Los chinos peninsulares existimos en Yucatán

Por: Marcos Gan

Ilustración de Luis Cruces Gómez

Siempre me llamaron Chinito, a mi padre el Chino, y a su padre también. Ambos se mudaron a la ciudad de Campeche dejando atrás su natal Coatzacoalcos, Veracruz, como yo que ahora vivo en Mérida. Era habitual que en la infancia me preguntaran por el origen de mi apellido y su significado, cosas que desconozco hasta la fecha. 

En la secundaria, un maestro de historia me dijo que muchos chinos habían llegado a México después de la Segunda Guerra Mundial y que Veracruz fue una de las principales residencias. Sin embargo, yo nunca me había cuestionado de dónde vinieron mis antepasados ni había visto mis ojos rasgados como una señal de identidad.

Según cifras de la Asociación China Península de Yucatán, hasta 2017 había un aproximado de 200 mil yucatecos con ascendencia china. Muchos de los apellidos procedentes del país asiático fueron mayanizados, por lo que los cálculos de los descendientes somos en muchos casos una especulación, parte de la imprecisión histórica sobre su introducción a nuestro país.

No hay mucha información sobre la cultura china en nuestro estado, pero podemos encontrar algunas investigaciones al respecto. Margarita Rosado nos dice en Vinieron de otras tierras (2005), sobre los llamados coolies, como nombraban a los chinos que venían previamente contratados hacia tierras americanas, a consecuencia del expansionismo europeo en Asia, así como por el crecimiento demográfico a principios de siglo XIX. 

Las políticas generadas por la colonización inglesa y francesa dejaron al sector campesino sin oportunidades de tener una vida digna y de ahí la necesidad de dejar China. Los medios de transporte eran insalubres, enfermedades y muerte eran frecuentes en la larga travesía. California y Mexicali fueron las sedes principales donde se realizaron fuertes campañas contra los asiáticos, lo que provocó una persecución atroz.

Buscando datos sobre los primeros acercamientos de los chinos en el área maya, una bibliotecaria del Cepeda Peraza me explicó que también era descendiente de ellos, pero tampoco sabía mucho sobre cómo su familia llegó a nuestra ciudad. El libro que me presentó fue La Gloria de la Raza (2007), donde José Juan Cervera expone que existe en Belice un texto periodístico sobre un acontecimiento en 1863 sobre los chinos y los mayas insurrectos. No aclara de qué se trata la noticia, pero este dato es el más antiguo rastreado cerca de nuestro territorio que pude encontrar

En lo que las y los autores coinciden es con el muy vigente pero caduco racismo hacia los chinos en México, hacia los chinos peninsulares y hacia los chinos en Yucatán.

Cuando era niño se referían a mí como chino, aunque también soy mitad maya. Sentí mucho las burlas, los estereotipos y la discriminación. Desde el clásico:¡que los abra, que los abra! refiriéndose a mis ojos; hasta que soy un come perros. 

Según Margarita Rosado, es difícil establecer la línea migratoria de la cultura asiática en nuestro país, ya que el censo para el Registro Nacional de Extranjeros surgió en 1985. 

La investigadora propone dos razones apoyadas por los historiadores sobre la demora y el interés de su creación: una era la cantidad de indocumentados difícil de precisar y la otra era el beneficio de ciertos grupos burgueses de anular el crecimiento económico de extranjeros en la que los chinos fueron altamente cazados.

En la actualidad hablar sobre la comunidad china en nuestro estado es más accesible, aunque probablemente si nos preguntaran por la cultura china en Yucatán pensaríamos en los locales de comida, que no son pocos en el centro de la ciudad. Pero cada día, la cultura china cobra más visibilización y rompe estereotipos.

Ejemplo de ello es la Asociación China Península de Yucatán que busca fortalecer la economía en relación con nuestro estado, o el Instituto Confucio que tiene como misión difundir la cultura y lengua china en todo el mundo.  Así como las diversas empresas que radican en nuestra ciudad. O las universidades que crean hermandades entre su alumnado.

En una entrevista con Li Jing, 李婧, china de nacimiento y profesora del Instituto Confucio, tuve la oportunidad de saber cómo vive su cultura en Mérida, así pude contrastar mi experiencia como un descendiente chino que no se identifica como tal.

Además del mandarín habla inglés, español, y un poco de ruso. Vivía en el norte de China, donde hace mucho frío y padecen de contaminación. Comenta que ahí la gente es más directa y fría, y es una zona industrializada, económicamente estable. Eso contrasta con nuestro estado, aunque la profesora ha podido encontrar similitudes con nuestras tierras como la preservación de nuestras tradiciones y el respeto a los adultos mayores.

Serán ya cuatro años el próximo verano desde que llegó a trabajar en el instituto, acompañada de su hijo de once años. Su hijo está aprendiendo español en la escuela, mientras en casa su mamá le habla en su idioma natal. Piensa que en Yucatán ha aprendido a tener “actitud” ante la vida. 

En China los niños y niñas viven una infancia estricta y tienen que estudiar mucho. La vida no es siempre trabajar. A veces se necesita descansar y vivir la vida sin prisas. Aquí me siento más libre. 

Li extraña sobre todo la familia y la comida de su país. La comunicación con sus parientes tiene que ser muy sistematizada pues los husos horarios son discordantes, pero gracias al internet mantiene un constante diálogo con su familia. 

Pese a los miles de kilómetros que la separan de los suyos, a ella le encanta vivir aquí. Su más grande misión en Yucatán es ayudar a sus alumnos abrirse camino hacia una vida independiente en China, o para sacar provecho en el futuro. 

Su labor en el Instituto Confucio es enseñar las bondades de su cultura y cómo ésta puede ayudar a otros mexicanos a desarrollarnos en diferentes áreas. Ha tenido la oportunidad de convivir con sectores chinos que radican en nuestra ciudad. 

Quizá tenga que regresar a China a mediados del 2020. Dice que si esto sucede extrañará de México la vida disfrutable y lo cariñosa que es la gente en Yucatán. También extrañará el calor. 

A diferencia de la profesora, yo soy un viajero sin patria. Pero con el tiempo, mi fisonomía es algo que me llena de orgullo. Soy feliz de ser resultado de un proceso intercultural complejo y único.

Antes me preguntaba por qué no sabía nada sobre mi pasado, pero ahora puedo entender por qué mi abuelo huyó del norte donde la cacería asiática era sanguinaria e intransigente, para llegar a este sur supuestamente más apacible. He hecho mi propio concepto de identidad y quizá lo que hoy ignore cobre sentido mañana

Ignoro lo que mi abuelo y mi padre vivieron como esos hombres que son y no son, ni de aquí ni de ahí. No conoceremos por completo las miles de historias de nosotros los chinos peninsulares, los chinos de Yucatán. Perdidos en el bosque -o en la selva- como dice la canción.

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