Por Mariana Ordoñez y Katia Rejón
Claudia Sheinbaum es la primera mujer presidenta del norte de América y la candidata a la presidencia más votada en la historia de México. Los feminismos del mundo aplauden y celebran la llegada de una mujer al máximo poder del Estado, mientras algunas nos preguntamos qué tanto se puede celebrar si su llegada es tan conveniente para el patriarcado. Durante la toma de protesta, Ricardo Monreal, diputado de Morena, lo dijo explícitamente: “Hoy los hombres nos sentimos contentos porque llega una mujer a la presidencia de la República”.
Una mujer que llega a la presidencia de la República y defiende más a los militares que al sistema de cuidados, que no presenta un proyecto propio sino que reafirma las acciones iniciadas por su antecesor, Andrés Manuel López Obrador, a quien llama “el mejor presidente de México”, ¿es un triunfo para las mujeres o para el patriarcado?
“Llegamos todas”, parece ser el slogan de este sexenio de feminismo blanco, colonial, racista y patriarcal. ¿Llegamos a dónde y para qué? Desde el sur, algunas nos preguntamos por qué otra vez el feminismo blanco nos arrastra a lugares que son cómodos para ellas. Por qué otra vez nos envuelven en ese “todas” homogéneo, ambiguo, totalizante. Nos piden agradecer un momento histórico en el que nos resulta difícil vivir y nos recuerda, una vez más, que el patriarcado también lo ejercen las mujeres.
La presidentA dijo en su primer discurso que ahora es el tiempo de las mujeres. Sin embargo, este discurso golpea la memoria y genera incomodidad, frustración e indignación. ¿En verdad llegamos todAs?
Que lleguen también las mujeres de las naciones originarias y sus derechos al hábitat, es hora de frenar los megaproyectos que las despojan de sus territorios y ponen en riesgo su vida. Que lleguen también los pueblos desplazados por la violencia en Chiapas y las mujeres que siguen sosteniendo la vida en esos territorios a costa de todo. Que lleguen también las madres palestinas a sus discursos de justicia e igualdad, es hora de romper relaciones con el Estado de Israel. Que lleguen las mujeres trikis y otomíes a las que Claudia Sheinbaum reprimió con violencia por exigir su derecho a la vivienda y la ciudad; una ciudad que durante su mandato firmó convenios con Airbnb contribuyendo a la mercantilización de la vivienda, pero despreció a los pueblos organizados que resisten ante el Plan de Ordenamiento Territorial impulsado por la presidentA. Que lleguen los pueblos originarios a los que atacó sistemáticamente por defender el agua y la vida. Que lleguen los normalistas y el grito de Verdad que demandan sus familias. Que lleguen las mujeres del sur que rechazamos el mal llamado Tren Maya que hiere pilote a pilote nuestro cuerpo-territorio y acaba con nuestras reservas de agua, es hora de parar la lógica desarrollista que pone en riesgo nuestros modos de vida e impone una noción de progreso que no nos pertenece.
Ojalá el feminismo les alcance para atender a las miles de familias de desaparecides en el país y a las madres buscadoras que van clavando varillas por el territorio para encontrar a sus hijes.
Está claro que también es patriarcal exigirle más a una mujer que a un hombre y que seguramente a esa mirada doblemente estricta también se enfrentará la nueva presidenta. Sabemos que las otras opciones no eran mejores. Esto no es una crítica a un gobierno que apenas empieza, es una crítica a los discursos que romantizan y simplifican la representación de una mujer cis, profesionista, heterosexual y de clase media-alta diciendo que es un día de esperanza para todas. Es como si se ignorara o no se quisiera ver la realidad diversa de las mujeres en el país. No, no es un cambio para todas. Decir que la llegada de Sheinbaum es un cambio para todas es no tener conciencia de clase y poca memoria histórica: ¿no recuerdan su mandato como jefa de gobierno apenas ayer? ¿O acaso las mujeres a las que violentó no son mujeres para ustedes?
Sheinbaum utiliza e incorpora un discurso feminista, pero tiene una gran deuda con las mujeres que se movilizaron en la Ciudad de México para defender sus derechos bajo el paraguas diverso de los feminismos. Basta con recordar que prometió desaparecer el cuerpo de granaderos y únicamente lo feminizó: utilizó mujeres para golpear, gasear y reprimir a otras mujeres en las marchas del 8M, eso sí, represión con perspectiva de género.
Y aquí viene otra incomodidad, la presidenta habla desde una lógica binaria y profesionalizante pidiendo con respeto el uso del femenino para nombrar su cargo. Desde esa manera patriarcal de mirar el mundo únicamente merecen respeto las científicAs, abogadAs o soldadAs, quedando fuera de su discurso aquellas identidades de género que se posicionan más allá del binarismo y otros modos de ser/existir que están al margen de los conocimientos profesionales (validados y administrados por el Estado).
El proyecto que inició AMLO es el primer piso, la base del sexenio de Sheinbaum. Un proyecto denominado como Cuarta Transformación que utilizó la esperanza de “los pobres” para legitimarse como la única alternativa. Hoy el segundo piso parece utilizar la esperanza de “las mujeres”. Con eso también se invisibilizan las esperanzas que se construyen en los márgenes a pesar de que estos gobiernos y los anteriores han intentado desbaratarla. Mientras algunas celebran la llegada de un feminismo girlboss meritocrático y capitalista que niega la militarización del país, otras mujeres construyen, resisten, siembran esperanzas de base.
Después de escuchar el discurso, algunas no nos quedamos “conmovidas” por tener un lugar en esa cúpula sino preocupadas porque desde ahí se reafirmaron proyectos de despojo, violencia armada y devastación ambiental. Y es que para llegar todas, primero tendrían que habernos preguntado si queríamos ir.