El monero, esa venganza cívica: Entrevista a Tony Peraza

Tendría unos 15 años la primera vez que vi un cartón de Tony en el Diario de Yucatán . Era una crítica ante el puente vacacional de los maestros. Justamente estaba aburrida por las constantes vacaciones escolares y me reí. Nunca había pensado que un dibujo tuviera la razón.

Seis años después -como a la vida le encanta hacer estas cosas- estoy frente a él en una reunión familiar. No deja de impresionarme que su ingenio y sarcasmo, su inteligencia y punzón crítico den siempre con un comentario que bien podría hacer reír, o llorar para el caso. Mientras sonrío por la última broma que acaba de hacer, pienso que Tony nunca deja de trabajar . Siempre está dispuesto a colaborar, y crear, y creer. Sus monos han aparecido en las revistas Camino blanco, La Gallina, Alux, Tragaluz, Fronteras, Replicante, Luna Zeta entre otras.

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El perfil del caricaturista generalmente se asocia con el periodismo pero tus dibujos también cumplen con las exigencias del arte, como sintetizar un conflicto o situación del contexto inmediato desde una visión crítica, además del gran manejo de las técnicas artísticas en tu obra. ¿Con cuál de los dos perfiles te identificas más?

Cuando estoy entre periodistas me queda la sensación de que en realidad pertenezco más al medio de los artistas. Cuando estoy con éstos me sucede exactamente lo contrario. Tengo una perpetua crisis de pertenencia desde que tengo uso de razón. Profesionalmente, me siento un híbrido sin un sitio específico en donde sentirme parte de algo. Envidio profundamente el arrojo de los reporteros, su desinhibida pasión por la nota y el dato, su compromiso con el periodismo 24/7 y la acuciosidad de sus búsquedas. De los artistas, la libertad de su grito creativo y el no manejarse sin más responsabilidad que con su propio deseo de expresarse. No me siento ni periodista ni artista, sino un voyeur que, sentado cómodamente en ese cruce de caminos, toma prestado o roba descaradamente algo de ambos para hacer algo personal.

¿De qué manera tus dibujos dan pie a la interacción social, la participación, o la reflexión? ¿Funciona de la misma manera cuando pones el ojo en el ciudadano y no en el político?

No lo sé de cierto, no he tenido la curiosidad (ni los instrumentos) para medir el impacto que puede tener una caricatura en el lector, pero por lo que he platicado con algunos individuos que han tenido el tiempo y las ganas de expresarme sus emociones e ideas al respecto, me atrevo a decir que si algún mérito tiene una opinión gráfica como la que realizo, éste es el de rasgar la burbuja que rodea al servidor público, a la autoridad electa o al grillo. La política, como la conocemos, es la heredera laica de los grandes monarcas, los iluminados, los elegidos. Esto los condena a vivir en una permanente sensación de que son sagrados. Algunos han entendido la dinámica de la modernidad y se saben servidores, empleados del ciudadano. Pero son los pocos. Y ni siquiera éstos están a salvo de sentirse especiales. La caricatura les recuerda, por medio de la socialización de la burla, de la risa (esa venganza cívica) y de la crítica. El cartón político convierte al lector en un cómplice contra los excesos de la clase política. Y cuando el lector actúa (y la primera y más elemental forma de actuar es ver, darse cuenta) pasamos al plano en el cual el lector está en proceso de convertirse en ciudadano. Pero ser ciudadano cuesta. Es mucho más que criticar siempre las noticias y poner atrocidades en las redes sociales. La respuesta de la gente me sirve, a nivel muy personal, como un pequeño focus group que me indica lo caliente del termómetro social. Disfruto mucho interactuar con la gente que se toma la molestia de opinar al calce de un trabajo mío, pero también me irrita pensar que esa energía que brota del descontento se agota en las redes y no va más allá. Sucede también que a veces me divierte lo que pasa en la vida pública, pero en no pocas ocasiones caigo en cuenta de que ese estado de humor está en las antípodas de lo que siento como ciudadano. Es grotesco darse cuenta de que los moneros pueden crear obras maestras cuando peor le está yendo a la sociedad. Pero creo que es parte de la dinámica de este oficio.

Si gran parte de la población no conoce alguna corriente o no está sensibilizada con el arte abstracto, ¿el arista debe hacer un arte más accesible o el público debe indagar y tratar por su cuenta de comprenderlo?

Creo que el compromiso con el artista es consigo mismo. Si esta aventura personal hace clik con un público, pues felicidades. Y si no, el artista lo sigue siendo. Y creando. Y mostrando Y experimentando. Y creciendo. Pero tampoco creo en el artista como un ente oscuro que sólo está deliberadamente al alcance de unos cuantos elegidos. Desde que dibujamos bisontes en las cuevas, el arte es para quien quiera vivir su experiencia. Y cada vez que podemos, entramos voluntariamente a la cueva de una sala de cine o una galería para revivir esa magia primigenia. Podemos crecer en la apreciación del arte, pero su disfrute debe de ser un acto de la más placentera libertad, al alcance de quien quiera acceder a él. Cada quien tiene sus propias aproximaciones y sus epifanías. Ni prohibido ni a huevo.

¿Podría el arte, en específico tu labor como caricaturista, transformar a la sociedad al menos en el plano de actitudes como la apatía, la indiferencia, el miedo?

El miedo es muy contagioso. Y cuando se contagia, paraliza, pudre, nos vuelve socialmente disfuncionales. Pero el valor también tiene sus propias dinámicas virales. Y las formas de transmitirse también pueden ser increíblemente creativas e inteligentes. No estoy seguro de que la caricatura en sí pueda transformar a la sociedad, pero sí el humor como un alto valor civilizatorio. Cuando la sociedad ríe estamos ante un colectivo sano. La solemnidad crea sus propios monstruos que termina devorando a los serios en sus propios jugos. Y alguien terminará riéndose de este macabro espectáculo. La risa es defensa, es supervivencia, es filosofía, es propuesta frente al caos aparente y el real. Y es un derecho a proteger, a defender, a hacerlo avanzar. El caso de Charlie Hebdo demostró que un país entero puede salir a defender la risa (incluso la provocada por el mal gusto o la ofensa). Dejemos que la esperanza sea lo penúltimo que muera y hagamos que lo último en entrar al féretro de la especie sea la risa. Si hemos de vernos en la obligación de carcajearnos del verdugo que nos cortará la cabeza, que así sea.

Si toda creación tiene su lado subjetivo, tu obra que es evidentemente de índole social, ¿qué nos dice sobre ti?

Que soy un aguafiestas. Detesto la pompa y los altos valores que se pavonean en su propio discurso para existir. Las banderas, los héroes, las hagiografías y los himnos y esas cosas no son más que caretas de algo que se resiste a humanizarse, a envejecer, a cojear y a morir con dignidad para dejar que las nuevas formas tomen su lugar. Donde unos ven majestuosidad, yo veo el ridículo. Donde otros ven gigantes yo veo al Mago de Oz repartiendo baratijas. Nací y crecí en una familia en donde era cotidiana la discusión airada y la broma que la desactivaba. Mis papás podían ser terriblemente solemnes, pero también enfurecidamente divertidos e iconoclastas.

Leí que comenzaste formalmente en 1991, desde entonces tu producción ha sido constante, ¿cuáles son las exigencias de este trabajo? ¿Qué significa la palabra compromiso para un artista?

Mi único compromiso es seguir diciendo. Por ahora sigo en un medio formal, pero si no estuviese en uno, recurriría a otros. Leer, tener una opinión y decir son ya actividades que se dan incluso a pesar de uno mismo. Cuando viajo trato de no leer para no estar en esa dinámica, pero me ha sido materialmente imposible. Leer noticias y hacerse imágenes mentales al respecto es para mí lo que un cigarro para un fumador.

¿En tu opinión, tenemos artistas con discurso crítico?

Ahora mucho, muchísimo más que hace unos diez años. No veo a muchos hablando del arte como una esfera pura y ajena a lo que sucede. El crecimiento artístico de las nuevas generaciones de creadores se da a la par con una toma de posición bastante crítica frente al entorno. Esto me parece sano en principio, pero espero con mi mejor amuleto, que no tengamos un arte demasiado politizado. No soy un bienqueriente del arte comprometido.

Tengo la impresión, quizá estoy equivocada, de que a diferencia de las demás artes, el cartón tiene más público que creadores. ¿Qué opinas? ¿Conoces a jóvenes que estén interesados en desarrollar esta actividad?

El cartón exige estar en sintonía con dinámicas periodísticas. Esto es, la lectura constante de noticias (que vuelan más rápido cada día y corren enormes riesgos con esa exigencia de inmediatez), estar en contacto con posiciones distintas y hasta encontradas de una serie de acontecimientos, la discusión pública y la atención a la percepción de la gente. Algunos chavos que han querido entrarle lo hacen con muchas ganas, pero se desesperan cuando el medio en el que aspiran a publicar pone pruebas de constancia al creador. Hacer un buen cartón puede ser algo relativamente fácil si tienes talento y visión crítica, pero hacerlo a diario con constancia puede ser algo que demande demasiado para alguien con un don artístico más grande que la paciencia y las ganas para hacerse de un oficio periodístico. Por ahora, el campechano JM (José García Magaña es su verdadero nombre) es quien más ha persistido en esto del moneo periodístico y hoy está publicando en El Deforma y Político. Es verdaderamente bueno.

¿El arte como disciplina en la educación básica y media superior cumple con las expectativas de formar seres humanos sensibles y empáticos; o considera que está basada en destrezas, alejada de modelos de pensamiento como dice Gimeno Sacristán?

Las escuelas formales están caminando como dinosaurios cansados en una autopista que no terminan de entender. Intentan atrapar en el aula el sentido de educar, que se ha atomizado por una serie de circunstancias que tienen que ver desde la caída del modelo tradicional de familia hasta el acceso casi ilimitado a los contenidos en Internet y las redes sociales. Los educadores tienen que hacer una pausa y repensar su papel en este bravo mundo nuevo. Creo que la educación formal tiene todavía mucho que ofrecer a la sociedad. Deseo de todo corazón que no tiremos el agua sucia con todo y niño. Si caemos en una dinámica inmediatista seducidos por las herramientas que tenemos a mano y hacemos a un lado las humanidades (¡en España están jubilando a la Filosofía de las escuelas!) dejaremos de leer las estrellas porque tenemos una brújula en el iPhone. Y eso es la receta perfecta para un naufragio. Creo que entre todos podemos rediseñar la escuela de un futuro en el que estaremos todos.

¿Cómo se podría evaluar la cultura desde otra perspectiva que no sea económica?

Por el puro, elemental y básico principio de placer. La cultura no siempre es medible, pero siempre será perceptible una comunidad que la aprecia, la cultiva, la disfruta, la practica y la comparte.

¿Contra qué compite el arte?

Contra la banalidad, la inmediatez, la rapidez de los contenidos, la simulación, la percepción arraigada de que información es sinónimo de conocimiento y la idea de que todo es arte.

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