Cuando la disidencia es tradicionalista: las conservadoras en los primeros congresos feministas de América Latina

Por Nicole Martin (Argentina)
Ilustración: Elo Draws (México)

A principios del siglo XX, cuando el régimen oligárquico era el que oprimía de forma predominante en la mayoría de los territorios de América Latina, por los pasillos de instituciones educativas, en hojas sueltas en la prensa y en conversaciones aleatorias en las calles, empezaba a escucharse hablar de “inequidad”, “desigualdad” y “violencia” de género.

Más allá de los matices ideológicos, culturales y de territorialidad que existían y persisten, los debates en general giraban en torno a las problemáticas que atravesaban —y atraviesan, cien años más tarde— las mujeres, inmersas en una sociedad racista, clasista y patriarcal.

Desde los dos extremos de una Latinoamérica que empezaba a escribir su propia identidad, en aquella época, diversas corrientes comenzaban a interrelacionarse en espacios comunes, aunque todavía no conformaban un movimiento feminista latinoamericano. La historiadora feminista Valeria Pita, de Argentina, puntualiza “corrientes” y “presencias”, nociones menos homogenizadoras y más respetuosas del proceso histórico.

En la gesta del pensamiento feminista, entonces, algunas decidieron organizar la conversación en Congresos: el Internacional de Argentina (1910) y el Yucatán, México (1916).

En los encuentros, un torrente se remarcaba como disidente —a excepción de los grupos anarquistas que decidieron no participar en los Congresos argentinos— en las charlas de las comisiones, por ser minoritario y por contrastar en un debate que apuntaba a la emancipación: el sector más reaccionario o conservador, que, si bien coincidía en temas referidos a la educación y la violencia, rechazaban el voto femenino y buscaban conservar el modelo de la domesticidad.

En Argentina, aunque algunas de estas mujeres participaron del 1º Congreso Femenino Internacional, la mayoría se encolumnó en el “Congreso Patriótico y Exposición del Centenario”.

Este evento fue organizado por el Consejo Nacional de Mujeres, una institución alineada con los intereses del entonces Presidente argentino, Figueroa Alcorta. Ya en ese entonces se empezaban a generar cuestionamientos dentro de los feminismos: ¿es posible un feminismo estatal?

Si bien la mayoría de los feminismos buscan articular con el Estado para ampliar los derechos hoy en día, lo cierto es que en aquella época, quienes se inclinaban por esa estrategia eran quienes no proclaman los derechos políticos y sólo se interesaban por marcos de protección a las mujeres, como educación y otras políticas sociales.

En Argentina, el denominado “Congreso de las Señoras” argumentó no aspirar al derecho de sufragio “por reconocer que los derechos cívicos deben ser patrimonio exclusivo del hombre culto y moral”.

En sus actas se expresó: “Nuestro feminismo juicioso y moderado, limitase a elevar el nivel intelectual de la mujer (…) hasta producir y establecer el perfecto equilibrio entre el cerebro que piensa y razona y el corazón que siente”.

Al norte, 31 mujeres firmaron una protesta en contra del voto femenino en el congreso de Yucatán. Jimena de los Santos y Martha Ruiz, fundadoras de la colectiva Contingenta Siempreviva, contextualizan con los roles históricamente asignados a los géneros, ya que sólo los hombres estaban calificados para la vida pública.

Según Graciela Tejero Coni, directora del museo de la mujer en Argentina, la disputa política con el “Congreso Patriótico de las señoras” se desplegaba, no sólo entre un feminismo que libere del modelo patriarcal a las mujeres, o uno conservador, sino también el del sentido de lo “patriótico”, en un contexto de Estado oligárquico dependiente del Imperio Británico. En contraste, en México había un gobierno surgido de la Revolución Mexicana que, mediante leyes y decretos, buscaba cambiar el régimen oligárquico y eclesiástico.

En coincidencia, en México, el perfil de las mujeres reaccionarias también se relacionaba con “la burguesía que exaltaba el modelo de la domesticidad y la maternidad”, afirmó Piedad Peniche, historiadora yucateca. Este grupo —principalmente, de maestras— se identificaba con la iglesia y, en su discurso, sostenía la figura de la mujer como el «ángel del hogar», surgida en Europa a fines del siglo XIX. Según la historiadora, este sector representaba sólo el 15% del total de congresistas.

La mayoría de los argumentos en los que se basaba este sector disidente se anclaban en la maternidad como mandato indisoluble del ser mujer, cuya actividad principal era criar y educar a su descendencia. Y aunque el punto de la educación era, quizás, el de mayor coincidencia para las conservadoras dentro de los Congresos, la educación sexual era el punto de discordia.

Aunque en México, al menos un 20% de las asistentes al Congreso estaban a favor de los derechos sexuales, según Piedad Peniche, se rechazó incluir la importancia del conocimiento de los cuerpos de las mujeres en las conclusiones. Una controversia que prevalece en la actualidad y que repite algunos de los argumentos que se manifestaban hace cien años.

Separados por 8000 kilómetros, México y Argentina son dos territorios hermanos(as, quizás), que comparten raíces históricas de un carácter casi holístico: aquellos feminismos del siglo anterior, que no conocían la cara de la globalización, pero organizaban su debate y pensamiento colectivo de forma paralela, son uno de los ejemplos de ello.

Al día de hoy, estas corrientes han alineado sus aguas en un mismo movimiento, y se observan desde lejos, asomándose en los bordes de América, entendiendo que si estiran bien los brazos, se logran abrazar.

 

 

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