La promoción del pensamiento crítico en la difusión de la literatura: el ocio como herramienta educativa

Por Elías Manuel Hernández Escalante

“Todo arde si le aplicas la chispa adecuada”
Héroes del Silencio

El presente ensayo trazará, mediante una reflexión teórica, un análisis de la estructura del modelo de fomento a la lectura a través de su discurso y la carga valorativa1 que socializa y promociona. Posteriormente se propondrá la elaboración de un modelo de difusión de la literatura, dirigido a jóvenes de secundaria y bachillerato, que incluya la promoción del pensamiento crítico y la resignificación del concepto “ocio” como pilar valorativo.

El trabajo se dividirá en tres apartados: el primero discutirá las implicaciones valorativas-semánticas del desarrollo de un modelo de fomento a la lectura y su repercusión en la ejecución de proyectos que ubican a la práctica lectora como una actividad inherente a la cultura del híper-consumo y “entretenimiento”, nulificando discursivamente el ejercicio del pensamiento crítico en el lector, así como su impacto y relación con la industria del entretenimiento impreso y su posicionamiento dominante sobre los cánones literarios.

El segundo apartado abordará la pertinencia de formular un modelo de difusión de la literatura el cual se signifique y valorice a través de la promoción del pensamiento crítico, definido como un ejercicio pragmático de corte educativo/dialógico independiente, donde la posición del mediador y docente, como transductores complementarios, es fundamental para optimizar este proceso.

Finalmente, se reflexionará la posibilidad de entender a los docentes y mediadores como promotores culturales que, entre otras funciones, puedan incidir en la re significación del concepto “ocio”2 hacia un enfoque de generación de ideas y conocimiento, a través del modelo de difusión de la literatura en conjunto con la promoción del pensamiento crítico, como herramienta en los procesos educativos.

Fomento a la lectura
Para comenzar el análisis de este modelo, es preciso reconocer que podríamos precisar su enunciación desde los discursos oficiales, reproducidos en su mayoría por los medios de comunicación masiva, y por algunos grupos, asociaciones o colectivos independientes, que enfocarían el fomento a la lectura hacia los valores de la cultura del híper-consumo y “entretenimiento”, donde se “pretende satisfacer el antiquísimo apetito lúdico-recreativo y momentáneamente convencernos, mediante la “fabricación industrial” de diversión, de la idea de que el único fin de la vida es pasársela bien” (Martínez, 2011: 7).

Sin embargo, esta diversión encuentra concreción en la adquisición del objeto o servicio de consumo, ya que “las cosas divertidas, las cosas creadas para proporcionar sensaciones agradables, son cosas que se consumen” (Bauman 2007: 20). En este sentido podría configurarse una actividad utilitaria en la que el individuo lector puede obtener un beneficio, derivado de una transacción económica o de inversión de tiempo, que constituya un rasgo de personalización que se adhiera a la construcción de su identidad, a través del fetichismo de la subjetividad donde la “materialización de la verdad interior del yo, no es otra cosa que la idealización de las huellas materiales –cosificadas- de sus elecciones a la hora de consumir (Bauman 2007: 29).

Podríamos decir, con base en lo anterior, que las formulaciones de proyectos construidos bajo el modelo de “fomento a la lectura” al intentar ser relacionados con la “literatura” reducen semánticamente el término al punto de significarla como una acción interrumpida de comienzo/término3 y que la somete a definirse como un momento de contacto-acción, en la cual el lector generaría una única línea de acción consecuente del contacto con la manifestación literaria: la lectura como actividad de consumo y rasgo de personalización cuyo resultado es una transacción tangible y segura con respecto a una inversión realizada. Un producto que se desecha.

Esta reducción semántica excluye por completo conceptos de acción como “crítica”, “relectura”, “diálogo”, etcétera; que podría manifestarse si se entendiera a la literatura, desde la concepción de proyectos para su difusión, como un agente polisémico y detonante de diversas acciones pragmáticas que el lector puede manipular a través de su experiencia.

Por lo tanto es preciso preguntarse: ¿Debe ser la lectura el objetivo?, ¿leer una revista para caballeros, de la farándula, etcétera? ¿Un aumento positivo dentro de la estadística donde la sociedad sea consumidora de textos en los que no existe la “necesidad de formular explicaciones racionales ante lo que [se] está leyendo” (Chávez 2005: 77)?

Según Armando Zacarías (en Chávez: 80), dentro de la lectura de entretenimiento las que poseen más tiraje semanal son las siguientes: Frontera violenta (300,000), El libro policiaco (550,000), El libro semanal (800,000), El libro sentimental (400,000), El libro vaquero (800,000), Mi Guía (170,000), Tele-guía (375,000), TV-notas (460,000), TV y novelas (560,000) y TV Show (100,000).

Estas cifras de producción muestran una demanda de consumidores que completan un proceso de recepción comunicativa en el cual se decodifica e interpreta un mensaje determinado (desde la experiencia del receptor), es decir, entendiendo al texto desde una función comunicativa, estos individuos pueden ser considerados lectores4.

Partiendo desde este punto, podríamos contradecir lo que afirma la investigadora Nubia Ortíz sobre el público lector, al que cataloga únicamente como “las llamadas clases educadas” (1999: 2), y exponer que éste es una realidad en México y no necesariamente pertenece a una élite letrada y económica; el individuo lector está presente en cualquier estrato social que cuente con el mínimo porcentaje de alfabetización.

Realmente estamos frente a una problemática de una falta de cultura literaria que está siendo sustituida por “esta clase de productos que promueven y difunden lo que se llama literatura barata o chatarra, ausente de contenido científico y reflexivo” (Chávez, 2005: 78), pero no hablamos de esta falta de cultura literaria solamente entre las sociedades periféricas con acceso económico a las lecturas antes mencionadas, sino entre las sociedades con poder adquisitivo que adquieren obras diseñadas como productos o literatura de consumo (como la saga Crepúsculo de la escritora estadounidense Stephenie Meyer o Cincuenta sombras de Grey de la escritora británica  E. L. James, etcétera). Hecho que quiero aclarar no es “incorrecto” si el objetivo es la lectura, ya que se cumple el cometido.

¿Qué ha permitido que en el fomento a la lectura estas obras se hayan convertido en el referente directo de lectura entre los lectores, especialmente los jóvenes? Considero es la equivocada formulación de los programas educativos que se imparten a nivel de educación media y media superior donde el acercamiento a los cánones clásicos y contemporáneos literarios es un ejercicio de repetición y memorización de datos biográficos, corrientes, teorización de géneros, etcétera; convirtiéndose en sesiones especializadas donde el contacto con la obra literaria es mínimo o nulo, siendo las “mismas instituciones las que se han encargado de la práctica de la lectura como un deber o como una obligación, más que como una actividad cotidiana de conocimiento” (Chávez 2005: 81).

Esta priorización y casi condicionamiento de la existencia de la diversión como consecuencia única del acto de leer, crearía paradigmas de rechazo en torno a la lectura de los textos canónicos por parte del individuo lector, dejando el camino libre a la aplastante mercadotecnia editorial que en cualquier librería se manifiesta a través de una serie de brillantes estrategias publicitarias que dirigen la preferencia del lector hacia las “novedades” o “modas” y que aseguran en cada contraportada, por medio de hipérboles, el éxito y seguridad de la transacción e inversión.

Ahora bien, con todo lo anterior no he querido desvalorizar esta nueva literatura emergente ni a sus lectores, al contrario, he querido llamar la atención a la falta de búsqueda crítica dentro de estos discursos, a la potencialización significativo-contextual que podría obtenerse con las estrategias adecuadas, ya que este tipo de textos, bien empleados, podrían ser considerados herramientas didácticas para la búsqueda y el diálogo crítico.

 Pies de página
1 Se entenderá, desde Max Weber, como valor “decisiones humanas cuya naturaleza difiere de la que es propia de las actividades mediante las cuales el espíritu aprehende lo real y elabora la verdad” (Aron 1976: 250)
2 Con base en las propuestas de Chirstianne Gomes y Rodrigo Elizalde (2012).
3 Un ejemplo donde puede observarse lo anterior es en la campaña nacional de “Lee 20 minutos al día”.
4 Aunque me he enfocado en exponer la producción y consumo masivo de la “lectura de entretenimiento” para ejemplificar la existencia del lector en México contrario a lo que la estadística afirma, es importante resaltar que la sociedad contemporánea en la que impera “la cultura de la imagen” y está en constante exposición a los medios de comunicación masiva, podría haber generado un lector de contenidos líquidos y precarizados simbólicamente que se encontraría imposibilitado a ejecutar una práctica lectora compleja.

11072950_10206176607307963_5775917800420608102_oElías Hernández Escalante es estudiante de la licenciatura en Literatura Latinoamericana en la Facultad de Antropología de la UADY.Primer lugar del concurso de cuento del Colectivo Tirahule y participó en una antología narrativa, el libro «Regreso a Gutenberg», es creador del Colectivo Crisálida, miembro de Rutas Literarias. Es guitarrista desde hace 10 años, ha estado en varias bandas de rock y actualmente toca en Retrosistema.

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