De cómo Simone de Beauvoir me aplastó el corazón

Por Katia Rejón

Tomé el libro La mujer rota de Simone de Beauvoir de un estante de la biblioteca, sin expectativas. El amor de Sartre a quien conocía desde hace un año, su propia fama como la mujer más influyente del feminismo y algunos textos que había hojeado eran suficientes referencias para aventurarme a leer algo más de ella.

La primera parte del libro se llama La edad de la discreción, y es una muestra más del interés de la escritora por el tema de la vejez. En él, la protagonista tiene algunas complicaciones con la ideología de su hijo adulto que vive una vida que ella nunca le deseó por ser contraria a la suya, pero sobre todo el alejamiento de un matrimonio longevo. Alfred, su esposo, comienza a quejarse de su edad, ya no es el mismo y ella cree que es por falta de amor. Por vacaciones él se va y ella se encara con la soledad, casi todo el texto es monólogo interior, como un diario. En realidad, así es todo el libro: una cabeza hablando.

«La vida entre dos exige que uno decida ¿a qué hora las comidas?, ¿qué te gustaría comer? Se formulan proyectos. En la soledad, los actos se realizan sin premeditación, uno descansa. Me levantaba tarde, me quedaba acurrucada en la tibieza de las sábanas, procurando atrapar al vuelo jirones de mis sueños. Leía el correo bebiendo mi té, y canturreaba: ‘me lo paso…me lo paso…me lo paso muy bien sin ti'», escribe.

La verdad es que esta primera parte es sólo una caricia antes de los dos azotes al alma que vienen después. Lo curioso de aquí es que los personajes que aparecen en el primer apartado, es decir, en La edad de la discreción, se conservan en el segundo texto, Monólogo, pero de un modo insufrible. Todos, absolutamente todos son traidores en esta parte: la mejor amiga, la madre, el esposo, parecen otras personas con los mismos nombres (quizá es así). Simone escribe esta parte sin comas, para leer un párrafo hay que tomar aire, contener las lágrimas y dejar salir todo después de un punto. Imágenes tras imágenes cada vez más lamentables, dolorosos pasajes de una vida y una voz rencorosa que se infiltra en las letras sin pausa. Creo que es mi favorito porque es un popurrí de golpes que marean e hipnotizan.

La última y la más esperada, la que me dejó deprimida, es La mujer rota. Creo que no hay mejor título para representar la desolación de una persona. Monique es uno de los personajes más increíbles que he podido imaginar. No sé, en realidad a qué se debe mi identificación con el personaje, incluso no sé si llamarlo i-den-ti-fi-ca-ción, se parece más a la compasión extrema cuando lloras porque el llanto de la otra persona es tan intenso que te contagia como si fuera un bostezo. Es desgarradora la empatía que implora la protagonista.

Pero parece que exagero y ni siquiera he dicho de qué va. Bueno, la historia es muy simple, y como dice un maestro: es sólo la envoltura del texto. Se trata de un hombre que le es infiel a su mujer y ella lo sabe y lo acepta creyendo que es sólo una aventura, pero al final se da cuenta (se dan cuenta todos) que es más que eso, el hombre se va alejando cada vez más de lo que alguna vez fueron, ella se va aferrando a su vez al pasado, pero ninguno de los dos quiere renunciar por completo.

Está escrito a manera de diario, con fechas y descripciones a los ojos de Monique, la esposa, sin embargo, todo lo que escribe es como ella lo ve, sin ser necesariamente como es o como sucedieron los acontecimientos, cosa que se va dando a entender conforme avanza la historia. La mujer con quien sale su esposo se llama Nöelle y nunca hay un trato directo con ella, sólo menudas descripciones: «Encarna todo lo que nos disgusta: la avidez por llegar, el snobismo, el gusto por el dinero, la pasión de aparentar. No tiene ninguna idea personal, carece radicalmente de sensibilidad: sigue la moda. Hay tanto impudor en sus coqueterías que hasta me pregunto si no es frígida».

Lo más triste es el autoengaño de cada página y cuando ella misma se da cuenta de que ha estado equivocada, es como poner otro pie en el fuego y terminar de incinerarse. Él la rechaza y ella escribe: «Desaparecí bajo las frazadas. Se acostó. Apagó la luz. Me parecía estar en el fondo de una tumba, la sangre petrificada en mis venas, incapaz de moverme o de llorar. No hemos hecho el amor desde Mougins; y con todo, si eso se llama hacer el amor…Me dormí hacia las cuatro de la madrugada. Cuando me desperté, él volvía a la habitación, completamente vestido, eran cerca de las nueve. Le pregunté de dónde venía».

Cuando terminé el libro todo me pareció pasajero. Al menos eso creo después de haber aterrizado en estas tres vidas que no se alejan de las vidas de quienes tengo alrededor. Al final creo que las historias que tenemos hoy con todo el mundo, con nosotros mismos, no serán las mismas mañana ni dentro de diez años; pero siempre puedo volver a abrir el libro y leer los tres textos, entonces los mismos que me parecieron sujetos de cambios y contingencias, me parecerán intactos, y volveré a creer en la continuidad de la belleza.

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