Hugo Borges y su intercambio cultural Argentina-México

A Hugo Borges no lo podemos catalogar con ninguna etiqueta social porque perdería la autenticidad que le caracteriza.

Lleva dos menciones honoríficas a nivel nacional de Conaculta en el currículum, una serie itinerante en Yucatán, trabajó con el fotógrafo argentino Alejandro Chaskielberg en su producción fotográfica a gran formato The High Tide y con Rafael Delceggio en las revistas 90+10 y Fiancee, también en el Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires y ha tenido varias exposiciones tanto aquí como en Argentina; pero parece como si hablaras con un amigo.

La primera vez que lo vi, traía un chaleco caqui y me estaba apuntando con el dedo con una sonrisa pícara. Iba apresurado y nos pidió acompañarlo al periódico Milenio, donde trabaja en el área de diseño gráfico.

Sin duda, Argentina es precisamente un lugar que le ha influenciado muchísimo. Lo pienso aún más cuando veo su serie “De Tango y Piel” en su estudio y llega con dos vasos de cerveza a la mesa.

Pone de fondo un tango y el ambiente se vuelve otra cosa.

Al terminar la carrera de Publicidad en el Centro Universitario Interamericano, se va a Argentina a estudiar fotografía. “No conocía a nadie, suena muy loco, pero así fue, compré una mochila, la llené, averigüé de una escuela ahí y me fui”, dice riendo. Su primera exposición fue en Buenos Aires “Raíces del Mayab”, en Palermo, con fotos que tomó en Mérida.

Cuenta la gran experiencia de poder ser canal de un intercambio cultural entre las dos ciudades. “Fue una cosa muy curiosa. Fueron imágenes antropológicas que hice antes de irme, sobre el día de muertos maya, ahí la muerte mexicana llama mucho la atención. Luego llegué aquí y expuse fotografías que tomé en Argentina, la serie “De tango y piel”. Al preguntarle sobre experiencias en las que haya experimentado esa adrenalina de la que tanto está enamorado, bebe un trago de cerveza y nos contextualiza:

“Durante la dictadura militar de Argentina en los setentas, desaparecieron 30 mil estudiantes, una generación entera, los militares los aventaban desde helicópteros todavía vivos, o los enterraban. Una vez, me tocó cubrir una marcha de las madres de estos jóvenes, te entra un golpe emocional muy fuerte”.

“También, continúa animado, en Buenos Aires me tocó balas de goma y gases lacrimógenos en una revuelta de manifestantes. Primero hice 5 o 6 tomas horribles pero después te adecúas al espacio, parece como si no estuvieras ahí. Ves cosas muy feas, como padres desvanecerse por recordar a sus hijos (300 jóvenes calcinados en el Barrio de Once), verlos en shock es muy emotivo. Pero tienes que estar en la cámara, al principio no lo registras, se logra con la práctica, tienes que deslindar tu mente aunque una vez que estés eligiendo imágenes te entre el lado humano. Y con ello vienen las pesadillas, la tristeza por lo que has visto, cosas por el estilo”.

Hugo es una de esas almas rebeldes que opina que una vez que te has mezclado en ese ambiente no vuelves a ser el mismo. Puede cubrir guerra y conflictos, le encanta la adrenalina y acepta con gusto el sacrificio de sufrir violencia a cambio de hacer lo que ama. Sin embargo, el narcotráfico es algo en lo que tiene descartado trabajar “No hay trincheras, no hay lugar dónde esconderse, no sabes quién es quién y no puedes confiar en nadie”.

Actualmente trabaja en Milenio pero como diseñador gráfico, “no lo mezclo con la fotografía”, dice. Tiene un estudio en su casa y últimamente ha trabajado con mujeres con vestimentas no tradicionales, como una amiga americana con la que hizo una sesión poco convencional: “se vistió con medias de red y una máscara del tío Sam, fueron fotos irreverentes, mostrando a una mujer guerrera, abierta a su sexualidad y sensualidad”.

Además, trabaja para ICHKAN, una agencia en la que conoce a otros fotógrafos “del submundo” como él le llama.

Como proyecto personal, tiene un documental trabajándose desde hace un año, se llama Vestigios de una Conquista que va desde el ritual del día de muertos hasta el domingo de ramos. Quiere darle un valor sincrético a la cultura maya en contraposición del misticismo con el que se ha ido promocionando a nuestra cultura. “No quiero que sea de esos típicos documentales en los que vas a los sitios y tomas muchas fotos, quiero que esté bien trabajado, le calculo unos dos o tres años más”. Este proyecto sería llevado a otros países para dar a conocer un lado más profundo de la cultura.

Hablando de las desventajas de esta profesión, sin pensarlo mucho contestó: “La inmediatez, Instagram hace que no sea necesario ser un periodista. Sólo alguien que esté en el momento justo y tenga con qué captarlo. Ahora es más difícil ser fotógrafo, compites con jóvenes que cobran muy poco. Aunque la calidad no sea la misma, la gente lo prefiere”.

Al preguntarle cómo es la relación entre los colegas, soltó:

“Ay, necesitó gasolina porque tiraste la bomba ¿quieres más leche? ¿no tomas, de veras?”.

Y se levantó por otro vaso. Nos mostró fotografías de su colección de Cuartoscuro y platicamos un poco sobre un amigo suyo que está en Siria, precisamente en este número, hay fotografías de él y otro mexicano.

Para mí que estás evadiendo la pregunta, le dije. Sonrió y me contesto: “Cada fotógrafo tiene su personalidad, la mayoría tienen personalidades fuertes como yo, con demonios internos y algunos otros no controlan el divo que llevan dentro. Yo con los divos no soy buena gente. Con los amigos, hay retroalimentación, sin ningún problema puedo compartir cómo conseguí una foto. Está chido intercambiar ideas”.

La última pregunta fue algo trillada pero necesaria: ¿Qué es para ti la fotografía? Y pronunciando cuidadosamente cada sílaba me contestó que era tener contacto con un mundo surreal a través de la cámara. “Yo le debo mucho a la fotografía”.

Nos levantamos a seguir platicando sobre otras cosas,desmontamos su estudio y nos despedimos muy contentas de haber conocido a un fotoperiodista con experiencia y a una gran persona con la que sin duda, queremos seguir en contacto.

Por Katia Rejón

Fotografía Olivia Novelo

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