Por Katia Rejón
Ilustración: Magui Osés
Una mirada capaz de hacer cruces entre diversas disciplinas, relacionar un cuadro con una crisis económica o un gesto artístico con una obsesión, no se cultiva tomando cursos de poesía metafísica, sino abriendo el campo y aprendiendo a mirar.
Leila Guerriero.
Una de las mejores periodistas vivas en Latinoamérica, Leila Guerriero, piensa que el periodismo cultural no existe, pues no se necesitan habilidades radicalmente distintas que para hacer cualquier otro tipo de periodismo. Antes de escribir este texto, pregunté a mis amigos y conocidos: ¿qué cualidades creen que necesita una persona que quiera ser periodista cultural? Y todos me contestaron: ser culta. Hasta ahí bien, pero ¿qué hace a una persona culta? ¿cuáles son las lecturas, nombres de músicos, escultores, artistas que debemos conocer para ser cultos o periodistas culturales?
La cultura está tan relacionada con la desigualdad social que creemos que la alta cultura o el canon estético son los únicos que existen. Pero ni sabiendo de memoria la Divina Comedia o siendo fanático de Ingmar Bergman conoceríamos del todo ese amplio territorio con zonas inexploradas que es la cultura. Siempre dejamos fuera demasiado, siempre desconocemos cosas importantísimas para otras personas.
Esto no quiere decir que los periodistas culturales debamos ser ajenos al panorama actual. Vale la pena recordar la anécdota que cuenta Gabriel Zaid en una columna de Letras Libres de cuando se organizó un cóctel en la Galería Ponce para presentar la revista Vuelta. En ese evento, dice Zaid, llegaron periodistas preguntando qué cuadros eran de Octavio Paz; o aquella vez que en el centenario de la muerte de Óscar Wilde le preguntaron a José Emilio Pacheco cómo lo conoció. En una entrada anterior, hablé precisamente de la pereza de los reporteros al llegar a un evento sin haber investigado nada del contexto, y creo que eso tiene que ver con un total desinterés por la cultura y el periodismo en general. Sin embargo, la cultura es más que datos. Es lo que estructura el mundo que nos rodea, el registro de lo ya vivido y la memoria hereditaria de una colectividad.
Entonces el periodismo cultural es también un oficio contra el olvido y la documentación de lo que nace todos los días en una sociedad. Está en las expresiones tangibles y sintetizadas del arte, pero también en la conducta y el pensamiento. Si no comenzamos a entender la cultura como aquello que define nuestra forma de enfrentarnos al mundo, ¿cómo esperamos que le interese a las personas?
A este punto quisiera decir que, en lo personal, el periodismo cultural me parece un poco más que el oficio reporteril general y un poco menos que la crítica especializada. Hay una frase de marco floral que dice: no se puede amar lo que no se conoce y entonces pienso que, además de todo, el periodismo cultural es un oficio que trabaja para el amor y la reflexión en un tiempo de crueldad y estupidez. Nos enseña cómo estar en contacto con los otros a un nivel íntimo sin dejar de ser nosotros mismos. O mejor: ser más nosotros mismos a partir de otros.
Además del nuevo genio de la industria cinematográfica, conviene saber: ¿cómo se llama ese hombre ciego de Oaxaca que ganó el Premio Nacional de la Cerámica haciendo figuras de barro bruñido? ¿Cómo lo hace? ¿Qué piensan realmente las mujeres indígenas al ver sus bordados en una pasarela de alta costura? ¿Por qué nadie habla de políticas culturales de la misma forma en la que hablan de seguridad si nos estamos matando los unos a los otros por las diferencias y los prejuicios?
Los periodistas culturales podemos ser una repetición de las mismas estructuras o podemos mirar el contexto en el que estamos y ponernos a la altura de los hechos. Hacer más que mirar, generar posibilidades, cambiar el foco a otras culturas.
Un error muy común es pensar que se escribe para los artistas porque el único objetivo del periodista cultural es “difundir el arte”, lo cual me parece bastante desabrido para una labor social. No somos cartelera andante. El periodismo cultural se llama así por una razón: porque ante todo necesitamos la acreditación plena de los hechos, el dato duro y el testimonio. Luego viene todo lo demás.
Puede contribuir a construir puentes entre las propuestas artísticas y los públicos a los que está dirigido, pero no sustituir o pretender hacer el ejercicio de la crítica especializada con tecnicismos y opiniones meramente estéticas para hacer “públicos críticos”. Somos 130 millones de personas en el país, ponernos a formar personas para que puedan discernir entre quién es bueno y quién es malo es un desperdicio de tiempo. ¿De qué serviría? Hay propuestas artísticas que no están llegando a las personas que pueden identificarse con ellas. Nuestro trabajo es traducir su importancia en el contexto en el que surge, acercarla al público que necesita conocerlo. Esa es una labor más urgente.
Si algo podría hacer, es contribuir a que los artistas sean agentes críticos del entorno, pero sobre todo a no olvidar que se trabaja para un grupo de gente que quizá no te conozca ni sepa sobre tu trabajo. En ese sentido, podemos contribuir a que los públicos sean más empáticos, reflexivos y participativos. Que sepan por qué la producción de un completo desconocido puede cambiar un poco su percepción de la vida y que existe un trabajo detrás que no se limita a lo que se ve en pantalla, en escena, en lo escrito.
Entonces creo que no somos gente culta sino expertos ocasionales. Para hacer periodismo cultural sí se necesitan otras cualidades: saber reconocer significados culturales en una expresión o en la cotidianidad aún cuando ni las mismas personas lo hayan racionalizado, tener una curiosidad infatigable, saber que nunca se podrá saber todo de las culturas, hacer lo posible aún así por saber todo de las culturas. Preguntar mucho y explicar poco. Al menos eso me gustaría pensar.
Lo mejor que nos puede pasar a los periodistas culturales es encontrar gente que tenga algo que decir y que lo diga bien. Pero eso es mucho pedir, por eso siempre es una alegría franca encontrar simplemente gente que le guste hablar, que tenga algo siempre en la punta de la lengua y sea la grabadora, la libreta de apuntes donde por fin lo deje todo. Es un trabajo muy duro porque tenemos que presentar las cosas como nuevas, relucientes, frescas, y muy pocas veces encontramos ideas nuevas, relucientes, frescas.
Si pensamos en que lo que significa la palabra cultura en pleno siglo XXI nos daremos cuenta que el periodismo cultural no le ha seguido el paso a la revolución cultural. Seguimos pensando que un periodista cultural es el que hace reseñas de cine o de literatura en un suplemento, y creo que eso es sólo un poco de lo que se hace. Hay periodistas que hablan de la cultura en su concepto más amplio, que escriben de personas que no son grandes artistas pero sí transformadoras de una comunidad, y exploran géneros como crónica, ensayo, entrevista, y lo publican en medios digitales o libros.
Una de nuestras tareas pendientes es atender la diversidad de temas que ahora nos ofrece el mundo y la diversidad de personas. Todos estamos unidos por algo y eso es la cultura, tendríamos que estar poniendo atención a esos detalles.
Nuestro material de trabajo son las personas, no las cosas que producen como un libro o una película, sino la entraña que da vida a esos objetos y lo que hace que no sean inútiles.
En México, el trabajo que hace Gatopardo es magnífico pero no ha llegado a socializarse lo suficiente como para que salga de los lectores especializados. Cuando Felipe Restrepo llegó a la Filey muy pocas personas asistieron a su presentación; en cambio, Avelina Lésper llenó la sala. Es increíble que el mayor referente de crítica de arte en el país sea una persona como Avelina Lésper, que no puede ni redactar correctamente una columna sin barroquismos y faltas de ortografía. Sólo porque dice algunas obviedades y da muchas certezas tajantes cuando habla.
Creo que hay un periodismo cultural que hace cosas maravillosas con el lenguaje, los temas y la investigación reporteril, simplemente no ha encontrado su camino para llegar a más personas.
Voy a cambiar un poco la idea de Rebecca Solnit sobre el artivismo. Diré que el periodismo cultural es “construir un mundo en el que las personas sean productoras de significado y no consumidoras”. Rastrear y documentar ese mundo, es la labor que muchos periodistas culturales queremos hacer.