David Toscana, el quinto evangelista

Por Yobaín Vázquez Bailón

Fotografía tomada de la red

Quiso la divina providencia que David Toscana pisara tierras meridanas. Creo que algo tuvo que ver con mis ruegos. Tengo casi seis años de leer a este autor y de ir a la Catedral para colgarle un milagrito a San Judas Tadeo, para que me concediera verlo y hablar con él (no soy de los que se conforman con un autógrafo). Así de grande es mi fe por este escritor regiomontano afincado en alguna parte de Europa, no sé bien si en Polonia o en Portugal, qué más da, esos datos biográficos no suelen quitarme el sueño. Lo único importante es que puedo corroborar lo que dicen las Escrituras: al que pide se le dará. Toscana regresó a México dispuesto a contestar preguntas, incluso si provienen de un novato en el arte de la entrevista.

La Feria Internacional de la Lectura Yucatán tuvo a bien invitar a David Toscana para que promocionara Evangelia, su más reciente novela después de cuatro años de silencio. El libro surge de una pregunta que se antoja blasfema: “¿qué ocurriría si en el pesebre de Belén María hubiera parido una hija y no al niño destinado a convertirse en Cristo?” El resultado es un evangelio disparatado y heterodoxo, pero sobre todo, apasionante. Al contrario de muchos charlatanes que piden encontrar la divinidad en lo humano, Toscana encuentra y revela humanidad en lo divino.

No me imagino otro escritor que tenga la capacidad de narrar con verosimilitud un tiempo muy lejano y una cultura ajena sin perder la voz y el estilo propio. Solo Toscana pudo contar la historia de Emanuel, la hija de Dios, que camina con mujeres y hombres por el desierto palestino. Cabe perfecto dentro de su narrativa de personajes fracasados y ambientes de desolación. En sus primeras novelas puso especial atención a la árida geografía del norte de México y posteriormente, su visión se centró en las tierras yermas de la Polonia sumida en la II Guerra Mundial y en la posguerra. No es extraño que David Toscana, vox clamantis in deserto, encuentre en la Jerusalén bíblica a su más entrañable y liberadora criatura novelística: una mujer que muere en la cruz para ponerle sabor a nuestros pecados.

Escribes Evangelia en un contexto global de conservadurismo y fanatismo religioso. ¿Es tu novela, en cierta medida, una reacción ante ese miedo generalizado de hablar de cosas sacras y del pavor de ser disparado por hacer burla u ofender a una religión?

La novela sale de cosas más personales y hasta egoístas, que es hablar de un mundo imaginario que me interesa particularmente. Empiezo a pensar en estas cosas que tu dices hasta después de publicarla. Es cuando digo, ¿cómo será recibida esta novela? Salvo en ciertos países, como Polonia, donde viví siete años, en el cristianismo no existe esta intolerancia que vemos en los países musulmanes. No corro ningún riesgo de que me corten el cuello, ni nada por el estilo, como por supuesto todavía le pasa todavía hoy a Salman Rushdie; que hasta están ofreciendo más dinero por matarlo. Entonces son dos mundos distintos, por un lado tenemos la tolerancia y por otro lado la intolerancia. Pero con todo, el libro no está puesto para ser una provocación. Para mí tiene que ver, como todas las novelas, con que el lector comience a cuestionarse su mundo. Si es una novela histórica, te cuestionas la historia, si es una novela religiosa puedes cuestionar la religión. Tiene este propósito: cuestionar y no enfrentar. De hecho se me ocurren muchas formas en las que hubiera podido convertir esta novela en algo más provocador. Sin embargo, respetando lo que yo quiero hacer como escritor y respetando lo que yo quiero hacer en la literatura, evito estas provocaciones y simplemente trato de contar una historia muy humana, con personajes con los que nos podamos identificar, que sean, por su puesto, también muy humanos; a pesar de que por ahí tenemos tres o cuatro personajes que no son humanos, sino un poco divinos.

¿Cómo surge esta historia que se remonta a tiempos de Poncio Pilatos y que está muy alejada de la temporalidad y la geografía de tus anteriores novelas?

Había comentado hace tiempo que Monterrey se me había agotado. Escribí ya varias novelas sobre el norte de México, específicamente algunas en Monterrey, y necesitaba algo más. Por eso escribí Los puentes de Koningsberg, la misma novela sirve como una metáfora de tender un puente entre Monterrey y Europa; y ahí estaba jugando con los dos mundos. No quisiera tampoco, como novelista, pensar que tengo unos temas, unas geografías o unas épocas y que de ahí no me salgo. Tengo un mundo, y parte de este mundo es uno muy imaginario. Nunca podría estar en el Israel de hace dos mil años, no lo puedo ver ni tocar; lo puedo leer. Pero en este mundo de imaginación está este Cristo, este Israel, esta Judea, esta Galilea. Como escritor vivo de la imaginación y siento el derecho de escribirla.

En el universo de Evangelia se puede decir que lo natural es lo delirante porque se cree en las explicaciones sobrenaturales: vírgenes que se embarazan, ángeles caídos y milagreros. ¿Fue nuevo para ti narrar eventos milagrosos y explicaciones casi fantásticas?

Depende de la perspectiva porque lo que tu le llamas delirio, el creyente le va a llamar realidad. Para un creyente los evangelios son realistas, para el que no cree son una fantasía con milagros, resurrecciones, cuerpos que se elevan y se van al cielo sin necesidad de dividir cuerpo y alma. Hay muchas cosas que podemos considerar fantasiosas, pero esto representa la fe y la verdad para muchos. Mis personajes creo que actúan de acuerdo a la realidad de su momento, de acuerdo con lo que consideran verdadero, lo que consideran razonable. Nadie que te dijera en aquella época que los muertos van a salirse de las tumbas se le iba a considerar un loco, al contrario, era lo que Dios había dicho y lo que todos debían de creer.

Noto en Evangelia un cambio en tu manera de escribir: de crear a partir de la imaginación, de las experiencias o de lo que contaban tus padres o abuelos, pasas a ser un exégeta que hace malabares con cuatro versiones oficiales de los Evangelios y con otros textos bíblicos. ¿Cómo fue este proceso?

Antes de comenzar a escribir la novela tomé los cuatro evangelios y los puse en cuatro columnas en un texto, tratando de ver hasta dónde eran compatibles y hasta dónde no. Una vez que hice eso me pregunté qué historias quiero contar, porque no cuento todas las historias que cuentan los evangelios; tal como Mateo no cuenta todas las de Lucas, ni Lucas las de Marcos, ni Juan la de los demás. Como evangelista me sentí con el derecho de decir esto sí, esto no. Entonces formo la historia, una historia más o menos coherente desde el nacimiento hasta la resurrección, y cuando Emanuel se eleva al cielo; tratando de respetar un aliento novelístico más que evangélico. Un evangelista me diría: “omitiste esta parte que es muy importante”, y quizá es muy importante para la fe, pero no para el argumento que estoy contando. Traté de respetar más al novelista que al evangelista.

En la semblanza del autor del libro no aparece tu foto, sino la ilustración de una mujer, o al menos la de un ser andrógino. Esto me llevó a pensar en el travestismo literario que lograron autores como Tolstoi con Ana Karenina y, sobre todo, Flaubert, del que se dice que alguna vez llegó a declarar: “Madame Bovary soy yo”. ¿Cómo creaste a un personaje femenino protagonista, siendo que tus anteriores personajes han sido masculinos y hasta misóginos? ¿David Toscana es Emmanuel?

La imagen que aparece es un cristo de Caravaggio. En este caso es un cristo muy curioso porque Caravaggio le quita el bigote y la barba, que lo tienen prácticamente todos. Es un cuadro que se llama La cena de Emaús.

Es verdad que mis protagonistas mayormente eran masculinos. Me aventuré esta vez con un personaje femenino, pero siempre acordándome esto que hablas de Flaubert. A pesar de todo, me tengo que declarar incompetente para saber si Flaubert acertó o no acertó. Yo tengo que confiar en una mujer que me diga sí acertó, pero qué autoridad tengo yo para decir, “mira, Flaubert conoce el alma de las mujeres”. Eso me pondría a mí en una posición de decir que yo también la comprendo. Casi todo el arte es navegar un poco a tientas y confiar en que el resultado tenga fuerza, aunque no sea completamente leal a una realidad, mientras seas seductor, el lector se va a quedar contigo. Cuando lees La metamorfosis no tienes qué creer que un hombre puede transformarse en un insecto después de una noche, simplemente te seduce la historia y dices, “quiero saber más”. Si Kafka tratara de ser realista la novela se echaría a perder, tendría que decir: “después de una noche de inquieto sueño, el eslabón catorce del ADN de Gregorio Samsa se fue modificando…” Entonces tú dices, “basta, esto es ciencia ficción, no me interesa”. O te puede interesar, pero la novela ya es otra. Lo más importante de la novela es la seducción.

Se dice que tu novela La ciudad que el diablo se llevó es una celebración de la vida en medio de la muerte y la desolación. De Evangelia diría que es la celebración de la feminidad en medio de un mundo machista. ¿No debería extenderse esta celebración a la literatura, que también está inmersa en un punto de vista mayoritariamente masculino?

En este caso prefiero no meterme en honduras porque no tengo una respuesta y no la quiero improvisar. Pero, el caso particular de la novela, me parece muy natural que si metes una mujer diosa con cierta autoridad (ella duda muchas cosas, pero de un modo, no duda de su misión) se tiene que convertir en una especie de estandarte feminista, porque en aquella época la única forma de que una mujer hiciera lo que hace es enfrentándose directamente al machismo. El machismo estaba elevado a la categoría de ley, entonces, para poner al personaje a actuar en este mundo, necesariamente tiene este espíritu feminista; o sea, se tiene que destilar en la novela. No soy misógino, aunque ya tenía algunas novela con personajes misóginos, y tampoco soy feminista. Para mí simplemente  parece claro que la mujer tiene los derechos tal cual los tienen los hombres; y esto ni siquiera lo puedo sentir como una bandera. Es como decir, “vamos a abanderar que no haya hombres más altos de tres metros”. No tiene ningún sentido.

Dices que por causa de tu novela Santa María del Circo ya no te dejan entrar a los circos. ¿Crees que ahora con Evangelia te impidan la entrada a las iglesias?

Yo creo que no tiene que pasar nada de esto por dos razones. Primero, pienso que la novela no es provocadora sino que invita a la reflexión. Y segundo, creo que nadie tiene el derecho de cerrarte las puertas de la Iglesia. Sí te pueden excomulgar, pero sólo de la Iglesia Católica. Finalmente si me pusiera en plan de creyente habría un Dios que está por encima de cualquier iniciativa de un papa, de un cura, de un obispo o cardenal o de lo que fuera. Por eso es que la gaviota está casada con su actual marido, no importa lo que diga la Iglesia.

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