La literatura de las ideas: ¿por qué leer ciencia ficción?

Por Maik Civeira

Ilustración de Carlos Dzul

¿Por qué leer ciencia ficción? Esta pregunta se me presentó cuando preparaba una clase sobre este género para el curso de Historia de la literatura que impartí en un bachillerato. ¿Cuál es el punto de dedicarle nuestra atención a historias que sabemos que no son reales? A partir de aquella clase preparé una presentación que después evolucionó en conferencia y que he estado retrabajando una y otra vez desde hace poco más de un año.

Aquí les ofrezco algunas respuestas.

A la ciencia ficción se le ha llamado «la literatura de las ideas». No es porque no existan ideas en toda la literatura, claro está, pero en este género tienen un papel central. Es decir, si en otras formas de creación predominan elementos como el manejo del lenguaje prosístico, la psicología de los personajes, la representación de la realidad social o la experimentación con la estructura narrativa; en la ciencia ficción las ideas se encuentran al centro.

Esto no significa que aquellos otros elementos queden necesariamente descuidados (no lo están en los mejores autores), aunque es cierto que en mucha de la ciencia ficción clásica sucede. Isaac Asimov es un ejemplo primordial, pues sus personajes suelen ser planos y la estructura de sus cuentos muy lineales. Sucede que la especulación, la exploración de conceptos variados, los experimentos mentales, la creación de mundos, las alegorías sobre la realidad presente y el afán de llevar premisas hasta sus últimas consecuencias, por lo general tienen un mayor peso que lo demás. Por lo tanto, la ciencia ficción es literatura que hace pensar, que desencadena reflexiones y cavilaciones que pueden ser el inicio de un viaje o incluso una revolución de la propia mente.

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Es cierto que toda la gran literatura (y todo el gran arte) puede hacer esto, pero en la ciencia ficción es precisamente su punto fuerte.

Mucho se discute sobre el origen de la ciencia ficción y cuál puede ostentar el título de LA primera obra del género, pero lo cierto es que, como todo, ha tenido una lenta evolución desde la mitología y las alegorías filosóficas. En lo personal, considero que no hay ciencia ficción sin ciencia, y que las primeras obras a las que podemos dar inequívocamente el nombre son aquellas que surgieron en el contexto de la revolución científica, es decir, el siglo XVII. La Nueva Atlántida de Francis Bacon y el Sueño Astronómico de Johannes Kepler, como muchísimas obras de ciencia ficción que les siguieron, tenían el propósito de presentar y explorar ideas científicas y filosóficas.

En esa capacidad para desencadenar el pensamiento reflexivo, creativo y analítico, es donde se nota con mayor fuerza la influencia de la ciencia ficción en la cultura. Dejemos de lado la capacidad predictiva del género: puede ser impresionante cuando un autor adivina qué nuevas tecnologías pueden surgir o cómo éstas impactarán la sociedad, pero vieran ustedes que no muy a menudo los escritores le atinan a lo que predicen, y en realidad poco importa si es así.

Obviamente, mucha de la tecnología de la que disfrutamos actualmente existió como mera especulación en la literatura durante mucho tiempo, desde la inteligencia artificial hasta los viajes espaciales. Pero más importante es que algunos conceptos útiles para comprender la realidad fueron introducidos al imaginario colectivo a través de la ciencia ficción, ya sean en el campo de la tecnología (como la palabra robot, introducida por Karel Capek en una novela de 1920) o en el del lenguaje político (como la neolengua o el doblepensar de George Orwell en 1984).

Pero importa sobre todo que vivimos en un mundo de ciencia ficción, en el que adelantos apenas imaginados por algunos visionarios (Arthur C. Clarke describió algo muy parecido a Internet) afectan profundamente nuestras vidas a nivel individual y colectivo.

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Vivimos en un mundo en el que se discute con toda seriedad cómo será posible colonizar Marte y en qué momento ocurrirá la Singularidad (es decir, cuando la inteligencia artificial adquiera conciencia de sí misma). La premisa primordial de toda obra de CF es ¿Qué pasaría si…? Desarrollar la capacidad de imaginar escenarios variables y sus consecuencias es vital en un mundo en el que el cambio es constante y lo imposible se va haciendo realidad. Esas posibilidades no son necesariamente tecnológicas, pueden ser sociales. Las utopías y distopías (formas básicas del género desde el Renacimiento) nos han mostrado los mundos con los que soñamos y las posibles realidades a las que tememos. Una de las maestras, Ursula K. Le Guin, imaginó cómo podría funcionar una sociedad anarquista a nivel planetario o una civilización sin géneros. La ciencia ficción brinda conceptos que estimulan la imaginación y alientan la osadía, poco importa si todos ellos pueden aplicarse al mundo real.

Lo trascendente es que nos mantienen pensando, soñando, imaginando. La ciencia ficción se ha alimentado de los conocimientos científicos disponibles en tiempos de cada autor, pero también han inspirado a muchos futuros científicos, pues no han sido pocos de ellos los que han crecido leyendo el género. Konstantin Tsiolkovski, el padre de los cohetes modernos, fue siempre un declarado fan de Julio Verne. Carl Sagan, el mayor divulgador del siglo XX, siempre mencionó el impacto que las novelas de John Carter de Marte tuvieron en su imaginación infantil, dirigiéndolo hacia el estudio de la astronomía.

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Los ejemplos de personas que encontraron inspiración en la CF son muchísimos, pero me gustaría reparar en un caso espectacular: Star Trek. Estrictamente hablando, aquí nos salimos del terreno de la literatura, pues se trata de una serie de televisión, si bien fue aclamada por los grandes del género, y en la que colaboraron algunos escritores consagrados. Muchos episodios eran prácticamente muy buenos cuentos de ciencia ficción.

Esta serie cuenta entre sus fans a científicos de la talla de Stephen Hawking, quien tuvo la oportunidad de aparecer en un episodio de The Next Generation. Leonard Nimoy, el famoso Sr. Spock, contaba que a veces científicos profesionales, seguidores de la serie se le acercaban para discutir con él cuestiones complejas, esperando que, como oficial científico del Enterprise, entendiera de estos temas. El actor, por supuesto, no sabía de qué hablaban, pero por amabilidad (y por los lulz) se ponía muy serio y les seguía el juego.

Pero la inspiración va más allá de las ciencias. Nichelle Nichols, quien interpretaba a la oficial de comunicaciones del Enterprise, Nyota Uhura, fue la primera mujer afroamericana en tener un papel principal en una serie de TV estadounidense. Además, fue la primera en protagonizar un beso interracial en televisión. Eso ya era de por sí inspirador, pero hubo más. La actriz y cantante quiso unirse al movimiento de Martin Luther King quien, resulta, era un gran admirador de Star Trek. King le dijo que no abandonara la serie, pues su papel era muy importante como símbolo para la lucha por los derechos civiles de las personas negras. Nichols siguió su consejo. Muchos años después, Mae Jemison se convirtió en la primera mujer afroamericana en viajar al espacio, y siempre citó a Uhura como su primera inspiración.

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Hay un botón de muestra más que quisiera presentarles. No hace mucho, el escritor británico Neil Gaiman viajó a China para asistir a la primera convención de ciencia ficción en la historia de este país. Durante muchos años la ciencia ficción había sido vista con malos ojos por el gobierno comunista chino como un género potencialmente subversivo, y Gaiman lo sabía, de modo que se acercó a un funcionario y le preguntó a qué se debía que el gobierno ahora se había decidido no sólo a permitir una convención, sino a organizarla.

El funcionario respondió que los chinos eran muy buenos para copiar la tecnología de otros países. La veían, la analizaban y podían producirla a mucho menor precio. Pero no eran buenos innovando. La creatividad original les fallaba mucho. Así que unos años antes habían enviado unos analistas a Silicon Valley y al indagar sobre qué leían los técnicos de las empresas de vanguardia; se toparon con que todos ellos habían sido lectores de ciencia ficción en la infancia. El gobierno chino ahora quería preparar generaciones capaces de innovar, y para ello empezaba a impulsar la lectura de ciencia ficción entre los niños y los jóvenes.

Doy una razón más para tomarse la ciencia ficción en serio. En 1959 el científico y novelista C.P. Snow advirtió que uno de los grandes problemas de la civilización occidental contemporánea es que la vida intelectual se encontraba dividida en dos culturas: la científica y la de las humanidades, muchas veces ininteligibles entre sí, que se miran con desdén o desconfianza. Pues bien, la ciencia ficción puede ser uno de los puntos de encuentro entre ambas culturas, ya que desde siempre ha sido el territorio de literatos apasionados por la ciencia, de científicos apasionados por la literatura y de los lectores apasionados por ambas. La ciencia ficción puede ser una herramienta para acercar estas dos tradiciones que han estado divergiendo en los últimos siglos.

Pero más allá de todas estas razones prácticas, quizá lo más importante de la ciencia ficción es que es asombrosa. Es una fuente inagotable de maravillas, de ensueños y fantasías. Es un tipo de literatura que hace soñar, viajar y disfrutar de la lectura. Sobre todo, las grandes obras de ciencia ficción son en sí mismas grandes obras de la literatura, punto. Valgan las anteriores reflexiones como introducción a este espacio, en el que conversaremos sobre ciencia ficción, los géneros fantásticos y la cultura pop en general.

¡Les doy la bienvenida!

Lee más del autor aquí: http://egosumqui.blogspot.mx/

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