Crónica de un poser en el estreno de Avengers: Endgame

Por Ricardo Guerra de la Peña

Busqué en Facebook hasta que encontré en el grupo “Mercado libre Yucatán” una publicación anunciando la venta de dos boletos por $500. Tenía decenas de me divierte y entre los comentarios: La gema del hambre en su máximo poder. Es un ratero, a $40 le vendieron cada entrada. El norteño que vendía los boletos se defendía comentando en su publicación: Ley de la oferta y demanda papá!! Y cuando hay ley seca pagan por las caguamas? A lo que alguien contestó: Si hay un urgido que te lo compra a ese precio que suerte tienes y que poca materia gris del comprador. Le escribí un inbox al vendedor, acordamos vernos en una hora en un Oxxo y me escribió que llevaría un chaleco naranja para que lo identificara.

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Meses antes ya había escuchado hablar acerca del estreno de Avengers: Endgame, que finaliza la historia desarrollada en 22 películas de Marvel. Los boletos se vendieron en tiempo récord. En la radio escuché que en la reventa los precios alcanzaban los $3500. El evento prometía tanto que intuí que quizá valdría la pena ir para escribir una crónica. Llevaba varios días sintiéndome inútil porque no había podido abordar una novela que estaba tratando de escribir y solo dos personas se habían inscrito al taller que impartiría en un mes. Quizá solo buscaba inventarme algo para evadir mi realidad.

Le marqué a Caro, mi novia, para pedirle que me acompañara. Ella es una fanática, o al menos a mi parecer, aunque no lo acepte abiertamente. Habían algunos inconvenientes que no la convencían: Los asientos no estarían numerados por lo que tendríamos que formarnos horas antes para no terminar sentados hasta en frente y que los fanáticos se la pasarían gritando y aplaudiendo durante toda la función.

—Además estás haciendo algo malo —me dijo decepcionada.

—¿Comprar en reventa?

—No, quitarle su lugar a un fan.

En el Oxxo identifiqué rápidamente al norteño de chaleco naranja sentado en una mesa bebiendo una Peñafiel. Esperaba que fuera una transacción rápida. Debía creerme un estúpido por ni siquiera regatearle o, pero aún, un fanático. Lo saludé y me invitó a sentarme.

—Qué hubo, mi Richard. Trabajo acá a ladito, soy ingeniero de la obra.

—Ah, qué bien. ¿Es de acá? —le pregunté después de advertir su acento.

—No, yo vengo de Tamaulipas, pero ya llevo tres años viviendo en Mérida.

Yo igual hago eso. Cuando siento que los yucatecos descubren mi acento foráneo, me justifico diciendo que llevo 11 años viviendo en Mérida, como si eso me hiciera menos desagradable. Pensé confesarle que yo también venía de fuera, pero decidí hacerme pasar por yucateco para intimidarlo.

Me platicó con cifras exactas lo que estaba ganando por la obra, y que hace poco había pagado unos boletos carísimos para ver a Luis Miguel. No sabía si era mi paranoia, pero intuí que trataba de impresionarme para que no pensara que era un jodido como lo acusaban en su publicación de Facebook. Lamenté no haber tomado un Tafil, que me receta el psiquiatra por mi trastorno de ansiedad generalizada, antes de salir de casa. Siempre que se trata de “negocios” procuro no tomar calmantes. Pensé que si él trataba de aparentar no estar jodido, yo también tenía derecho a dejar en claro que no era ningún fanático “con poca materia gris”.

—No crea que voy a ver la película por gusto, es para hacer una crónica —dije aliviado.

—¡Qué chingón! Eres periodista.

No lo negué porque no habría podido explicarle qué era en realidad. Ni siquiera yo lo sabía. Decidí tratar de aparentar.

—¿Desde qué hora te formaste para comprar los boletos?

—Me formé afuera de Siglo XXI desde las 6 de la mañana y me los vendieron hasta las cuatro de la tarde. Eran para mis hijos, pero por la chamba no voy a poder ir.

Antes de subirme al Uber le conté a la directora de la revista, Memorias de Nómada, la idea de la crónica en un mensaje de voz de dos minutos, justificando por qué valdría la pena. Su respuesta duró cinco segundos:

—Ta chida tu idea, ¿qué necesitarías?

—Nada, solo su bendición. A ver cómo queda.

Pensé en pedirle el dinero de los boletos. Estaba jodido. Con el dinero de las apenas dos personas que se habían inscrito a mi taller planeaba pagar dos de las seis consultas que le debía a mi psicóloga, pero no me atreví, esta crónica era una necedad mía, una especie de terapia ocupacional.

Al regresar a casa llamé a Caro y le mande la foto de los boletos.

—¡Es doblada, tonto!

—¿Qué? A ver… ¡No mames! Ahora sí que nos la metieron doblada, ¿no?

—No es chistoso, tarado, no la voy a ver en español.

La había cagado. Aun así intenté convencerla, no podía imaginarme solo entre fanáticos de superhéroes. Me dijo que lo iba a pensar, pero que lo veía muy difícil. Me había quedado sin acompañante y sin dinero para pagarle a mi psicóloga. Además, la culpa se había multiplicado, según el razonamiento de Caro, ahora le había quitado el lugar a dos fanáticos.

Durante los 18 días previos a la función no hubo día en que no escuchara o leyera acerca de los Avengers. Estaba en todos lados. Apuntaba a ser un fenómeno que rompería récords y lo fue, a pesar de que antes del estreno millones de espectadores vieron la película subida ilegalmente a Facebook. En solo el primer fin de semana se convirtió en la cinta más vista en la historia del cine en México y Latinoamérica.

Con el paso de los días Caro fue cediendo hasta que finalmente aceptó acompañarme al estreno.

—Voy a llevar una playera de Batman —me dijo como si se tratara de una hazaña.

—¿Es de los Avengers?

—No.

—¿Entonces por qué la llevas?

—Porque es cagado.

Llevar una playera de DC al evento más importante de Marvel equivale a llevar una playera de las chivas a una final contra el América en el estadio Azteca. Me pregunté, ¿quién es más peligroso, un americanista o un fanático de Marvel? Le dije que por mí estaba bien. Si nos mentaban la madre iba a ser más entretenida mi crónica, o al menos tendría algo de qué escribir. Si me reventaban un refresco en la cara, mejor.

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El día del estreno quedamos en vernos saliendo de impartir mi taller. Planeábamos formarnos desde las 9. Las redes sociales del cine anunciaron que comenzaría el ingreso a las salas hasta las 11, una hora antes del inicio de la función.

Mientras esperaba a que llegara Carolina a mi casa me sentía decepcionado. Durante el taller me había dado un ataque de pánico e hice lo que temí desde hacía varios días: tomar un Tafil de más la noche del estreno. Me sentía sedado y estaba seguro que me quedaría dormido a media función, y peor aún, no recordaría nada. Bajo el efecto de estas drogas el cerebro casi no retiene información. No tenía caso ir.

Además odio ese tipo de películas. Las tramas siempre son las mismas y las peleas puras maromas. Ni siquiera hay sangre. Siempre me he sentido ajeno a los fans de películas de superhéroes; en el caso de los hombres, su masculinidad, al igual que la de los fanáticos al futbol, me intimida. Masculinidad que raya en lo misógino. El protagonismo de las superheroínas al final de la película, desató la furia de cientos de fanáticos que reclamaron en redes sociales que Marvel quiso imponer una escena feminista y que no estaban vestidas lo suficientemente “sexys”. También me caen gordos por malinchistas, y me caigo gordo porque no puedo verlos más allá del estereotipo, su emoción irracional, y lo digo yo, alguien que desayuna antipsicóticos.

Semanas atrás mi motivación para escribir la crónica era la necesitad de sentirme realizado. Pero ya estaba realizado, finalmente se llenó el cupo de mi taller y mi novela había comenzado a tomar forma. No podía echarme para atrás, ni siquiera había tiempo para revender las entradas.

Al guardar los boletos en mi mochila descubrí que estaban borrados casi por completo. Eran casi dos papelitos blancos, ni siquiera se alcanzaba a leer el número de folio. Pensé en dos posibilidades: el norteño era un falsificador o los boletos del cine de Siglo XXI una porquería. Si me estafaron no valdría la pena escribir la crónica, mi estupidez cabría en un tuit. Si fue error del cine, ¿a cuántos más se les habrían borrado sus boletos?

Yo los había resguardado en mi caja fuerte. A cualquiera, menos cuidadoso, o no tan ridículamente paranoico, se le habría borrado por completo. Imaginé una horda de 450 fanáticos enardecidos destruyendo el cine.

Caro llegó a mi casa y nos dirigimos a City Center a comprar todo lo necesario para nuestra larga espera. Tuvimos nuestra primera discusión en Walt Mart. Yo quería llevar un agua mineral por si la ansiedad me indigestaba y para tener con qué tomar mi sedante en caso de emergencia. Elegí una botella de un estante y de pronto me convertí en un suicida.

—¿Te quieres morir? Peñafiel tiene arsénico, amor.

—Igual y es lo que le da el saborcito que me gusta.

—No seas tonto, compra otra.

Preferí el arsénico a darle la razón. No sería el primero al que en el reporte toxicológico de la autopsia diera positivo en arsénico y ansiolíticos.

Nos hicimos de dos bolsas de papas y Hut Nuts. Jamás me sentí cómodo ni metiendo a escondidas una bolsa de gomitas a la sala del cine. Casi me dio un infarto el día que Caro sacó un tupper con atún a la Vizcaína en un Starbucks, pero esta vez hasta sugerí que lleváramos dos subways del día. Era jueves y tocaba barbecue, me sentí con suerte.

Al estacionarnos en Siglo XXI Caro sacó de la cajuela un peluche de ovejita, en el que planeaba sentarse porque los asientos de este cine tienen fama de ser incómodos, y una playera que me entregó sonriendo.

—¿De Superman?

—Me la prestó mi hermano. Así los dos vamos de DC.

Desde que entramos sentí que todos nos veían. Pensé que el ataque de pánico aún no había cedido del todo y seguía con un poco de paranoia, pero no podía arriesgarme a tomar otro tafil. Deseé que las miradas se debieran a la oveja de peluche, pero no. Se detenían justo en el escudo de Batman y Superman. Me sentía un provocador. Había una fila para cada una de las cuatro salas. Estaban repletas. Poco después de formarnos decidí ir a remojarme la cara para tranquilizarme.

El baño estaba vacío, seguramente nadie se atrevía a dejar su lugar. Consideré quitarme la playera de Superman y ponerme de nuevo la camisa que llevaba. Si Caro se molestaba podría decirle que me había cambiado a modo Clark Kent. Pero sabía que lo único que podría hacer la crónica interesante era dejármela puesta.

De camino de regreso a la fila vi a lo lejos a un chaparro barbudo entrevistando a Caro con su celular, con el flash encendido. Traté de caminar lo más lento posible para que se fuera antes de que yo llegara, pero fue inútil. Me estaban esperando.

La mañana siguiente entré a la página de Facebook de Yucatán Bajo la Lupa para ver la trasmisión en vivo del estreno. El diminuto entrevistador avanzaba a lo largo de las filas preguntando eufórico a los fanáticos. Una de las fans confesó que se había formado desde las 9 de la mañana porque temía sentarse hasta adelante. Mientras, los usuarios de Facebook que sintonizaban la trasmisión comentaban: “Dan asco indios come mierda, ridículos la neta”, “Putos ninis desgraciados sanganos buenos para nada”, “Y luego lloran cuando hacen cola para algún trámite importante puro payaso”. El entrevistador mencionó que había encontrado algunos “perdidos” con gorras y playeras de personajes de DC. Al llegar al final de la cuarta fila se encontró con Caro.

—¡Amiga, te perdiste! ¿Batman?

—Todos sabemos que Marvel daría todo por tener a Batman.

—Eso sí, completamente de acuerdo contigo, yo soy mega fanático de Batman. No vemos a ningún Superman…

—Mi novio viene de Superman, ¡ahí viene!

La cámara apuntó hacia mí regresando del baño. Al llegar escuché al hombre decir:

—Vamos a entrevistar a estos novios que vienen de Superman y Batman.

Abracé a Caro. Pensé que debía parecer un fanático de hueso colorado, lo que tanto me avergonzó que creyera el norteño.

—¿Qué está mejor: Marvel o DC?

No sabía qué contestar. Ni siquiera sabía qué mierda significaba DC.

—Pues DC, ¿no? —respondí con falsa seguridad—. Venimos aquí a molestar —rematé.

Caro soltó mi abrazo y me vio con la cara de asco que suele hacerme cuando digo algo fuera de lugar. Pero esta vez en una trasmisión en vivo.

No podía decirle la verdad. Confesar que me puse la playera enemiga para tratar de hacer más interesante mi experiencia para una crónica, que nadie pidió, me haría quedar como un demente.

Cuando me enfocó la cámara, un usuario comentó en Facebook: “Del tipo mongoloide”. Otro agregó, con obvia ironía: “Igualito a Clark y Luisa Lane”. Obtuvo dos me divierte.

Me van a hacer un meme, pensé. #LordDC, un idiota que compra boletos 5 veces más caros que el valor real y hace fila por horas para una función de medianoche, todo para molestar. Partí medio Tafil, mi kriptonita, y me lo metí a la boca sin que Caro me descubriera.

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Éramos casi los últimos en la fila y estaba seguro que nos sentaríamos hasta adelante. Aún faltaba una hora para que nos dejaran ingresar a la sala. Nos sentamos en el piso y aproveché para sacar los subways. Fue una movida inteligente comprar la comida antes de venir, quienes cargaban pesadas charolas con refrescos y palomitas se notaban cansados.

Al darle la primera mordida a mi subway, un niño me aventó un juguete a la cabeza. En vez de pensar en el dolor, o reclamarle a la mamá, sonreí como un tonto frente a Caro. Durante la primera sesión de mi taller dije que como escritor lo mejor que te puede pasar son cosas malas.

—Ojalá se incendie el cine para que quede chida la crónica —le dije a caro sonriendo.

Volvió a hacerme la cara de asco. Que en nuestra intimidad me pareció inofensiva.

De pronto, una de las filas despegó como carrito de montaña rusa y desapareció en segundos. Nos levantamos en chinga pensando que nuestra fila también avanzaría. Le grité a Caro ridículamente alarmado que me pasara los subways para guardarlos por si no nos permitían ingresar con comida. Abrí mi mochila apachurrándolos con fuerza hasta que entraron.

Después de sostener por unos minutos los boletos noté que mi sudor los había borrado aún más. Durante una hora la fila no avanzó y nadie volvió a sentarse. De pronto aparecieron juntos Spiderman, Black Panter y Capitan America en una entrada triunfal. Creí que volverían locos a los fanáticos, hasta ese momento me extrañaba su civilidad, pero solo algunos niños los pelaron.

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Caro y yo comenzamos a ponernos hostiles entre nosotros. Hacía rato que ella quería ir por una rebanada de pastel que, por haber compartido una foto en Facebook, se había ganado. El stand de la pastelería estaba a 10 metros de nosotros, pero yo no quería que nos arriesgáramos a que la fila avanzara y tuviera que dejarla atrás. No pude convencerla, me dejó encargadas sus cosas y me sentí un imbécil cargando a una oveja de peluche. La observé formarse en otra fila para recibir su rebanada.

De pronto comenzó a sonar un reguetón durísimo. La música venía de donde estaba instalada publicidad del periódico Al Chile! Un animador intentaba alegrar a las filas. Parecía un sonidero. La combinación de pastel, reguetón y Avengers tropicalizados me pareció obscena. Comencé a escuchar risas y alaridos. Me percaté de una botarga de mujer vestida con un huipil dando nalgadas a los hombres que estaban formados. Logré esquivarla dando un brinco para adelante. Decidí clavar mi mirada en los ojos de canica de la ovejita de peluche, hasta sentirme invisible. Caro regresó con una rebanada de pastel minúscula.

—¿Te formaste para eso?

—Es gratis, guey.

—No vale una publicación en Facebook.

Caro bailaba al ritmo del reguetón mientras comía su pastel.

—Siempre bailas, no seas aburrido.

Era cierto, pero no me sentía cómodo. Me recordó a las tías que de niño querían sacarme a bailar a la fuerza. Decidí continuar la conversación para que se detuviera:

—¿Sabes quién es esa botarga de yucateca?

—Es como la mascota de Al chile! Escuché que le dicen doña Justa.

En minutos doña Justa se había ganado al público. Junto a ella los superhéroes pasaban desapercibidos. Ningún súper poder parecía capaz de superar su cachondeo. Doña Justa volvió a repartir nalgadas, ya había quienes se las devolvían. Pero esta vez no puede esquivarla. Se me abalanzó para darme un abrazo.

—¡Dale, foto! —me gritó una voz de hombre que provenía de las entrañas de Doña Justa.

La fotógrafa de Al Chile! ya estaba preparada frente a nosotros. No había escapatoria. Abracé a la botarga y a Caro. Me tranquilizó pensar que la redacción no publicaría una foto de dos personas con playeras de la competencia de Marvel.

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Cuando nuestra fila avanzó ya estaba preparado para correr, pero el cansancio nos volvió mansos como el ganado y avanzamos con calma. Todos ya tenían su boleto en mano pero no encontré ninguno despintado. Al ver los nuestros me parecieron más blancos que nunca. Al entregar los boletos la trabajadora se quedó observándolos unos segundos. Yo preferí apartar la mirada antes de saber su veredicto y descubrí a doña Justa agarrándole el culo a Spiderman, que trataba de cubrírselo con ambas manos. Finalmente nos permitieron ingresar.

Inmediatamente comenzó la disputa por los mejores asientos, vi dos que quedaban en medio y corrí a sentarme jalando a Caro del brazo. Estaban algo cerca pero se alcanzaba a ver la pantalla completa.

—Creo que alcanzamos buenos lugares —dijo Caro sonriendo

Yo le devolví la sonrisa satisfecho. Llevábamos varias horas sin vernos bonito.

—Mierda, acabo de recordar que es doblada —suspiró Caro y se borró su sonrisa de golpe.

Al sacar de mi mochila mi Subway aplastado descubrí que todo el interior estaba bañado en chipotle, pero no me importó, volví a emocionarme por recordar que ese día tocó barbecue.

 

Pasada la media noche, el público comenzó a aplaudir y pedir a gritos que comenzara la función. Una joven con minifalda entró presurosa a la sala. Mientras subía la escalera, buscando donde sentarse, se escucharon silbidos y alguien le gritó: “¡Corazón!”, desatando risas. La joven decidió bajar rápido y escabullirse en la segunda fila. Detrás de ella venía su novio. No se notaba molesto ni reclamó nada, quizá ya estaba acostumbrado o la horda de gente escandalosa lo intimidó. En ninguna otra función había presenciado algo parecido. A muchos de los espectadores la excitación por los Avengers les estimulaba la libido e inhibía su lóbulo frontal. Me los imaginaba en sus asientos con la respiración acelerada, desesperados por su dosis de violencia y efectos especiales.

Poco a poco Caro y yo, junto a la pareja de novios comenzamos a mimetizarnos con el ambiente, mentando madres para que comenzara la función. Al apagarse las luces, la gente aplaudió como si dos gladiadores entraran a la arena.

—¡Denle su pastilla a su bendición! —gritó alguien despertando las risas de todos.

Al día siguiente, mientras estaba en un Oxxo tomé por curiosidad el periódico Al chile! En la contra portada había una nota del evento que decía que la dulcería del cine le regaló un combo a la joven que esperó 15 horas formada. En la fotografía principal de la nota estábamos Caro y yo abrazando a doña Justa. El escudo de Batman y Superman resaltaban en nuestras playeras en el evento más importante de la historia de Marvel. En el periódico de la nota roja yucateca, DC había ganado la batalla.

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