La iglesia que ama a la comunidad LGBT está en Mérida

Por Yobaín Vázquez Bailón

Fotos de Katia Rejón

En mi vida como católico romano he asistido a misas, novenas y rosarios, y nunca vi a dos mujeres que se aman caminar en un recinto religioso tomadas de la mano. Pero ahora que estoy en una iglesia episcopal, el padre José Vieira llama a una pareja de mujeres para que se aproxime frente del altar. Son dos gringas —así les dicen sin que suene ofensivo— que llevan 25 años de estar juntas. El padre anuncia que están por irse a los Estados Unidos a un retiro espiritual y pide que oremos por ellas.

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El padre José indica que alcemos la mano derecha mientras él dice palabras para bendecirlas. Les desea que todo salga bien y no hay nadie allí que parezca contrariado o sorprendido. Estoy en una iglesia libre en la que dos mujeres lesbianas son recibidas y tratadas con respeto. La pareja nunca se soltó de las manos y sobre ellas les llovieron los amenes de cada uno de los feligreses.

Por increíble que parezca, existe la Iglesia Episcopal San Lucas, ubicada en el barrio de Santiago. Es una comunidad cristiana, católica, no-romana, que abraza a la población LGBTTTIQ+ y la integra en las celebraciones litúrgicas. ¿Pero cómo es posible que San Lucas tenga presencia en una ciudad que se caracteriza por ser conservadora? Su importancia ya puede vislumbrarse desde aquí, es un espacio único de verdadero reconocimiento de la dignidad de las personas.

Mujeres primero

No todas las iglesias anglicanas/episcopales en México son tan abiertas e inclusivas como la de San Lucas, me dice Patricia Venegas. Esto la hace única no sólo a nivel sureste, sino nacional: una rara avis de espiritualidad moderna. Patricia es una asidua asistente, miembro de la Junta parroquial, y, según mi percepción, una de las más inquietas y participativas dentro de la iglesia. Es una mujer generosa y noble, a veces me ayuda a cambiar de página del libro de oraciones (Libro de Oración Común) y en otras me orienta cuál es el protocolo de la celebración Eucarística. Después de eso, cuando ya todos se han ido, me explica que la Iglesia Episcopal es prácticamente lo que se conoce como Iglesia o Comunión Anglicana.

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La Comunión Anglicana es Iglesia hermana de la Iglesia Ortodoxa y de la propia Católica Romana, no es una secta ni el invento de alguna persona en particular. Hay algunas diferencias en los ritos, pero la mayoría de las creencias y aún de los dogmas son iguales. En las ceremonias católicas romanas hay gran solemnidad a la hora de arrodillarse y darse golpes de pecho diciendo tres veces “por mi culpa”. Estos elementos no forman parte de la misa episcopal, todo allí es celebración y alegría. No hay sentimientos de culpabilidad ni ánimos de infringirse dolor en las rodillas. En el folleto de presentación de San Lucas mencionan:

“La Iglesia Episcopal San Lucas de Mérida se inspira más en la Iglesia Episcopal de los Estados Unidos, pues es una iglesia totalmente incluyente donde cada persona puede pertenecer y celebrar su vida y su fe, sin ningún tipo de rechazo o discriminación”.

Tan es así que una de sus posturas es ordenar mujeres para el sacerdocio. En el servicio religioso al que acudí, la señora Layda, también miembro de la Junta parroquial, fungía como ministro eucarístico laico. Ella se encargaba de algunas tareas dentro de la misa, una de ellas era dar el vino de la comunión. En Mérida todavía no hay mujeres presbíteras porque aún es muy reciente la institucionalización de San Lucas, pero no dudo que pronto exista una.

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Ministro de la diversidad

El padre José Vieira Arruda es el sacerdote de San Lucas. Su historia tiene algo de apóstol rebelde y perseguido. Fue sacerdote católico romano por 27 años y estuvo en la iglesia de Monjas por tres años, como asistente del párroco. En una de las celebraciones en inglés, invitó a una amiga presbítera, que acababa de llegar de los Estados Unidos, a que leyera el evangelio y distribuyera la comunión. Para él era un acto de hospitalidad ecuménica. No para el párroco de Monjas y ni tampoco para el obispo de Yucatán. Esto le valió que lo expulsaran de Monjas. Tiempo después renovó sus votos sacerdotales en la Iglesia Anglicana y, junto con católicos episcopales, aquí radicados, fundó San Lucas, primero en una casa particular y luego en el lugar donde ahora se encuentran.

El padre José tiene un acento como el de los pastores de Pare de Sufrir, esto es porque nació en Portugal; fuera de eso, no tiene nada que ver con los de esa religión. A la misa que acudí pude escucharlo dar un sermón que bordeaba en las fronteras de lo religioso y lo político; un sermón que hablaba de amor, pero sin la melcocha con que todos lo hacen. Cuestionó a los que dicen amar cristianamente, pero que curiosamente discriminan por etnia, posición económica y color de piel.

En el punto medular fustigó a los que se dicen cristianos, pero apartan a la comunidad LGBTTTIQ+. Luego mencionó aquella lamentable votación secreta para negar el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo en el congreso de Yucatán, y lo más lamentable, las rezadoras que se plantaron en el congreso. El apoyo a la diversidad sexual es radical en San Lucas. El padre José pudo haber mesurado su sermón o no decir nada al respecto. Pero al ponerlo como punto central de su prédica, mostró la importancia y el respaldo que tiene por todas las personas.

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Uno de los principios que rigen su comunidad religiosa es que la sexualidad es un don de Dios que debe ser vivida con libertad. Lo deja claro en el folleto de presentación: “En nuestra Iglesia TODO amor es celebrado. Celebramos matrimonios de personas del miso sexo. Apoyamos el matrimonio igualitario”. No se puede ser más contundente. Las parejas gay que quieran casarse religiosamente, a falta de leyes civiles que protejan el matrimonio igualitario, ya tienen una opción.

El propio padre José tiene esposo, ya que en la Iglesia Episcopal no se exige el celibato. Su compromiso lo ha llevado a asistir por tres años consecutivos a la Marcha del Orgullo, junto con miembros de la iglesia San Lucas, y recientemente participó en el Día Mundial Contra la Homofobia en una mesa sobre Diversidad Sexual. No hay muchos sacerdotes como él en el mundo y da esperanza de que se está dando un cambio en el mapa religioso.

Grey

Los feligreses son la parte esencial de San Lucas. Se puede decir que la población mayoritaria es la gente adulta, de entre cincuenta y sesenta años, pero también acuden parejas con niños, como el caso de Pablo, Douglas y su hijo Moncho. También asisten jubilados estadounidenses radicados en Mérida. Por esto, San Lucas ofrece dos servicios religiosos, una para la población anglófona y otra para los mexicanos. Sin embargo, se ve comúnmente a gringos en misas en español y mexicanos en misas en inglés.

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La comunidad Episcopal todavía es pequeña y por eso todo se siente íntimo. La gente se saluda con mucha franqueza y en la oración del Padre Nuestro todos se toman de las manos y crean un círculo.Cuando en la misa llega el momento de dar la paz no solo se dan la mano, se abrazan y recorren toda la iglesia para que nadie quede sin darse el saludo fraternal. Estos pequeños detalles refuerzan la integración de la grey, no son una masa anónima como en las misas católicas romanas masivas.  El beso, el abrazo, el apretón de manos no fungen como mero símbolo, demuestran verdadero afecto grupal.

Los feligreses parecen una familia extendida hasta en el modelo de organización. Todos están comprometidos a servir en la iglesia como mejor pueden: arreglar el salón, limpiar, llevar galletas y refrescos, etc. Tienen la responsabilidad de ser una iglesia autónoma y sostenible. Como parte de la labor de los laicos tienen dos proyectos fuera de la iglesia. Patricia Venegas brinda asistencia en la prisión de mujeres, de acuerdo con un informe de San Lucas, ella “proporciona servicios educativos, apoyo social y productos de cuidado personal”. Otro proyecto que abarca a más integrantes de San Lucas es la creación de la Casa del Buen Pastor, dentro de la colonia La Guadalupana. Pude ver en fotografías una casa modesta hecha de madera, en ese lugar pretenden afianzarse con los lugareños a quienes visitan dos veces cada mes para brindarles apoyo espiritual y hacer convivencias.

Además del apoyo incondicional por la población LGBTTTIQ+, muestran interés por aquellos marginados y perseguidos. Tienen un pequeño altar donde colocan fotos de Matthew Shepard, adolescente muerto por crimen de odio y Harvey Milk, famoso activista y político gay también asesinado; lo mismo que la foto de una víctima de feminicidio y de Javier Valdés, periodista asesinado. También tienen un cartel de Ayotzinapa, cosa que no he visto en ninguna otra iglesia. La sencillez de este altar lo hace bello y poderoso por su carácter reivindicativo.

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La diversidad bien vale una misa

San Lucas demuestra que no toda religión es abusiva, discriminadora y retrógrada. El amor que se desprende —no sólo de sus bases teológicas— por el prójimo, es algo que se puede percibir incluso por el más reacio ateo. Esta es la iglesia que propone una nueva forma de pensarse y actuar como cristianos. Ya lo dice el padre José:

“Debe estar muy claro para todas y todos, aquí en San Lucas, que la justicia es más importante que la pureza, que la compasión más importante que la ley, y que la novedad del Espíritu más importante que la seguridad de las tradiciones”.

Una iglesia que tiene esto como fundamento merece todos los feligreses del mundo.

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