Ilustración del ecosistema mediático

Por María de Lourdes Pérez

Ilustración: Luis Cruces Gómez

Siempre he sido una optimista y entusiasta de la tecnología, sobre todo con aquella estrechamente vinculada al Internet y al Software. También me considero una defensora de los New Media (Nuevos Medios). Creo, a título personal, que continuar insistiendo en exponer los efectos “positivos” o “negativos” de las nuevas tecnologías de la comunicación, es una discusión ya agotada y poco fructífera.

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Considero que la perspectiva tecnológica suele ser relegada a un aspecto técnico, al de utensilio, al de prótesis; aunque también se le suele tratar como un hecho aislado en tiempo y espacio, totalmente ajeno a las formas de ser y estar en el mundo. Por otra parte, la tecnología por sí misma no suele ser la respuesta a todo, pero sí creo que al comprenderla somos conscientes de los usos que le damos y cómo construimos nuestras relaciones con toda forma de existencia.

Hace un par de años, impartía una serie de pláticas en las que exponía cómo los Social Media habían cambiado al mundo. Hasta que me topé con el trabajo del antropólogo Daniel Miller (2016), donde justamente plantea lo contrario: Es el mundo quien ha cambiado a los Social Media. ¿Por qué?

Para Miller, los Social Media como tecnología, por sí mismos no definen las formas de comunicación y socialización, más bien son el espacio donde se visibilizan las redes y las formas en las que los individuos se relacionan al colonizar las esferas privadas y públicas. En ese sentido no podemos asegurar que existe una manera universal para relacionarnos en estas plataformas, sino que estas maneras son cambiantes y dinámicas, sujetas a los contextos particulares de cada región del mundo.

Sin embargo, constantemente se sugiere que los Social Media, son una especie de pandemia que está deshumanizando a nuestras sociedades modernas. ¿Realmente la tecnología es el problema y la causa?

En recientes años, a través de plataformas como Facebook y Twitter, es común toparse con ejércitos de usuarios manifestando sus posturas sobre cualquier tema: Desde algo tan banal como si una actriz de origen indígena debiera o no estar nominada a premios internacionales, porque no hay mérito en la representación de una muchacha del servicio; hasta si un joven con estudios inconclusos a nivel licenciatura, puede o no aspirar a un puesto directivo en una institución pública dedicada a la investigación.

En todos estos casos, y en muchos otros, sin importar que sean internacionales, nacionales o locales, el esquema es el mismo: todos tienen una opinión, muchas veces expresada con algún nivel de violencia, estas opiniones se convierten juicios motivados por esquemas de racismo y clasismo. ¿Cómo se explica? ¿Está justificado? ¿Es una consecuencia perversa de los social media?

Me parece que hay algunas ideas que pueden ayudarnos a comprender lo tecnológico desde otra perspectiva que no sea su aspecto utilitarista y funcional:

Una conversación abierta:

La web y los New Media se caracterizan por ser hipertextuales: es decir, se rompe la linealidad (consecutivo y consecuente) tradicional, esa que la escritura fijó con el libro (desde la Edad Media) y aún conservó como ciertas en los relatos audiovisuales. También rompe los límites entre autor y lector, uno al leer o navegar reescribe sin tener que ceñirse a la ruta propuesta por el autor.

El feed o time line de nuestras cuentas o perfiles en Facebook y Twitter es una conversación que no iniciamos y nunca concluye, en la que entramos a ratos y en la que interviene mucha gente. Así que la información en ese “hilo” infinito se mueve por distintos temas, tiempos, dimensiones; nunca es el mismo, facilitando lecturas contextualizadas.

Consumos fragmentados:

Pensar los medios, no desde su evolución técnica, sino en los términos de la metáfora ecológica, permite verlos como especies y como ambientes. Es decir que todo nuevo medio no ocasiona la desaparición de los anteriores sino permite esquemas de convergencia (mutación) y divergencia, garantizando el equilibrio del ecosistema. También plantea que los medios poseen un ratio de acción o influencia que moldean los patrones de percepción.

Entonces llegamos a un ecosistema mediático en el que conviven viejos medios con nuevos medios, nos encontramos en medio de una enorme oferta de tecnologías, medios, y lenguajes para informarnos, entretenernos y socializar: nuestra atención está fragmentada y nuestra lectura-consumo también. Seguir una historia o un hecho implica ir saltando entre pequeños fragmentos que vamos acumulando para darnos una idea sobre algo. El contexto se construye poco a poco a través de múltiples medios, lenguajes y fragmentos de contenido.

La tecnología y sus discursos:

El origen de las tecnologías está en las ideologías o pensamientos de sus creadores. Toda tecnología es portadora de un discurso que responde a intereses particulares. Sin embargo, estos discursos también son dinámicos, cambian, se actualizan según el momento histórico, económico o político.

Inocentemente nos inscribimos a estas plataformas sin tomar el tiempo de preguntarnos: ¿Quién lo creó? ¿Dónde lo creo? ¿Dónde opera? ¿Bajo qué esquemas legales se ha constituido? ¿Cuál es el discurso de Facebook? ¿Cuál es el discurso de Twitter? ¿Cuál es el discurso de todo social media en el que habitamos?

La ilusión de lo global:

Sí, Facebook y Twitter son plataformas globales porque se hallan en distintas partes del mundo, pero ¿realmente accedemos a esa idea?, ¿qué tan global es nuestro feed, los contenidos que compartimos y los contactos que poseemos.

Al crear un perfil en cualquiera de estas plataformas, inmediatamente debemos configurar el idioma y el país en el que residimos. Ahí parcelamos, ahí la plataforma regionaliza, nos ubica en local.

El panóptico ideal:

Los social media son espacios normados. Hay otro tipo de normas que obedecen a las normas sociales y culturales de quienes habitan estos espacios. Y como todo espacio normado, al no cumplir con las reglas establecidas hay castigos, los que impone la plataforma: los bloqueos y restricciones para publicar contenido.

Los social media resultan el panóptico perfecto, todos incluyen datos personales como intereses, orientación política, situación sentimental, laboral; promoviendo vigilemos constantemente a cada usuario, contacto o amigo, exponiendo, denunciando y castigando a quien no cumpla con la “norma”.

Lo privado y lo público:

Los límites entre lo privado y lo público están claros. Las diferencias se superponen y cambian constantemente. Tenemos esta idea de que podemos controlar lo que se ve de forma pública, podemos poner candados, pero toda nuestra información está en esta constante tensión entre lo que es público y no.

Velocidad y Guerra:

La tecnología y su constante actualización, aunado al interés por mantener el control de los flujos e información, han acelerado las cosas. Es decir, tal y como Virilio lo propone con su concepto de dromología, la velocidad es el concepto y la medida para explicar las relaciones de poder político: Ante una posible amenaza hay que poder responder rápido. Entre las consecuencias de la velocidad está que no controlamos sus ritmos, somos meros espectadores, pero también estimulan un esquema de guerra, de conflicto.

Los social media y la velocidad con la que constantemente están publicando información y publicidad, generan un ambiente de guerra comercial, y uno de guerra contra el que piensa distinto. El más fuerte es el más rápido en reaccionar, en responder, en compartir. Los accidentes son brutales, nos vamos estampando unos con otros de manera violenta.

De acuerdo con la Asociación Mexicana de Internet, en su último estudio sobre los hábitos y consumos del internauta, hasta el 2017 somos 79 millones de internautas en un país de 123,675,325 habitantes. Estamos conectados alrededor de 8 horas y 12 minutos todos los días. El principal dispositivo de conexión es el Smartphone seguido de la Laptop. El principal uso que le damos al internet está en acceder a Social Media, enviar/recibir mails, enviar/recibir mensajes instantáneos y búsqueda de información. El 98% de los internautas posee una cuenta en Facebook, siendo esta la principal plataforma en nuestro país, en segundo puesto está el Whatsapp (91%) que curiosamente es propiedad de Facebook.

Estos datos estadísticos sólo nos dicen que el 67% de la población de nuestro país tiene acceso, que la gente que se conecta en su mayoría es para acceder a Social Media, siendo Facebook la principal plataforma. Pero lo que estos datos no nos dicen es el uso particular que le damos. Estoy de acuerdo con Daniel Miller, los social media no cambian al mundo, es justo lo contrario. No hay un uso universal, hay usos particulares que no son estáticos sino dinámicos, contextuales. La gente en Estados Unidos hace un uso particular de estas plataformas, las relaciones entre los individuos y cómo estos negocian sus esferas privadas y públicas, también cambia. ¿Qué dice de nosotros el uso y las formas en las que socializamos?

Posiblemente que descontextualizamos, que ya no sabemos reconocer entre información pública y privada, que tenemos un espacio para compartir libremente lo que pensamos, que vigilamos a los otros y estamos pendiente de todo lo que hacen y dicen, que las identidades que construimos en estas plataformas son múltiples, que nos ahorran la incomodidad de relacionarnos fuera de línea arropados por esta falsa “anonimidad”, que estamos en competencia, en guerra unos con otros, que hay que ser veloz, reaccionar rápido.

También nos evidencia de una forma vil, porque solos reafirmamos que México es un país de contrastes y de racismo, que a lo mejor y es cierto lo que dicen de los Yucatecos, que somos clasistas y que también algo racistas con la gente de fuera. La tecnología, los social media no son los responsables de tanto discurso de odio, lo único que delata nuestro uso de Facebook y Twitter es eso de lo que huimos, de nuestros prejuicios y nuestros sesgos.

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