Columna Tiempo de agua | Por Sara Hernández
«Es sólo aquello que no vemos lo que nos lleva de la mano y existimos».
Elisa Díaz Castelo
Pensé que no había agua más clara que la de las playas en Cancún hasta que conocí por primera vez un cenote.
No recuerdo cuántos años tenía, habrá sido por ahí del 2010, cuando recién me mudé a la ciudad. Lo que sí recuerdo fue que pasé un buen rato de la salida familiar, viendo el movimiento de la superficie tergiversar la imagen de los lirios que crecían desde el fondo.
No había muchos peces visibles, más que unos oscuros parecidos a las piedras húmedas cuando no las cubre el musgo. Después supe que se llaman bagres. Los bagres son los peces más comunes en los cenotes, son nocturnos y algunas subespecies tienen características de peces cavernícolas. Esto sugiere que pueden desplazarse entre cavernas y eso puede explicar su presencia en zonas alejadas de la costa.
También supe, posteriormente, que los seres vivientes más abundantes en los cenotes son los que escapan del ojo humano, a pesar de la claridad del agua: las bacterias.
Las bacterias son los organismos más abundantes en el planeta. Es curioso que existan muchas más cosas que no podemos ver, que las que sí podemos. De la misma forma, hemos explorado sólo un porcentaje reducido de la extensión total de cenotes y sistemas cavernarios en la Península de Yucatán. Sobre todo de los ubicados en Quintana Roo.
Quizá 25 zonas protegidas parezcan territorio suficiente para explorar y estudiar el ecosistema. Pero representan sólo un pequeño porcentaje de los 181,000 kilómetros cuadrados que abarca la Península de Yucatán. Los cuales, si no están designados a la conservación, son pan caliente en el mercado agroindustrial.
Durante la universidad hice mis prácticas con la única consultora de turismo sustentable en Quintana Roo. Conocí los cenotes de algunas comunidades mayas que se habían organizado para ofrecer sus propios productos turísticos. Pasar tiempo en estos ecosistemas enterrados, cambia tu percepción del mundo y la naturaleza. Yo pasé mi primera infancia en el Valle de México, rodeada de cerros y avistando el Xinantécatl por mi ventana. La naturaleza, para mí, era eso que demanda su espacio en la tierra de forma dramática y grandilocuente.
En la cosmología maya, el inframundo o Xibalbá es ese reino que está literalmente debajo de la tierra. Un lugar de codificación femenina, habitado por seres “monstruosos”, al anverso de la vida.
No es de sorprenderse que los cenotes y cavernas estuvieran fuertemente ligados al culto a Xibalbá. ¿Podrían ser estos “monstruos” los seres albinos y ciegos conocidos como la fauna estigobiante de los ecosistemas acuáticos subterráneos? Curiosamente, su deficiencia de pigmentación los vuelve difíciles de captar con la vista.
¿O los organismos que habitan en el fondo del sistema cavernario Ox Bel Ha y se alimentan de algo también invisible: el metano que se filtra del subsuelo a las cuevas?
Después de 15 años de vivir en el sur, la fascinación que tengo por el agua y sus seres sólo crece con el tiempo. Especialmente por aquellos que pertenecen a la telaraña kárstica que se extiende bajo tierra por toda la Península. La naturaleza es dramática y grandilocuente, pero también es introvertida y sutil. La mayor parte del tiempo es más lo segundo que lo primero.
En los ecosistemas cavernosos de nuestro territorio ocurren procesos químicos que parecen magia. Los copépodos (diminutos crustáceos) que a falta de luz se hacen luz a partir de las proteínas en su cuerpo. Y se vuelven las linternas vivas de las que otros inquilinos del agua dependen para encontrar su sustento.
O las clorofitas (algas verdes), temidas por los tour operadores y turistas. Que generan oxígeno aún en condiciones pobres de luz y les otorgan a los cenotes ese precioso color verde jade que no muchos aprecian.
Mientras escribo este texto, pienso en otra cosa que no puedo ver: la migración subterránea de los bagres entre cavernas. Imagino que yo soy uno de esos peces oscuros que descienden al Xibalbá. ¿Pueden de alguna forma percibir eso al anverso de la vida que se nos escapa a nosotros? ¿Todo lo invisible que nos une y nos contiene?