal, según Lull, se refiere a la capacidad que tenemos toodos los individuos y grupos para producir sentidos y construir, de manera parcial, formas de vida o constelaciones de “zonas culturales”. O como Anthony Giddens lo llama “una política de vida”, de decisiones de vida. A diferencia de lo que se cree algunas veces, las formas institucionales, la burocracia y todo aquello con lo que podemos estar en desacuerdo, no sofoca la creatividad, al contrario, la inspira.

Cómo los jóvenes yucatecos crean este tipo de grupos y a través de ellos declaran sus identidades de manera cotidiana influye también en la conducta de los demás. Usan los espacios públicos de manera que cualquier persona pueda llegar a ellos y ejercer un intercambio simbólico, por ello considero que tienen un poder cultural.

Otra cosa que le añade fuerza, es que están basados en creaciones propias, talento y continuo aprendizaje. A cada rato surgen talleres de fotografía, grabado, diseño, pláticas de participación ciudadana, de serigrafía, conciertos de música, reuniones donde los encontramos a todos en un mismo espacio compartiendo, exposiciones, festivales de cine, etcétera, sin que haya una división perceptible entre público y creador.

Me gustaría concluir con una cita de Lull que, es curioso, pero es un tanto cursi y va bien con lo que quiero decir: “Todos tenemos nuestras subculturas personales y la capacidad de reconcebir las representaciones simbólicas y las pautas culturales que se nos presentan día a día. El modo en que fusionamos los recursos simbólicos dentro de nuestros ámbitos cotidianos en la comunicación de rutina es una práctica social que invita a hacer un análisis desde diversos puntos de vista teóricos”.

 

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