De generación en generación

Por Yobaín Vázquez Bailón

Ilustración de Francisco Pasarón @frank_pasaron

Toda generación ha sido estúpida. ¿Alguien va a negar que las juventudes fascistas de los años 40 no eran muy listas? ¿Acaso los jipis de los 60 y 70 eran la viva imagen de la cordura? ¿Y la generación X? Ellos ni siquiera son memorables. Que alguien diga, entonces, que los Millennials somos algo menos que inteligentes, algo más que narcisistas y en el punto justo de lo apolítico, no es algo novedoso.

Sin título

Lo que ahora nos hace ver más estúpidos es Internet. Nunca como ahora se podía exponer tan voluntariamente la falta de sentido común. Pero eso no exime a las otras generaciones, en su tiempo también demostraron de lo que estaban hechas: estúpidamente se dejaron masacrar en una guerra mundial, estúpidamente se hicieron ideas redentoras de amor y paz, estúpidamente dejaron su destino en manos del nihilismo y estúpidamente hacemos selfies con cara de perrito. No se hagan, en esta nave de idiotas todos vamos embarcados.

¿A poco creen que la humanidad era perfecta y de algunas décadas para acá se echó a perder? Si les cae gordo que un joven piense que lo merece todo, ¿para qué lo dejaron ver películas de Disney? Y si a los jóvenes nos gusta lo efímero es porque nuestros padres creyeron ciegamente en las ideas del neoliberalismo: mucho primer mundo, mucho fast food, mucho centro comercial… Si somos individualistas es porque nuestros padres se dejaron mangonear para hacerle el feo a lo colectivo y a los sindicatos.

Seguramente alguien dirá que es típico de nuestra generación justificarse y echar culpas antes que hacerse responsable. Pero no, tanto peca el que mata la vaca… Los mismos que ahora critican y se mofan del Millennial, son los que nos enseñaron a idolatrar la vanidad, a los Estados Unidos de América y la estupidez. ¿Por qué entonces ahora se rasgan las vestiduras? A lo mejor por miedo. Yo mismo tengo pavor de hasta dónde vamos a llegar como generación, pero no porque piense que en nuestras manos se va a ir todo al carajo, sino porque sería un paso más que demos como especie humana, y al parecer, nos están cargando con todo ese destino.

Y no es queja, pero habría que preguntarles a las generaciones pasadas, ¿nosotros les recriminamos que hayan dejado esta porquería de mundo? Tenemos toda la razón de echarles en cara el cambio climático que nos legaron. ¿Y por qué no voltean a ver las hambrunas y guerras que dejaron cuando eran generaciones de idealistas y, asegún, comprometidos políticamente? ¿Y quiénes fueron los que vaciaron de todo significado al marxismo, catolicismo, feminismo, anarcosindicalismo, mesianismo, incluso al nacionalismo y el mexicanismo? Es entendible que el Millennial esté desconcertado, pero no por falta de inteligencia, sino porque tal como en las entrevistas de trabajo, piden que tengamos casi 70 años de experiencia (los mismos que tienen las famosas etiquetas generacionales), para poner en orden todos los desmanes que dejaron a su paso.

Para colmo, la generación Millennial es de transición: tenemos un pie en lo analógico y otro en lo digital. Parecemos no pertenecer a nada y eso provoca desconfianza. Pero esto tiene que ver más con los sueños rotos de nuestros antecesores. Las generaciones pasadas vislumbraban un futuro altamente tecnológico, pero siempre ajustado a las convenciones sociales de su tiempo, una especie de paraíso dibujado en los folletos de los Testigos de Jehová en el que reina la armonía. Para sorpresa de muchos, ese futuro altamente tecnológico es todo menos ajustado a lo establecido: vino a cambiar la manera de relacionarnos, de interactuar y de pensarnos.

Nuestros padres podían esclavizarse en el trabajo para comprar una computadora y apenas la tenían, nos acercaban para meternos de lleno a las promesas del desarrollo. Ahora claman por sacarnos de allí porque el mundo virtual es desmesurado. ¿Y no es el mundo real semejante en desmesura? Si en un callejón violan impunemente, en un blog pueden exponer dick pics para escarnio público. Si en las escuelas hay bulling, en las redes sociales trolls. ¿Y qué es un youtuber comparado con un conductor de Hoy o Ventaneando? Internet es horrendo porque la vida es horrenda.

Quizá el futuro de la humanidad no sea explorar otros sistemas planetarios, sino enfrascarnos en lo digital. El Millennial es un colonizador del ciberespacio, defectuoso por haber convivido entre aquellos que no comprendían la importancia sociopolítica de un meme o la revolución cultural de un hashtag. En fin, no importa cuántas reglas de etiqueta se impongan para que un Millennial no preste atención al celular en las comidas familiares, la lógica indica que después de nosotros habrá una generación que ya no sepa ni siquiera qué es comida y qué es familiar.

O quién sabe. Los Millennial apenas hemos asomado la cabeza y ya nos dieron de martillazos. Las otras generaciones son las que se han llenado la boca diciendo quiénes somos y qué no somos, como si todos estuviéramos cortados con la misma tijera. De ser cierto que todos compartimos temores y narcisismo, manías y excentricidades, la sociedad ya habría colapsado.

Yo veo una escenario más bien irregular, y como Ginsberg puedo decir que vi las mejores mentes de mi generación destruidas por trabajar en OXXOs y Coppels, sin que quieran ser sus propios jefes ni causar un impacto social en la selva lacandona. Creo que hay un abismo entre un Millennial mediático, chick, instagramer, fit y un Millennial nacido en la sierra tarahumara, o uno que hace posgrado en La Sorbona, y otro que persigue con empeño un crédito en Infonavit.

Es una trampa darle mayor importancia al que usa Snapchat o que se unió a las filas Prienials y no al que vive desempleado o el que hace labor social en un albergue de migrantes. Millennial es, a fin de cuentas, un concepto que alguien nos vendió, le creímos y paradójicamente, viralizamos. Es una categoría imprecisa de mayor utilidad al que no es de esta generación: les devuelve la seguridad de comprender un mundo que cambia y del que, poco a poco, van perdiendo sus riendas.

Los Millennials sabemos que no somos perfectos, pero tampoco esa grosera caricatura con que nos pintan. Tampoco nos afecta. Incluso no tenemos empacho en declarar cínicamente que nosotros, los peores del mundo, un día nos daremos cuenta que allá afuera la vida es hostil, creceremos y nos amargaremos, estaremos listos para recibir a una nueva camada de jóvenes inquietos, inexpertos e ilusos, y les llamaremos estúpidos por nacer, estúpidos por ser la consecuencia de nosotros, estúpidos porque sí, porque están chavos. Haremos notorio aquello que se niegan a aceptar los que ahora nos ningunean y lo que Gustavo Sainz llevó a la exageración tipográfica en su novela Obscuros días circulares: “De generación en generación las generaciones se degeneran con mayor degeneración…”.

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